Anarcoma y el blues del autobús



A veces pasan autobuses que llevan escritas sandeces en sus chapas y antes de eso ha pasado gente imantada a sus propios hierros que ahora, gracias a la educación de lo políticamente correcto, que es, va siendo  (por fin) la de amarás ciertas diferencias como a ti mismo, ya rezan la oración que el sentido común y el amor nos llevaba a silbar a cada rato. Amigos míos, otra cosa no sabremos, pero amar por amar y volver a empezar que dice la canción y apretujarnos todos bajo un mismo techo es lo nuestro. Vale decirnos lo que hacemos bien. Y ni bien ni mal, asqueroso, el tipo que sorprendió, hace unos cinco años, tomando el sol sentada en la cornisa de la terraza de mi casa en un pueblo en el interior de Catalunya, a mi amiga transexual, y al ser descubierto por ella, bien pasmado, sacudió la cabeza con un gesto de desaprobación y una mueca de asco para gloria del oprobio y de sí mismo. Hoy este tipo firma para que se retire el autobús, y no importa lo que hará con su blues del autobús

No nos engañamos, la mala leche sigue ahí, por delante de los dinosaurios, estos benditos.  Pero mi amiga, una chica de unos años más que mi hija, una suerte de criatura morena, muy guapa y con las manos demasiado grandes como para que el tonto de turno no venga a subrayar un sórdido deseo de qué será mamá lo que tiene el negro, tuvo su momento para la gloria en el interior de un avión. Entramos y un ejecutivo dijo fiu y otro dijo fiu fiu creo que te has equivocado amigo. El que añadió el comentario era negro. Yo me di la vuelta resorte automático. Y ella, condescendiente, ligera como un pájaro chico me apremió, va, Bonet, no hay que ser racista, al tiempo que buscábamos el asiento del autobús aéreo.

Vuelvo con una historia de la que conocemos las fases de su desarrollo porque ya son muchos años de bregar contra la estulticia y la cobardía y me escacharro leyendo Las Aventuras de Anarcoma y el robot XM2 que dice Nazario que será su último libro, pero esto nunca se sabe, porque los autobuses siguen pasando incluso a contratiempo. El libro lo ha sacado Laertes y anuncia algo delicioso. La travesti detective siga viva. Hubo un tiempo en que no se oía hablar de ella y por mucho que le preguntaras a su autor no acababas de sacar agua clara en un asunto de vital importancia que es el de saber adónde han ido a parar nuestros héroes de ficción, que viene a ser lo mismo que saber adónde han ido a parar ciertos amigos que seguían sus historias con el mismo deleite, trepidación pura, con la que se sigue este libro donde se menciona, sin mentarlo, el autobús de marras mucho antes de que alguien diseñara en un papel sus asientos.

Anarcoma trajo el viento antes de que hubiera aire, fletó autobuses antes de que se pintaran, puso la pistola sobre la sien de Don Reprimonio pero nunca disparó, se pegó con los hermanos que querían copiar la máquina del Doctor Onliyú que acababa con el deseo y las bajas pasiones, puso Barcelona del revés y vio como XM2, el tan macho, acababa siendo una mujer de armas tomar.

Mi amiga, casi una hija, como he dicho, una mujer valiente y guapísima, estuvo a un tris de convertirse en Anarcoma para un documental de Nazario. Yo no lo veía claro. Creo que le habrían tenido que poner tetas porque no daba la talla de pecho, pero a ella le gustaba la idea, le brillaban los ojos. Y su novio, un italiano de espaldas mojadas compró el disco de Marc Almond con la canción dedicada a la detective que ensalzaba las Ramblas. Convertirse en ficción, mira qué cosa. Sexualizarse para desexualizarse, opacarse para brillar, morir para no resucitar o vivir bajo las ruedas de un autobús, esperando que otros piensen por ti, corazón cobarde que se pregunta que es lo que tendrá quién entre las piernas y Anarcoma y sus colegas ya habrán sellado con sus besos.     



