La madre del arpista

Foto del archivo de Dominike Liaño
Los he visto dos veces en dos estaciones de metro distintas. Él es un muchacho joven, seguramente nacido en algún país del este, que toca el arpa dentro del cuadrado de tiza designado para los músicos del underground. Ella, sentada en la frontera del cuadrado y el paso de viandantes, parece muy ensimismada y agarra con fuerza el bolso y la funda del arpa. No hay duda que son madre e hijo.
Un pesebre para dejar volar la fantasía, aunque a mí, lo que me chocó de la imagen, fue que la madre no estuviera dentro ni fuera del círculo, si no en la frontera, en una suerte de backstage suburbano, y llegué a fantasear que lo que simplemente debe ser una ayuda práctica, fuera una invasión vital.
Aquello de las madres o padres que a falta de vida propia, viven los sueños de sus hijos o sus propios sueños a través de sus hijos.
Gran escalofrío, e inmediatamente después del efímero cambio de tiempo interior, recordé las palabras que escribió mi Txema Anguera hace pocos días y decían algo así como: "Los hijos no sueñan los sueños de los padres, ni tienen los mismos ideales y si se peinan con el mismo peine es porqué no hay otro en casa."
Así ha de ser y el hecho se produce de forma automática, por poca vida interior que tengas y las correspondientes ganas de vivirla, aunque no siempre pasa.
He visto abuelos tratando de vivir la vida de sus nietos, padres queriendo correr mas que sus hijos, hijos agobiados, corriendo para no ver nunca mas a sus padres, y cárceles de turrones con olor d´escudella i carn d´olla.
Mi padre siempre me recordaba que huyera de los cobardes, de los egocentristas y de los que se aburren estando solos. Si hubiera sido arpista (yo, no mi padre) y hubieramos vivido en otro país, de buen seguro que mi progenitor me habría acompañado a cargar con el bolso y la funda, pero sé que nunca se hubiera sentado a mi lado.
Las virtudes de mi difunto padre no van en detrimento de la madre del arpista, a la que no conozco, aunque siempre me fijo, quizás equivocadamente, en los pequeños detalles, más que en las grandes gestas.
De modo que si hubiera conocido a la madre del arpista después de una sesión en el Palau, quizás nada me habría hecho pensar qué, a menos que la mujer rezumara en histeria.
A lo mejor, era sólo el miedo, el celo por lo material, lo que inclinaba a la madre del arpista a sentarse en la raya del cuadrado de tiza.
La pobreza de medios puede llegar a confundirse con la pobreza interior.
Simpre pringan los mismos. Y así lo entendieron y lo entienden los evangelizadores.

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