Isabel Guerrero, los Popus y Nico


Isabel Guerrero es una chica joven, productora musical, locutora de radio, música, y qué se yo cuantas cosas más. Ah, es malagueña. Ha llevado a cabo aquello tan bonito de "La Música Contada", de la que un día de estos le pediré franquicia. Apenas nos conocemos más allá de un muaka muaka, pero la sigo en el féis por qué publica las canciones más tremendas, emocionantes e inauditas. Y al ser joven, incorpora cosas que desconozco. Disfruto un montón yendo a ver qué es lo último que ha colgado. Le gusta mucho la música y las demás cosas que tocan el corazón. Está en aquella onda por la que tantos transitamos.
Hace unos días,- y para mi subidón-, publicó en mi muro un post de este blog. Era aquél en el que escribí lo que escribí cuando supe que MoeTucker, la baterista de la Velvet Underground, se había convertido en activista del Tea Party. Más allá del asquito, me vino bien meter mano a la caja en las que guardo horas de grabaciones de Nico y pillar una en la que la alemana hacía referencia a la yanqui. Puse unas palabras de Nico para dar enjundia y peso a la cosa que estaba contando.
Junto al post editado en el muro, Isabel escribió una sola frase: "Cuéntanos más." Y aquí estoy ahora, para narrar qué pasa con este cuento que no cuento y el "erase una vez" de mi historia con Nico.
Para Isabel y para quién quiera leer.
Conocí a Nico después de comerles la cabeza, durante meses y meses, a Martin y a Bertha del Popu, revista en la que había entrado a colaborar con sólo dieciséis años, después de un encuentro con la Smith. A Martin y a Bertha (el afecto es grande, aunque no nos veamos) les debo mi iniciación tangible y objetiva en el mundo del rock and roll. Con ellos y sus coches aparatosos del gran vacile y la gran velocidad, recorrí Europa para asistir a multitud de conciertos. Creo que acabamos adquiriendo una gran cultura en polideportivos y palacios de deportes de las grandes capitales europeas, algo que no supimos canalizar.
En un solo año, viajábamos más de lo que hoy se puede viajar gracias a la proliferación de aeropuertos, las bajas tarifas de los vuelos y el derrumbe de fronteras. Y fueron unos cuantos años. La cosa consistía en ir al concierto de los grandes (guiño a Patricia Godes, colega) Si ellos no venían a España, el Popu iba a ellos. Los reportajes y las entrevistas que conseguimos fueron trabajos maravillosos. Llegó un momento, en que para evitar tener que ir por ahí buscando hoteles cuando estábamos exhaustos de tanta música, Martin y Bertha decidieron comprarse una roulotte. Así aumentamos la familia. O nos rotábamos. La roulotte no era común, también era del gran vacile y las líneas ergonómicas, de manera que parecía que viajáramos, por autopista, en un ovni que tiraba de otro ovni.
Un día nos largábamos a París a ver a Dylan y a la semana siguiente estábamos en el Festival de Reading o seguíamos al cerdo de Pink Floyd por cielos alemano holandeses. Aquello era cómo vivir en un mundo de fantasía e ilusión donde todo era posible. Era cómo alargar la niñez. La cuestión es que ellos me hablaban de Nico, con quién habían trabado amistad desde que la trajeron por primera vez a España, donde actuó en el año 74 y nada menos que en la ciudad de Burgos. En un año del gran pañal, en un país de la gran negrura, los Popus ya iban destilando color.
Yo conocí a Nico por la portada de aquél Popu que no compré yo, si no mi hermano. Y también por mi hermano, escuché a la Velvet y me quedé pillada. Serrat y la Velvet Underground constituyeron mi despertar musical. Luego llegarían otros.
O sea que cuando el Popu dejó de ser "la" revista de rock para pasar a ser "mi" revista de rock, pasé a desgañitarme días y días, semanas y meses, hasta lograr que la pareja del color me presentara a Nico. A ellos no les hacía mucha gracia porque por entonces ella estaba muy pillada a la heroína y siempre les ponía en aquél brete tan desagradable de pedirles pasta para un pico y tener que decirle que no. Ninguna auto destrucción es agradable y menos la de alguien a quién quieres. Luego estaba la cuestión de cómo Nico se desenvolvía con las tías, sobre todo con las que le podían suponerle una "competencia". Bertha era y es muy guapa. Era modelo, cómo ella, y a veces, a la cantante, se le torcía la bola ante cosas tan fáciles de manejar. Sobre este asunto, he de decir que nunca pasó nada. No entre Bertha y Nico, que se llevaban la mar de bien, pero sí entre Nico y otras. Y otros.
Los convencí en París. Nico había dejado la Factory y se había trasladado a vivir a la ciudad del "amour", donde mantenía una relación con el director de cine Phillipe Garrel, un tío de lo más dulce. Compartían piso con María Schneider, que ya había actuado en El Último Tango.
Nosotros habíamos ido a ver el nuevo espectáculo de Rainbow y al día siguiente, desde buena mañana, me puse de lo más coñazo. Entonces no había móviles y recuerdo muy bien que Martin pidió un teléfono en el restaurante donde comíamos. Se lo llevaron a la mesa y la llamó. Le respondió ella misma: "Oh, Maaaaaaartin, mi amooooooor." La alemana sostenía las vocales y las alargaba tanto, pero tanto, que podías llegar a perder el hilo de una conversación, por mucha atención que le pusieras. Quedamos al cabo de media hora, en el Café de la Opera. Nico y su gente vivían en la calle (rue) del mismo nombre en un piso enorme, indescriptible.
Bertha me dijo: "Nena, lo hago por ti. No lo olvides nunca." Y nunca lo he olvidado.
Bertha me dijo eso al entrar en el café y pillar mesa, adonde llegó Martin minutos después de dejar el coche en algún parking. Nuestro hombre acababa de tomar asiento cuando de la puerta giratoria del café salió una mujer altísima, enorme, de casi dos metros de altura, completamente vestida de negro con túnica y capa. Tenía que ser ella. El corazón me dio un vuelco. Estaba, según los discos, muy envejecida (no llegaba a los cuarenta) y la larga melena ya no era rubia, si no castaña. El carisma se podía tocar. Era como si de pronto hubiera entrado un alud de gente y se hubieran sentado mil personas a la mesa. El efecto era de invasión espacial, algo así cómo si todas las tropas napoleónicas se reunieran en un sólo soldado o que para homenajear a un lector de Kafka le regalaran una cucaracha de peluche gigante.
