Acabo de leer una entrevista que se le hizo hace siete
años, al ayer fallecido actor Juan Luis Galiardo en el Ideal de Almería, y mientras
la leía, me daba la impresión de que el hombre me estaba hablando al oído. Me
hablaba al oído y hablaba a todo el mundo.
No le conocí casi nada, así que no voy a escribir un
obituario donde vacilar a la muerte contándole a la vida lo vivido con el
muerto, aquella vanidad última y a veces corta u excesiva, que nos permitimos
en la ausencia del otro. Galiardo fue un grandísimo amigo de uno de los pocos
amigos, por los que, -puesta en plan cheli-, me partiría la boca. Y desde el
Ideal de Almería, el Heraldo de Aragón, el Diario de Baleares o dondequiera que
le entrevistaran (además de desde la escena, su medio “natural”) también se
hace amigo mío. ¿O no es amigo un hombre capaz de desposeerse en voz alta de
todas sus miserias y reinventarse hasta encontrarse para llegar a ser lo que
era del modo que fuera pero sin joder a nadie?
Hay un tipo de hombres como Galiardo (de los que siempre
habrá mientras la vida siga y no siempre son actores) capaces de darle a la
vida lo que es suyo, con una valentía que da bríos a la esperanza y a poder
seguir creyendo en el ser humano.
Normalmente son desmesurados, vitales, listos y muy sensibles
para a las pequeñas cosas. Unos hombres que yo nunca escogería como novios,
porque dos y dos son tres coma cuarenta y ocho y a mí me gustan los números
redondos o los olvido. No miento en la suma. Me lo dijo un matemático de
renombre y cuadernos emborronados.
A veces, a tipos como a Galiardo (ved que no me refiero a
él como actor, si no como persona) se les tilda fácilmente de machistas sin
reconocer qué sería de algunas de nosotras con un pito entre las piernas, por
pura intransigencia loca, loca. Pero esto último es atender al surf. Siempre me
voy a lo más fácil y mira que me tengo dicho lo de no caer en bobadas ajenas.
Con personas, con seres humanos como Galiardo (os invito
a leer sus entrevistas en la red) las líneas del metro se amplían. Con gente
como él ya no deberíamos ir solo de Altamira hasta Progreso. El metro tendría
sus meandros, como los ríos.
Descanse en paz este hombre que se ha ido entre un montón
de despropósitos sociales el día anterior a la noche más larga de verano. La noche
que invita a quemar todo lo que quieres dejar atrás y a sembrar nuevas
semillas. El mismo día de su santo. La noche y el día en la que vivió,
reinventado, casi toda su vida.
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