Desobediencia




 Los hechos ocurrieron hace unos cuatro o cinco años, no recuerdo bien cuando, pero sí recuerdo que los días eran gratos y un amigo me aconsejó la primera novela de Encarna Castillo, que era una mujer que conocía y trabajaba en la edición de libros. Sé que lo compré en la Central porque el libro no estaba distribuido a lo grande y por que al  hacerlo venía de casa de otro amigo que vive cerca de la librería y se echó sobre los estantes como animal hambriento. Por la noche empecé a leer la novela. Se titulaba Cold Turkey y hablaba de los clubs nocturnos de jazz del Greenwich Village o el Bonery y de la rumba catalana de las tabernas portuarias de Barcelona, lo cual representaba un gratísimo  comienzo. Al rato ya estaba metida de lleno en una historia confusa y agobiante entre la protagonista, una escritora de pulp lésbico y su amigo, un músico de jazz muy demandante. Me venció el sueño y al día siguiente salí con ella a la calle. Era verano y no llevaba bolso, así que en el interior del vagón de metro   me la calcé en el sobaco haciendo pinza con el brazo derecho bien tieso,  mientras que con el izquierdo me agarraba a la barra de sujeción. Estaba situada en la misma puerta de entrada y salida de gente porque era hora punta y el metro estaba abarrotado, de modo que en las estaciones, me hacía a un lado para dejar entrar y salir a la peña, que es lo que advierten que hay que hacer los adhesivos en los cristales de los vagones. Al llegar a la estación del Paseo de Gracia, alguien me birló el libro. No vi quien era, pero si pude sentir los pasos de un ser corriendo en dirección contraria al mogollón de gente dispuesta a entrar en el vagón, con el aleteo de movimientos y todas estas cosas.  El hecho hizo que las personas que estaban a mí alrededor preguntaran que es lo que había ocurrido, mucho más porque yo grité una palabra soez dirigida al ladrón. Me han robado un libro. Me pareció oír un suspiro de alivio entre las personas que se habían preocupado por la cosa.  Nunca antes me habían robado en el metro y nunca jamás me habían robado un libro, salvo los colegas impresentables.  La pregunta era adonde iremos a parar que es la que se hace todo el mundo cuando le sustraen algo. Luego he ido explicándolo porque el hecho es extraño. La novela de Encarna Catillo sobresalía de mi sobaco y no llamaba a engaño. Lo más bonito que me dijeron al respecto es que cada ser robado tiene el ladrón que se merece, pero esto me  dio un subidón porque me lo dijo alguien que siempre dice cosas bonitas, que si te fijas bien, no lo son tanto.

He venido a contar esto porque ahora, Encarna Castillo saca segunda novela. Se llama la Venta del Rayo y ya se puede adquirir online y cuenta con un prólogo de Baltasar Garzón.  Esta vez viene a hablar de los primeros meses del inicio de la Guerra Civil española y dice que lo suyo es también una invitación a la desobediencia, al guión que la historia oficial de este país ha construido para que podamos conocer nuestros hechos recientes.
Encima, la chica, ha montado con unos amigos Trampoline Ediciones, un lugar donde generar cultura, dicen.
Lo robado ha aumentado. Pueden volver a robarme una novela de Encarna Castillo pero no su editorial.
He escrito sobre esto porque creo que es justo hacer de este lugar un sitio para dar a conocer cosas que me gustan. Y eso que ya tenía medio post a punto sobre otra cosa, escrito en catalán, porque eso me va como  me va, y ha venido un gato loco, se ha sentado sobre el teclado, me ha desconfigurado el texto y ha vuelto a salir pitando porque mi perra lo aguanta de huésped pero  hasta cierto punto. Mi perra no soporta oírme gritar, como me oyó el día que llegué, desazonada a casa y le dije, Ruma, m e han robado un libro. Es algo inaudito. Y me miró como diciendo, lo inaudito está siempre ahí. Mira por la ventana y verás que lista es y cuánto acierta mi amiga canina. Lo inaudito es que no podamos votar, en Cataluña, desobedecer, y que tengamos que soportar la mirada en lontananza del falso mesías Mas al que sigue toda aquella gente que cuando ibas a una manifestación por el Estatut en el 77 te decían qué en qué líos te metías y ellos vivían la mar de bien en el franquismo, en la transición y en el oscurantismo de la familia nuclear.  Y al que también siguen almas sensibles y consecuentes.   Por ellas y por nosotros, desobediencia, libros para no robar, espacios generadores de cultura, desdén hacia la historia oficial de todas las cosas y Venta del Rayo online.

Alicates y Reyes Magos

                            Fotografía de Josep Bou. Pajes de Igualada, por supuesto, yendo a trabajar


Aquella señora con los ojos humedecidos de lágrimas a punto de estallar que mirabas un instante el día de la Cabalgata de los Reyes Magos entre el montón de gente y veías embobada mirando la Cabalgata, cuando tu ya sabías de qué iba el rollo pero te lo tirabas igual, y dudabas entre si  la mujer lloraba de verdad o lo simulaba; aquella mujer, gente amiga, ya soy yo, solo que ahora vuelvo a tener niño, de modo que como tantísima otra gente he tenido y tengo, aparte de la mía , otras dos infancias, que subsiste, o mejor dicho, sustenta y abriga todo lo demás.
Pero ha habido tiempo, años entre infancias, donde odiar o echar de más las Navidades o virar de calle para no pillar el tumulto de gente de la tarde de Reyes. En una vida hay tiempo para todo y sin embargo siempre parece que hay  mucho que aprender. La curiosidad es un acicate y un alicate. Motor y herramienta.
Pero luego viene lo de tener que mantener la mirada en la realidad  y no desdeñar nada del paisaje, así sea fiesta y haya una infancia que compartir, y aparece Alepo, los niños que mueren, los niños que Europa ha matado, los que va a matar y los que siguen con vida, con infancias que compartir y sin ningún alicate ni acicate, y te preguntas como le trasmites esto al niño que mira embobado al Rey Mago que cubrirá sus ilusiones. Cómo hacerlo sin parecer pájaro de mal agüero, pero caray, la infancia no es una bobada para pequeños crédulos y mejor saberlo ahora qué negarlo para siempre. Y hay que contarlo. Sin pretensiones de caridad, gestionando la cosa como una verdad incómoda, pero hay que contarlo y no sacárselo de la cabeza si al final no queremos ser todos “trumps”, ya en palacio, ya en chabola, posando con un balón nuevo para el selfie.
Contar que siempre que se celebra algo se desmerece otra cosa, que gozar no quiere decir dejar de pensar, igual que sufrir no significa no poder reír o tomar, del sol, los rayos que sacudan tu cabeza. Que nada es blanco ni negro y por eso los reyes son tres y el rubio el de en medio. Y que es precisamente por eso, por los matices y las posibilidades, que la vehemencia se impone. Y que es lo individual frente a lo general y lo general frente a lo individual por lo que se postula, se sentencia y se pegan golpes sobre la mesa. Que es el matiz el que radicaliza y que no hay radicalidad que no defienda la dignidad humana que no estalle en mil pedazos al ser analizada. Que por todas estas razones, aprender a vivir no es nada fácil y por mucho tiempo que haga que lo lleves haciendo siempre parece que hay muchísimo que aprender. Que la infancia no es de bobos y que es bello tener tres y tener mil antes que desecharla y volverte un ser infame como el monstruo del cuento, amargado, avieso, buscando siempre los tres pies al gato que todos ellos muestran si los miras bien, tan generosos.