La belleza era de relumbrón, de decir "esta tía no es de este mundo", pero yo seguía viéndola "muy" vieja.
Hay edades en las que la perspectiva es de bofetón.
El caso es que tenía ante mí a una leyenda viva del rock and roll que a mí me gustaba y no la iba a dejar escapar, cómo los compañeros de piso de Nico no dejaron escapar los croissants y demás bollos de la bandeja rodante. Se los comieron todos. Ella se zampó medio bote de aspirinas. Todo era desmesurado. Aquella noche, que resultó ser la verbena de San Juan, la pasamos todos juntos, sin petardos, hasta bien entrada la madrugada, en la casa de un productor francés cuyo nombre no recuerdo.
A los dos meses de aquél primer encuentro ya había convencido a Pau Riba para que Nico actuara en la que iba a ser la última edición del Canet Rock. La llamé para decírselo y se presentó en mi casa dos meses antes. Cinco horas después de la llegada de su vuelo, la recogí en el aeropuerto. Me había doblegado un cólico nefrítico: "Lo siento, estaba en urgencias". Jamás he tenido una enfermera tan solícita y cariñosa.
Desde entonces no perdimos el contacto. Paris, Barcelona, Ibiza, el teléfono, las cartas y vuelta a empezar. Nico murió en Agosto del 88, hacía dos meses que no hablábamos, quizás fue, desde que nos conocimos, el periodo más largo en que no tuvimos noticias la una de la otra. Supe de su muerte por la prensa, pero al día siguiente me llamó Ari, su hijo, para darme la noticia de viva voz. Entonces empecé a escribirme con Ari, hasta que un día vino a Barcelona a conocer a mi hija que ya debía andar por los seis meses y me animó a escribir una biografía de su madre. Le dije que no podría. O que si podría, siempre y cuando contara con la ayuda de otra persona (enseguida pensé en Alberto Manzano, al que conocí a través de ella) que conociera su obra al dedillo.
Ari y yo sabíamos que durante los dos últimos años, Richard Wyth (el periodista y músico) había estado charlando frecuentemente con su madre, planteado una biografía, pero Ari no confiaba mucho en la veracidad de la historia, no por Robert, si no por las continuas fabulaciones de Nico.
El libro acabó siendo editado en España por Circe y hoy día está descatalogado. Está muy bien escrito, lo único que pasa es que a medida que avanza, parece que más que una historia, Robert esté relatando un ajuste de cuentas. Creo que llegó a odiarla profundamente, pero aún así es el único libro sobre Nico que vale la pena.
A las editoriales de aquí no les gustó nada nuestra idea: "¿Quién es Nico?, preguntaban. Y sólo sabían lo del caballo blanco de Terry, aunque en esto también se liaban, porqué en aquella campaña publicitaria que ella inició, hubo otras modelos. La pura verdad es que entonces y aquí, se podían contar con los dedos de las manos las personas que sabían quién era Nico.
Hace treinta años, hablabas de la Factory, de Warhol y de la Velvet y la peña te tildaba de frívola por "perder horas" escuchando música "del pueblo agresor que lo invadía todo". La falta de cultura era grande. El desdén, también. Esto da para otro post y es importante no olvidarlo.
Terenci Moix fue el único que me sorprendió a este respecto. Por entonces coincidí un día con él en casa de su hermana Ana y le sentí vibrar al contar detalles de lo que ocurría en la Factory, a la vez que trazaba un serio discurso de la influencia de "aquella casa de putas sucia" (así la nombraba) sobre la cultura contemporánea y todas las patas del pulpo de eso que llamamos arte.
Las editoriales tampoco querían pagar el adelanto que pedíamos para poder trabajar bien, lo que incluía viajes. Nos decían que para tener un libro sobre Lennon, por ejemplo, ellos pagaban tres pesetas. El gasto mayor ya lo había hecho el guiri. Y el guiri se preguntaba ¿Que hacen dos de de las Barcelonas queriendo escribir un libro sobre Nico? Ari era nuestro aval, en un momento en que Ari iba perdiendo los avales a marchas agigantadas. Aún así me hizo la lista de toda la gente que creía que debía decir lo suyo al hablar de la vida de su madre, e incluso les llamó. De Paul Morrissey hasta un lechero de Colonia, pasando por Rojas Marcos padre, y por supuesto, Bob Dylan. El trabajo nunca se llevó a cabo. Había que comer y los encargos eran otros. Por eso, ahora que tengo blog, voy desgranando cosas sobre ella. Incluso he llegado a pensar en escribir lo que está en las cintas, pero no creo que superara los cincuenta folios. Nico acostumbraba a poner la grabadora. Las cintas son suyas. Ponía la grabadora por si, mientras tocaba el órgano, le salía alguna idea para alguna canción y luego la dejaba ahí, incluso cuando hablábamos.
Mi mitomanía es de corto recorrido. El mito desaparece cuando asoma la persona y se da a querer. En aquellas cintas hay cosas que no transcribiría nunca. Cosas de viva el mito bobo y olé, que a ella no le hubiera gustado airear. Pero también hay otras muchas que escribiría en las paredes, sobre todo por qué estoy muy harta de oír hablar de ella cómo si solo hubiera sido la guapa imbécil con ínfulas culturales traídas de su vieja Europa, cómo el año pasado lo hizo Victor Bockris, en Málaga.
Nico era una mujer brillante, que leía mucho, analizaba y escrutaba hasta el hartazgo. Una mujer con gran sentido del humor, una amiga nido, una bruja auto destructiva de intuición más que afilada ("La cobardía es mía, ya sólo las tomo para poder para poder seguir siendo amable") que en lugar de volar a lomos de una escoba, gozaba viendo pasar los trenes, cómo cuando era niña y ayudaba a su abuelo en las tareas del mantenimiento de una estación próxima a Colonia: "Todo era felicidad hasta que comenzaron a parar trenes repletos de cadáveres, los soldados nos intimidaban y mi abuelo dejó de llevarme con él a trabajar."


