Eskorburto y los punkies malos van al cielo

Esto que sigue está escrito "tal com raja" o a bocajarramente, después que ayer tarde, the Queen´s Torío, me prestara el libro ( imprescindible) de Álvaro Heras Görh: "Historia del rock en el Gran Bilbao". Lo abrí en el capítulo que cuenta las anecdótas de los tres Eskorbuto ( que en paz descansen) hasta quedarme dormida como un lirón.
Los punkarras buenos van al cielo. Y los malos también, porque no pueden estar los unos sin los otros. Hubo un perfil ( que se diría ahora) un careto, una actitud de punkarra torpe que iba de malo, muy malo, pero no daba pie con bola y la lió y la lío para conseguir entrar en el reino de la gran maldad, pero sólo consiguió acabar consigo mismo. Los Eskorbuto, los tres, son leyenda por no poder renunciar a su nobleza ni cuando más cerca estaban del gran joder. Chicos de barrio, jodido barrio, a los que la escena no hubiera escogido de no llegar el punk, la verdadera demoAcracia del tinglado musical social. Ahora nos reímos con las anécdotas que protagonizaron. Cómo los viejos amigos rememorando la mili, nos reímos del desastre de la sensibilidad hiperactiva vestida de cuero y sin límites conocidos y por conocer. Hay quién todavía los odia. Hay gente que todavía odia a sus compañeros de entonces, de la juventud. Hay odio. Aprovechando el asunto, grito el nombre de Josep María, un punki barcelonés mas conocido como el Rotten, que llevaba unas gafas de culo de botella y tenía unas piernas cuyo diámetro sólo pudo medir dios. No creo que haya corrido la misma,- maldita suerte-, que los Eskorbuto, porqué nunca conocí a nadie más saludable en su locaza vida. Un día vino al Popu y dijo ¿Adonde váis? Martin dijo: "A ver a Zappa, a París". Fuímos a París zumbado ( el Martin, la Bertha y yo) Doce horas de coche, tó pá arriba y el Rotten estaba ahí (¿como lo había conseguido) Nada más llegar lo vimos tratando de hipnotizar a los dobermans que el novio de la Bardot ponía alrededor del Palais d´Sports, para que la peña no causara desperfectos. No sé como podíamos tolerar tamaña humillación. Claro que nosotros íbamos de backstage, pero también había dobermans. No quiero volver a ver al Rotten ni abrazarlo ni nada de eso, solo me gustaría saber si está bien, mandarle un beso, saber si es feliz en la medida de lo posible, si les cuenta a sus hijos sus locuras juveniles, o se ha hecho del Opus Dei. Lo malo del crecer es que creces para donde te dá la gana o para donde puedes. Lo malo del crecer es que los Eskorbuto no quisieron hacerlo. Lo bueno del crecer es reirnos de lo que vivimos. Lo bueno del reirse es hacerlo de la ternura enmascarada de tachuelas, aunque creamos reirnos del cuero. Peligroso cuero del que pendían jeringas que acaban con todas las risas.

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