Uf, se ve que hacía días que no entraba y siempre lo hago a resultas de la urgencia. Una urgencia que sin ninguna duda no existe pero da mecha, como no existen los Reyes Magos (y este fue el primer, enorme disgusto, que me llevé en la vida)   pero parece que sí, sí al mirar alrededor también ves la muerte de tantos niños y tanta gente, tanta injusticia, e intentas combatirla con las pocas herramientas que tienes a tu alcance, incluso en la bonhomía de un sueño imposible en la noche más mágica del año.

Negación




Todo lo niegan. Cuando era chica y me pillaban en alguna trastada, no me quedaba otra que reconocer que había hecho lo que seguramente no debía de haber ni imaginado. Había pundonor en mantener la cabeza alta y decir, vale, he sido yo. Por el contrario, en la escuela, al cobarde,  se le menospreciaba. El que apuntaba el dedo en dirección contraria a su pecho para incriminar a otro era un ser despreciable. Y lo sigo entendiendo así. Pero hoy, lees los periódicos, lees lo que pasa y todos lo niegan todo. Encima, y de tanto repetirlo creerán la verdad a medias, los hay que se llenan la boca al decir que la obligación del encausado es mentir para defenderse ¿De dónde ha salido tamaña desproporción de la ética y la responsabilidad sino de una sociedad  infectada de listillos con inclinación de cabeza  hasta debajo el ala? En un estado justo (la elipsis de la rosa y las primaveras, la históricamente desconocida paridad entre nombre y adjetivo) lo suyo sería responsabilizarse de los actos, así en los tribunales como en las camas. Pero lo niegan todo. Niega Jordi Pujol, niega Juan Luis Cebrián, niega Esperanza Aguirre y negó Rita Barberá. Luego hablan de espíritu navideño pero se han cargado toda la antesala. Vamos de la ficción a la crucifixión. No hay Dios que nazca.

Afirmar, que es el contrario a negar, también lo hacen y es para enmarañar más la cosa, para seguir negando con ahínco. Brutal la vuelta de tuerca de Cebrián según el otro día en Salvados. El tío, con un cojón por banda, aseguró que los que se autocensuran son los periodistas y decía preocuparle esta forma de actuar, pobres tipos que solo quieren mantener un puesto de trabajo. No puede ser que al cobarde de la clase lo menosprecie el colega y el director del cole y mucho menos cuando el director es la negación y la cobardía infinita y la de más allá. Y tampoco estamos para despreciar colegas que se autocensuran antes de que les lleven a la guillotina. Otra vuelta de tuerca es la novela de Henry James que mayor expectativa crea y peor se resuelve, a mi modo de ver, y eso que soy fan de James, de Jim (Morrison) de Jimmy (El Rápido) y de Jaimito. Siempre termino por hablar de mis ídolos. Mis ídolos, al contario de la negación en la que vivimos, afirmaban mucho. A la gente no le gusta que otra gente afirme. Es lo de quién te ha dado vela en este entierro. Pero la vela es de todos los vivos o pasaremos la vida en el ataúd, negados, como lo van haciendo estos que viven como quieren hasta que les pillan en el renuncio de robar a los demás. Y negando, negando, consiguen que alguno llegue a creer en su nada una ilustre forma de vida. Nos pillan por aquí y nos pillan por allá, como en la pícara y bella canción Don Diablo de Bosé, una afirmación del deseo juguetón. Otra de las muchas que no nos deberíamos callar, porque hay quién no ha nacido para eso, no sabe, es impulsivo,  fue punki, sigue siendo niño, es muy adulto, no está para bobadas , o sea lo que sea lo que es, conoce la densa niebla que precede a la negación y el dolor que esta causa, si corazón es lo que tienen entre pecho y espalda, el lugar donde guardan las carteras. Y las pistolas.

