La espera y Antonio Di Benedetto





“Por la raya de tu espalda, -la de las piezas de lego donde se montan los huesos-, una astuta comadreja con cosquillas de corriendo te va poniendo contento y eso no puedo perderlo.
El verano en una barca con un remo en cada océano. No es complejo el complicado, el complicado es avieso. Y encima de avieso, tonto. Y todo lo tonto; yermo.
Si llegas en una hora, te voy a cantar lo opuesto”.
Lo anterior es una cancioncilla de verano, con vocación rumbera y de darle al ventilador guitarrero que ayer quedó inconclusa y hasta nueva orden estará también, terminada, que no sé si es una buena o es una mala forma de acabar las cosas, pero si la más frecuente.
En estos días de vacación (el plural sería excesivo) y entre muchos pequeños y grandes placeres, me he sumergido en la lectura de la Trilogía de la Espera de Antonio Di Benedetto. Me ha camelado un montón. Sus personajes más bien me dan grima, pero eso forma parte de la buena literatura. Y su forma de contar las cosas, de contar lo humano, me ha revuelto el alma como hace años que no lo sentía así.
Los amores veraniegos que no van acompañados de rumba ni de asombros literarios no son amores ni son verano.
Con los errores de Di Benedetto he tratado de corregir aquellas cosas que un día formaron y forman parte de mi sueño. Ante la altísima literatura del argentino muerto, no hay forma de hallar la imposible barrera entre formas y continente, ni de encontrar un espacio donde hincar la cuchilla entre el blanco y el negro.
Me cuentan que un crítico trató de hacer la división sin tomar las precauciones necesarias (guantes de amianto, careta de robot, insensibilidad fascista) y se le cayeron los dedos. Eso no fue todo, me cuentan que al tipo se le alisó el entrecejo de un golpe certero de imagen brutal del escritor pendenciero y ahora no ya no puede validar tarjetas Visa, tarjetas Máster Card ni tarjeta ninguna en los pliegues del espacio medio de su rostro, por lo que, el mil veces pobre, ha vuelto al corta y pega. A su condición natural.
El entrecejo siempre ha sido un atributo fisico  ponderado en exceso en la novela negra. Y es de carácter más bien traidor, como puede serlo un rubor repentino, aunque yo sigo creyendo que más traidora es su ausencia. Ausencia de entrecejo qué fruncir y ausencia de rubor.
Después de leer a Benedetto, estos post que he dejado de atender unos días, se me antojan rayotes para antenas de insectos y otros animalillos que llegan a mis cuadernos cansados de que sus autores,- casi siempre niños-, no les hayan terminado de dar una identidad. Porqué una cosa es que los humanos acostumbremos a dar por zanjados los asuntos en la media parte y otra muy distinta es que los asuntos no tengan sus recursos para acabar de ser y largarse de una vez por todas, contentos de haber sido.
Estos días, de fondo, sonaba Palestrina, el llanto de Jeremías y un buen amigo me hizo una observación: “Tanta intelectualidad no hace verano”. Lo decía por él, que es intelectual, y por qué sabe que me gusta tanto Motörhead como Di Benedetto y me da rabia habérmelos perdido hace unos días, cuando tocaron en Barcelona.
De Lemmy, el líder de la banda, guardo una elucubración en voz alta que cambió el curso del rock and roll. Siendo joven se encontró en una apurada circunstancia y se dijo: “El día que me vi despertándome en la playa y comiendo un pote de alubias con los dedos, supe que tenía que cambiar de vida”.
Lemmy se compró un bajo y le crecieron los enanos y los gigantes musicales.
Yo no sé que me voy a comprar o qué ciencia voy a indagar, pero lo Di Benedetto me ha dejado aturdida, como la falta de cubiertos, dejó en su día, al bajista de mis amores. Habrá que cambiar de vida, hacerla mucho mejor, conseguir escribir atando la forma al objeto del continente y tratando que el continente sea el secreto en voz alta. La altisima ilusión qué, a algunos es  nos lleva a escribir.
Viva el maestro y la raya de tu espalda, la de las piezas de lego que son huesos montaditos, cuando se ponen contentos.
Si no llegas muy deprisa y te abre la puerta un tipo, no soy yo haciendo el trans, es que me he vuelto charquito.








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