1 comentario:

Locutriz dijo...

Querida Magda (permíteme el cariño, aunque nos conozcamos tan poco aún)... Me has dejado sin palabras. Gracias por tus cariñosas palabras y, especialmente, por contarnos más cosas de Nico. Ojalá escribas algún día ese libro, ya sabes que algunos lo leeremos con fruición (tal es el veneno que tenemos con todo lo velvetiano algunos). Sólo me gustaría puntualizarte una cosa, que a buen seguro desconocías hasta ahora. La Música Contada es un invento maravilloso del periodista y gestor cultural malagueño Héctor Márquez. He tenido la suerte de ser fan de este ciclo, de cubrirlo cuando trabajaba en los medios de comunicación y, finalmente, desde hace ya tres temporadas, trabajar en él como responsable de comunicación y ayudante de producción. Pero el mérito, la creación, el entusiasmo y la proyección de La Música Contada es de Héctor Márquez. Esta temporada estamos un poco de bajón, aunque la Universidad de Córdoba ha querido que los invitados de LMC sigan contando músicas, tendremos dos sesiones ahí con Kiko Veneno y Santi Auserón. Hace tiempo que le hablo a Héctor de ti, ya nos gustaría que vinieras, ojalá, algún día, tú y otros muchos melómanos que nos quedan pendientes. Y que podamos viajar con LMC a Mallorca, ¿por qué no? Un abrazo Magda, y lo dicho, ¡cuéntanos más!

Isabel