El sueño

                                          Foto de Luisa Rebeca Valentín




Y ahora que todo el mundo, como tantas otras veces, el mismo mundo, con lo grande que es, ha puesto la mirada en la islita caribeña, y se ha puesto a debatir, como si le fuera la vida en ello, sobre los que ahí viven, ¡con los que llegan a vivir en todas partes! y de qué modo lo hacen y van a seguir haciéndolo, muerto el capo, ya me parece un enorme  logro de este hombre que fue Fidel Castro y toda la gente que lo siguió en un sueño que dejó de serlo para ser una realidad que no contentaba a todos los que la vivían, porque la realidad, por mucho que venga de soñarse, siempre acaba por ser más alquitrán que mango, con personas conspirando (y las que no) avanzando por el enredado cauce que toman las relaciones personales y los juegos de poder que terminan por echar a perder el sueño, aunque lo florido del sueño, con, por ejemplo,-y tomo uno solo-,  ningún niño sin casa y sin escuela, se veía pasear por las calles de la Habana con una alegría que servidora recibía con algarabío y acababa por devenir un sentimiento de vergüenza de Europa que hacía más improbable el sueño que soñamos, los que aquí, tratamos de soñar para todos, aunque a veces las relaciones interpersonales y los juegos de poder alienten al insomnio.
Unida a Cuba en múltiples ocasiones por razones que no vienen al caso, yo también fui ahí, al menos la primera vez, enarbolando el ala del gran sueño, pero a los pocos días, un hombre, casi anciano, de los de Playa Girón, me vino a decir que estaba hasta los mismísimos de que la gente, como yo misma, les mirara como se mira a un sueño  y fueran a contarle su realidad, que no vivíamos,  animándolo, como hacían algunos niños en el Zoo ante Copito de Nieve que querían ver como el gorila se comía la banana que había dejado de lado.
A partir de ahí, establecí relaciones con personas de la Habana, unas de gran calado que aún perduran, independientemente del sueño, del mío y del suyo, fuera el que fuese, y  dejé de comprar gorras que imitaban las del Ché. Empecé a sentirme como en casa. Todo lo que había se compartía de un modo espléndido, y aunque siempre está el tonto que va de listo y quiere embotar la postal con el oportunismo,  la postal de la amistad, con las charlas, los poemas y la música, siempre fue de una belleza sublime. Había cultura y había atención al otro. También por personas muy próximas a Fidel.  Seguramente el escenario del sueño lo había hecho posible, pero la complejidad aumentaba como aumenta la saliva en las largas noches de amor sin sueño, soñando.
Hoy, muerto Castro, las tertulias van cargadas con este tema, pero mis amigos cubanos son cautos y apenas si hablan del tema, o si lo hacen no se atropellan el uno al otro para tomarse la palabra ni tirarse de los pelos como los tertulianos del mundo y algunos cubanos de Miami, que han salido a la calle a beber  por su sueño, lo que su nueva realidad  parece estar cercenándoles, aunque procuro seguir en el lugar donde me apostó el hombre al que antes he mencionado, el anciano revolucionario, cuando me dijo lo que me dijo sobre la mirada ajena sobre los sueños que se hacen realidad  y, yéndome a lo mío, pienso que hay que ser bruto o tan genuino como Albert Plà, el artista cuya realidad comparto, -y también, más de un sueño- que estando en La Habana para una actuación, no pudo realizarla porque justo este día de tantísimos días murió Fidel. Y a vueltas con lo mío me pregunto qué sería de nosotros si todo el mundo nos mirara o mejor cancelar el cuestionario siempre.




Enemistades íntimas

                                                             El plural de la manzana



A veces siento que tengo que venir aquí a escribir palabras de consuelo por lo que pasa en el mundo grande, no en el chico, que está de amor hasta las trancas, y entonces siento que el consuelo he de dármelo a mí misma y que no basta llenar, en casa, el vaso de agua fresca ni perfumar la estancia para sentirse yupi, sino que hay algo muy grande que pesa en todas las espaldas de, ay, almas sensibles o no tan podridas como para poder soportar toda esta mierda de mundo de donde huyó el dinosaurio del cuento y se posó una escama de pez, cien millones de años más antigua. Toda la vida venía del mar y ahora va casi toda la muerte. La impotencia fue un género musical que luchó contra el boom  de los de Operación Triunfo que saturaron el mercado cuando la industria discográfica se iba a hacer puñetas, pero las nuevas bandas metieron mano en lo de Internet y algunas se dieron a conocer aunque fuera poco, porque lo bueno también sigue ahí, solo que se hace difícil encontrarlo entre tanta información, -dime si eres capaz de digerirla y si me dices que si no te voy a creer, Satanás, que ni tú puedes estar en todo, con la que hay montada. La impotencia fue creciendo y tomando el atlas. Llegó a todos los hogares de todos los lares, y a fuerza de convivencia nos volvió a todos turulatos, indiferentes o en maestros de arañazos, buscando un lugar donde exorcizarla. Hay quien vela y se quema con la llama. No está todo perdido. Va, entregad los corazones. Entregad los discos de Fito Páez, que se ve que se lo pasaba la mar de bien durante el gobierno de la Kirchner, rodando por toda Argentina, cobrando guay y calladito, pero sigue teniendo canciones para la gloria y que con su pan se lo coma. No se puede pedir consecuencia a la peña. No se puede pedir más que aquello que nos corresponde y aún así, ya ves, la tía utopía toma cada mañana el autobús en Santa Eulalia, en San Quintín de Mediona o en Toledo sur, pero ahora va sola, de persona en persona, la llaman la delirios y es considerada una enferma mental. Háblale, no le temas, rezan los slogans para concienciar al pueblo de que ser maricón, o tener bichos en el cuerpo o en la mente no es nada malo. Una nueva conciencia de flatulencia y falsa caridad está enredando. ¿Qué podemos hacer? No sé si el plural me desmerece. He pillado por los bajos la esperanza. La tengo bien cogida. Lo mismo que tantos de vosotros, me acaricia cada vez que pasa algo que enciende la chispa  y se hace el fuego que calienta. Los pequeños gestos harán un tsunami que avasallara tanta inclemencia. Lo sé seguro porque de otras guerras hemos vuelto a casa aparentemente ilesos. El plural me confirma mis propias hazañas. Y ahora voy a por el agua y el vaso. Beber cuando se tiene mucha sed confirma que hay dios, válgame el cielo. Y no apagar los deseos en fuentes engañosas. Tenemos que medir mucho, pero por eso nos enseñaron a bailar sardanas de chicos, para contar los pasos. El plural, engaña. Cada uno con su estratagema. No todo está perdido, ni el bestia de Páez, que dice que Sabina no escribió lo mejor que ha escrito, y lo dice para salvarse  y que el cuento le salga redondo, pero lo de: Y morirme contigo si te matas / Y matarme contigo si te mueres/ porque el amor cuando no muere mata/ porque amores que matan nunca mueren, es del chulo madrileño de Jaén, aunque morir amando sea una forma de vivir que tantos compartimos. Y el plural me esconde y me exhibe. 

Viejo novio e investidura



Hablaba muy bajo pero decía cosas muy intensas. Era un chico joven y yo era una chica igual de joven. No lo he vuelto a ver nunca más pero todavía tengo ganas de que un día se comunique conmigo para  ver cómo ha crecido, aunque esto lo digo ahora porque  estoy escribiendo sobre él,  pero estando en tránsito, estando en cada momento seguido de otro momento, cada instante deforma el instante anterior e incluso el instante mismo,  y yo ya no puedo sostener ni alargar ninguna otra certeza que no sea aquella que me viene del amor del bueno, de modo que no sé si, pongamos por caso, apareciera el sábado a las siete de la tarde, me gustaría verle o me parecería un estorbo su presencia. Invoco la nostalgia para que nada vuelva a ser como antes, más que el sabor de la nata, tan azucarada y líquida la que venden hoy en día en los supermercados. El chico, decía, hablaba bajo y decía cosas muy graves, pero igual nunca le hice suficiente caso, porque me gustaba más buscar imágenes en la imaginación que emparentaran con aquella forma suya de ser y cuando sentí que Pep, al hablar,-tenía un nombre muy común-, era el gesto que lleva a alguien a deslizar, delicada y sigilosamente, una nota por debajo de la puerta de la habitación, una nota de vida o muerte, ya me di por satisfecha, sólo que entonces me venía la imagen a cabeza cuando lo tenía enfrente y  veía la nota deslizarse todo el rato.  Mi atención  seguía estando sobre lo que él representaba para mí y no en lo que era en realidad, si es que él quiso alguna vez que le viera tal cual era, que creo que no le gustaba nada. Lo que me sorprendió no fue que se fuera con un chico, teníamos una relación abierta. De hecho, era tan abierta la relación que en ella había tanta gente que a veces sobrábamos nosotros. Era una relación de dos que buscan una relación, y para no aburrirse en los intermedios, galopan juntos. El día que me dijo que se había enrollado con un guardia civil (y no es coña) aunque había sido un rollo de una noche, me pareció un ser miserable. No hay que dar placer al enemigo. Me sobrevino una moral de buenos y malos, heredada de la catequesis y de las historias de Bonanza. Fue el principio del fin y entonces me busqué a un tipo más gamberro, malo de atar, pero nada peligroso. Nunca sabréis las risas, mandíbulas como puertas al batir, que mis amigos y yo nos hemos hecho a costa de esta anécdota. La del guardia civil. De hecho es uno de mis hits cuando se habla de amor y desamor y la saco a colación para desencallar los ambientes, porque no hay nada que turbe más el aire de una estancia, que lo densifique tanto, como cuando se habla de cosas que no se pueden tocar ni mostrar ni demostrar ni importan a nadie más que a dos (la canción de Luz Casal)  como, por ejemplo, cuando se habla de amor. Hoy he pensado en él y no ha sido porque me haya parado la guardia civil si no por la investidura de Rajoy, esta forma tan horrible de arrancar puertas para tirarnos piedras esculpidas con los mandamientos de la ignominia  y me ha parecido que aquél día en cómo corrimos a votar, en el ochenta y dos, al “pesoe”, con los “deeneiés” recién estrenados, flamantes, -plástico sobre piel-, aquél día en que salimos a la calle cuando la calle salía de sí misma, se alborotaba, y sobre asfalto, esperanzas, lo venían a ensuciar por completo tantísimos años después con gestos de ir andando hacia atrás, a ras del acantilado del pleistoceno de las almas, pero qué va, la suciedad es suya, la destrucción es suya y el correr y aprender fue y sigue siendo nuestro, las cosas vividas, el cuerpo de Pep, tan bello, desnudo sobre la cama que hacía de casa, que hacía de cocina, que hacía de alfombra, y la generosidad también, el compartir con guardias civiles lo que no se puede apresar nunca ( y no es chiste verde tonto) y esta resistencia de edificio que tenemos, esta corporeidad de árbol, esta rabia y esta luchar hasta partirnos la boca, sigue siendo nuestro, como el reír y la falta de certezas y la certeza del amor del bueno siempre y las ganas o no ganas de saber de él, de ver cómo ha crecido.



OH, Merci! Homenaje a Dylan por el Nobel




Incapaz de decir nada de Dylan en este momento del Nobel, con la emoción y todo eso, adelanto un párrafo que escribí no hace más de dos días para el libro que estoy escribiendo sobre lo mío en la música. Un adelanto para hacerle los honores, aunque está sacado del montón de palabras y se pierde el orden cronológico y estas cosas.  Y no está corregido!!!

…Debe ser una carga seguir siendo Bob Dylan después de tantos años, pero la cuestión es que el tipo sigue actuando como si supiera algo que el público desconoce. Estamos en París con Bertha y Martin J.Louis para cubrir la primera actuación de su gira europea. Antes hemos pasado por casa de Nico. Parece que le han cortado la luz, pero sigue instalada en el piso de su amigo Phillipe Garrel en el que también yace una Maria Schneider que viene a parecerse al gajo de la naranja que fue pero tiene estos maravillosos ojos que increpan ternura y muerte.  Nico dice que ella también quiere ver a Dylan, le quiere pedir pasta( Se metió en lo de la música a través de un tema suyo, de él) Mis jefes pasan de meterla en el coche camino del Palais d´Sports. Esto son cosas de yonqui que pillan energía y te meten en follones. En un momento, los tres del Popular Uno nos hemos quedado sin aire. Es cierto, el rollo es cansino. Dicen que Dylan está acabado porque hace unos años sintió sobre suyo la mano de Dios, grabó un disco muy rabioso recién convertido al cristianismo y los críticos fueron muy crueles con lo suyo  y compararon lo que hacía con un espectáculo de Las Vegas. A mí me fascina esta capacidad que tiene el amigo americano que hace poco se metió en el Islam y volvió a apearse de toda religión, para transformarse: Un día se pone a brillar y al otro lo echa todo a perder. Es el potencial humano creativo y, vale, también sigue siendo un símbolo de que lo mítico es imperecedero y eso ya no mola tanto. Vamos a ver qué hace y como lo resuelve, dice un colega madrileño que también ha venido  a cubrir el concierto. Con esta perspectiva sería mejor ir a directamente a los juzgados y calzarse una toga, pero no me dejo emborronar por comentarios ajenos y sigo pensando que este hombre que canta con la emoción en la voz, con todo tipo de emociones en la voz, y quiebra las canciones para que le público no pueda seguirlas como en un karaoke, es pura literatura, como todos lo somos, solo que él la sube al escenario, la graba y la muestra. Además, él dice que se considera poeta y uno es lo que se considera, otra cosa es que no te lo reconozcan, pero a Dylan si se lo reconoce todo el mundo, al menos los que leen libros y leen letras de canciones y leen cómics y leen prospectos médicos. Leer para sentir y para saber. Luego, la música, que es la quinta esencia de todas las artes según lo veo yo, aumenta, amplifica y distribuye emociones. Oh, Mercy, dijo Dylan y el público parisino se puso en pie. Él contó que era un maldito hijo de puta que no se ponía de acuerdo consigo mismo. No importa lo que se dice, lo que importa es como se dice, la mirada, y Dylan lleva gafas de sol. Cuando le pica un ojo se ve como se lo grata por debajo de ellas. A ver cómo le cuento a los colegas del punk que me fascina este hombre al que conocí por un casete que tenía mi hermano y le birlé de inmediato en cuya portada iba del brazo con la pelma de Joan Baez, que hizo un feo muy grande a los fotógrafos en Barcelona y luego, en la rueda de prensa posterior al feo, donde fue a pedir perdón acabó preguntándose qué habría sido de ella de haberse casado con el genio y me vino a la cabeza la imagen del casete que ya no tenía yo, si no que fue a parar al piso desastroso de Nico en la Rue de la Opera, porque hay casetes que tienen una larga vida y ella me lo pidió un día que vio que se asomaba entre mis cosas ¿Tu entendías esto a los catorce años? me preguntó la terciopelo Su interpelación no carecía de delicadeza y haciendo honor a ello hubiera debido responderle lo justo, que la literatura se entiende siempre y más si va acompañada de música pero me mosqueé toda Dylan cuando actúa y algo no le sale tan bien como espera y le devolví el tiro Y eso me lo dices precisamente tu, que dices haber leído y disfrutado a Lautremont en francés al término de la Alemania nazi junto a un amigo que sabía alguna que otra palabra. No se pueden confrontar las experiencias literarias, es como confrontar el amor o el dolor, que es algo que sabe hacer Dylan con su literatura de verso, de letra de canción y de nota de guitarra, donde todo él queda al descubierto, lleve o no lleve gafas negras.



Cuento de verano




                                              Foto de Farinera Borda que cuenta el cuento.




No podía dejar de escribir el cuento de verano que a todo blog corresponde. El cuento siempre anda cerca, todos los cuentos. Hubo unos que contaba una prima hermana de mi madre cuando éramos chicos los que entonces éramos los pequeños de la familia,  y todos nos poníamos a sus pies, rendidos de las múltiples  batallas de los días de calor, que encendían la diatriba de los distintos puntos de vista. La mujer imaginaba a los músicos de una orquesta que habían padecido un accidente, varias horas al fresco de la noche,  sus cuerpos disparados por un choque de vehículos. El paisaje era desolador y nadie les atendía. Se podían ver  unas piernas por ahí, unas cabezas por allá, pero los músicos, siempre formales, porque la vida del músico es aciaga, acababan por tocar al día siguiente como si nada hubiera pasado. Material muy sensible. Punto de salida filosófico que roza el absurdo, la vida misma. Y así todo el tiempo, con los tebeos y las pulsiones hormonales (últimamente oigo demasiado eso de que la peña joven se mueve al albur de la hormona como si el deseo perteneciera a la biología y no al arma, al fuego que predecía Miguel Hernández en la Nanas de la cebolla, venir de la dentadura, de la boca)  Pero este cuento de calor o de días en que lo hacía ( y del frío también) lo ha escrito más que bien, genial, con un estilo alborotadamente libre y muy de pillar el corazón del lector, el compañero Javier Pérez Andújar en el Diccionario Enciclopédico de la Vieja Escuela editado por Tusquets, que es una carta de amor en toda regla con entradas que son bien  nuestras, de unas generaciones concretas en un país concreto, y pueden ser las de tantos otros que no crecieron, por poner un poner, con las canciones de Camilo Sesto. Toda biografía tiene un cantante edulcorado que termina por parecerse a la bruja Pirula. Todas las biografías se repiten. Todas las personas repiten siempre a los de la totalidad de su clase, escribió Gertrude Stein. Y Andújar repite a los de su clase y también a  los de las aulas. Un delirio descacharrante irrumpe un texto donde aflora una nostalgia vista desde el presente, con lo cual ya no lo es y todo es puro relato, literatura de chaval que toca la guitarra y sigue queriendo ser canción.

Le pasé el libro a una colega, gran fotógrafa inglesa, amante del dirty realism y toda aquella zarandaja de decir polla y decir culo que ya existía cuando se definió y me dijo que se lo había pasado llorando. Le pregunté si había entendido algo y se mosqueó. Lo he entendido todo. Los lectores son como los músicos de las orquestas según la prima hermana de mi madre, un día se accidentan y se descomponen y al otro ya están metiendo la nariz en otro libro. A cada cual se le descompone un miembro distinto, por mucho que a mí, de niña no me gustara tener miembros y si apéndices porque de lo contrario me sentía excesivamente habitada. Lo de Andújar no es una enciclopedia, es una espada en toda la frente del pensar. Ay, cuando habla de los pobres… Chitón,  no voy a mentar el asesino ni voy a mentar el final, pero el párrafo último es el que más me ha escocido, que no sé si a la inglesa que lloró lo que siempre se llora, la ausencia. Quizá por el final del libro, que me tatuaré en un collage de Emma Cohen, me he acordado de la prima hermana de mi madre, una mujer fundamental en mi educación literaria, que casi siempre se sentaba de espaldas a una habitación chica como el mundo en donde estaban los tebeos, en donde estaban los tesoros y en donde estaba la vida en casa de mi abuela, un lugar que por muchos años que pasen siempre repito aunque no sea el mismo, el lugar que cuenta Andújar como lo hacen los de la prosa suya y de nadie más, y es que en estos lugares o te hacías tu o te hacías otro y a palmarla de por vida, repetición histérica. Que Javier lo haya contado, que haya contado algo tan íntimo, es una osadía muy grande. No se puede decir en voz alta el lugar donde habita lo vulnerable de la peña porque entonces ya todo se sabe. Cuando  la prima hermana de mi madre pillaba el hilo de los cuentos y se hacía muy tarde entraba mi tío y amenazaba con castigarnos a dormir descalzos bajo el tejado. También a ella.  Mi tío murió a principios de este mes y el cuarto de los cuentos fue derribado muchos años antes.  Cuando todo esto ocurría o estaba por ocurrir, Pérez Andújar lo escribió en un libro, en una carta de amor que tiene forma de enciclopedia, de chiste, de diccionario, de corazón de tiza en la pared y de canción.

El punk no ha muerto




Voy a pensar que podemos o si no me vuelvo loca. Voy a pensar como lo hizo el otro día Dani Navarrete, punki de los ochenta, uno de los primeros Oi! Oi! barcelonés de botas de punta de acero, hoy todo un señor, que ante la manifestación fascista del otro día (siempre es el otro día en el fascismo, siempre es actualidad) levantó el puño y se montó un cabreo masivo. El puño llevaba el tirón en el músculo de muchos puñetazos dados y recibidos cuando era joven, que con los de su peña, repartía y recibía de los neo nazis. Era en la época en que mataron a Sonia la transexual, que hoy tiene un lugar para el lamento, la expiación, la  memoria y la vergüenza en el Parc de la Ciutadella. Barcelona estaba entonces muy crispada. La Barcelona canalla estaba expirando y venía el orden impuesto por la transición. Y ahí nacieron los punkies. Eran pocos y siempre estaban en los mismos bares. Oye, pon la Polla Records. Y al final pinchabas la Polla, pero seguías prefiriendo a Jimi Hendrix. También era cuando te ibas a dormir con el corazón en un puño porque un negro había matado al colega del Bar del Pi. Un negro. Un muerto. Negros que matan y negros que mueren. No éramos racistas, pero los neo nazis sí. Y entonces solo veían negros. Y los punkis iban de negro. Hay un momento en que tienes que levantar el puño o te tragas la mierda y se te hace rueda de molino el estómago y la empiezas a repartir al modo cobarde ventilador. Vi la foto de Dani, puño en alto, ante la multitud de la España unida contra todos y me dio un escalofrío. Yo también estaba ahí, de algún modo. Una motita. La foto siguiente era el abrazo de un manifestante con un policía ante la puerta de la comisaría de Vía Layetana y tuve otro escalofrío. Era un abrazo fraterno. Fue un escalofrío interno. Mientras escribo tengo un rún rún interior que me dice, Bonet, no deberías estar dándole tanta importancia a todo esto. No es tiempo de dividir más, pero lo políticamente correcto es el adocenamiento y las cosas vienen cuando vienen. Dani levantó el puño. Una vez le sorprendí en el baño de un bar. Abre, chaval. Estaba en pie con una chica. Dani levantándose. Tantos Danis, tantas cabezas. Vamos a pensar que podemos o nos volvemos tarumbas. La ética adocenada al servicio de la política. Matar al contrario no es vencer pero ellos han estudiado el marketing de Satanás. Podremos convertir (y no hablo en términos de resultados electorales, si no del día a día, cotidianeidad en pie) esta inmundicia en oasis donde petarnos de risa. Debemos poder bañarnos en ríos de vino y cocinar cosas ricas. Tener un lugar donde maquearnos para salir hechas unas damas, hechos unos señores, y levantar el puño si es preciso. Pensar llevados por impulso porque al impulso ya lo mueve mucho tiempo de reflexión y de vivencias. Pensar como hizo Dani el otro día ante una marabunta de fachas. Sentir como en los baños. Y pasear como de niños, parándonos para dar  de comer a las palomas.
 


Matar por Anna Gabriel

                                                                    Foto de Jordi Borrás




Me da la sensación, en un refunfuño, que cada vez somos más cangrejos, y caminando hacia atrás se hace camino al pasar, con la indiferencia o echando el grito al  cielo. Dice Anna Gabriel lo que dice de la familia que es algo que dijeron los hippies, aquellos ancianos, hoy todos muertos, criando malvas power, menos algunos que no se bajaron la cinta de la cabeza hasta el cuello, collarcitos de perlas de la sumisión, de la ambición, de la sedación y del entumecimiento cerebral menos en el cacho del cerebro que da para atesorar, contar el dinerito. La familia de un asesinado recibe calderilla y deja que el poderoso caballero selle aquello que no sella nada. Se van a quedar vacios como la nada y a los pies de dios, allá en las alturas, el ilustre no podrá juzgar nada porque la nada no existe ni para él, que la pisa con garbo y pisa morena. Qué, a estas alturas,  una sociedad mire a alguien como a Anna Gabriel con cara de asco y estupefacción cuando dice lo de tener hijos a la manera que tantos pensamos y en cierto modo perpetramos (ay, el precio de la libertad es el más caro, ¿O es que todo hay que decirlo?) y entienda como agua de Mayo (que ya viene siendo demasiada) que se lancen monedas sobre la sangre, viene a decir que desde mi adolescencia hasta hoy no ha pasado nada. Y no voy a mentar la edad porque las matemáticas son el resultado de un error que no hay que agrandar si no puedes dedicarte a él por crasa ineptitud. Sí, esto nos viene pasando. El plural admite a varios de mis amigas y amigos con los que lo comento de vez en vez, no mucho, para no dar el cante del blues donde no hay más negrura que la del alma, cuando nos reunimos en la ladera de la montaña y más abajo, en el cementerio de coches, reluce, maltrecho, el Cadillac.  En uno de estos encuentros, un colega, en un arrebato, dijo, al modo España 5: Yo, por Anna Gabriel, mato. Pero luego fue peor caer de tan alto entusiasmo. Por Anna Gabriel ya matamos, tío! Nos matamos, arañamos, diezmamos y jaleamos por toda la peña festivalera del pueblo unido y la cara por partir ¿O no hicimos nada? ¿No te llegó el amor que te daba? Espero que el odio que ahora siento por ti te atraviese como un rayo. Maldita sea, esto es una locura. Sólo quisimos que hubiera gente y cuánta más bella mejor y que las reglas las pusiera el sentido común del que gozábamos decir que carecíamos a fuerza de escuchar que así era para acabar proclamando el otro, que era el mismo pero estaba mareado, y no era otro que el del respeto que otorga el pensar, te estría la coherencia, te incendia la intensidad de la vida y te concede un chin pún. Y ahora, tantos años después, volver a lo mismo. Pero si yo no quería volver nunca, porque lo  nuestro fue un revolcón de colchón sobre el piso y ahora necesito una cama especial para las lumbares y tu ya has vendido por Ualapop tus zapatos de gamuza azul. Y lumbar, lumbar.