Ondas gravitacionales




Lo que el mono de tabaco me ponía muy difícil, ponerme a escribir, lo consiguió Einstein. Cuando mas notaba la ausencia del cigarrillo era al sentarme a trabajar, así que traté de tomármelo bien para no aumentar la ansiedad. Intenta permanecer tranquila, no pasa nada si pasas un tiempo sin escribir, me dijeron. ¿No pasa nada? Me ahorro los símbolos de exclamación.  En este periodo de tiempo al que hago referencia, en un día de hace unos cuantos, vinieron los diarios anunciando algo alentador en las portadas. No hablaban de esas cosas cotidianas de la sinrazón y de la inmundicia, ni de las otras del esperpento, sino  de que la teoría de la relatividad formulada por Einstein cien años atrás, se había demostrado en un punto. Me puse muy contenta. ¿De modo que las ondas gravitacionales tenían sentido más allá de un texto de canción de Franco Batiatto? La noticia venía a llenar un agujero de curiosidad que siempre he sentido por la física, en la misma medida que lo siento por la filosofía, por la poesía y por la buganvilia, aunque pueda parecer que no, dado que vivo más cerca de lo último y no estoy muy capacitada para comprender lo primero si no es en base a lo segundo.
Pillé un par de libros sobre el tema en la librería low cost de Casanovas con Gran Vía y más contenta que un ocho (parece que esto va a resultar ser un relato muy personal)  me fui andando hasta la casa de Reyes Torío, mientras trataba de aprehender en mi interior lo que son las ondas gravitacionales; vibraciones que provocan deformaciones en el espacio-tiempo, el material con el que está constituido el universo. ¿Tendríamos que reformular la definición de la palabra tiempo o buscar otra para hablar del que pasa tan rápido o del mucho que hace que no nos vemos? A las pocas horas, tan exultante como ignorante, me vi, junto a la amiga que dinamitó cuanto pollo se le puso por delante allá en los ochenta (y sigue en ello, aunque ha cambiado de especie animal a tratar de asesinar) en la Sala Apolo, en un concierto de bandas británicas de punk. Abrió el cantante de TVSmiths acompañado  por la banda que le montó Jonathan Suzy Chain, el pequeño maestro, que tocaba el bajo y siempre anda espoleando la historia del rock and roll, siempre está en activo. Cada vez que le veo en directo, -eléctrico como pocos-, hay un momento en que le recuerdo en casa de Ana María Moix cuando era muy chico, galopando por el pasillo junto a su amigo Borja Farré con el que sacaba sonido de guitarras imposibles y luego se le hacían oír a la mejor escritora del mundo.
Aquella primera parte fue muy buena, el público, gravitando entre el espacio y el tiempo, parecía dividido en dos, pero mezclado en una sola masa.  Por una parte estaban los neo punks y por otra los de primeros síntomas de artrosis, pero ninguno, creo, de la edad del cantante de UK Subs, Harper, que con setenta y tres se ha currado una gira de mes y medio tocando cada día y mira que saltaba. ¿Cuál era la materia de la que está hecha el universo? ¿Podemos hacer que la energía de esta materia influya de igual modo sobre cualquier ser humano? Para acabar de redondear el trabajo, Reyes me vino a decir que le parecía que uno de la cresta azul que se la atusaba sin parar y pegaba botes, fue uno de sus primeros novios cuando solo hacía giras entre Santurce y Bilbao. Podía haberle dicho, nena ¿de qué vas? Pero si el chaval no habrá cumplido los veinte años. Pero callé, a mí me parecía lo mismo, me daban ganas de saludar a las chicas de crestas y de engarzarme con todos aquellos rostros jóvenes, con quién, de buen seguro, había pasado muchos días y muchas noches por estos mundos de dios. Sí, eran los mismos de siempre, los que estaban en los ochenta, solo que nosotras, creo que por un momento, también creímos, si no estar en los ochenta, ser como ellos, ser ellos. Uf. Me pareció que me partía un rayo gamma. Las vibraciones provocan deformaciones que se quedan ahí, quietecitas en el espacio-tiempo, pero cuidado, pueden pasar siglos y llega un científico y encuentra el material que arrastramos con la majadería a cuestas. En aquél espacio, tanto Reyes, como servidora pertenecíamos más a las teorías, hoy despatarrantes, de Newton, donde todo lo que se mueve puede hacerlo más rápido que la mismísima luz, que es lo que hacíamos cada día en los ochenta, en el post punk. En tamaña encrucijada sensorial me entraron unas tremendas ganas de escribir. No de fumar, si no de escribir, y también de ponerme a medir diámetros de agujeros que las ondas abren al arrasar con todo, cuando de pronto escuché un solo de guitarra como de guitar hero, nada de aquella manera de lijar sierras eléctricas contra cuerdas que tenía, por ejemplo, el añorado Tio Modes de la Banda Trapera del Río. ¿No estamos en un concierto de punk? Le dije a Reyes. Con el tiempo que han tenido ya han aprendido a tocar mujer, no seas ortodoxa, me dijo para distraerme. Y es que la tía se había encontrado a uno de sus fans. Esperé un tema más pero me bullía el interior. Algo había roto la onda y era aquél guitarrista japonés que punteaba fino punteando guarro. O era mi cabeza que iba desde los botes que pegaba Harper con setenta y tres a los desaguisados de indolente belleza de los de veinte, e iba tratando de resolver fórmulas sin tiza y sin pizarra. Además, la bolsa de plástico en que descansaban los filetes que había comprado para la cena se me había anudado en la muñeca como una maldición. No se va con la compra a un concierto punk, me dijo Reyes cuando traspasábamos la puerta de salida del Apolo. Y entonces me di cuenta que le nombre de la sala también acompañaba todo aquél sueño que vivía despierta. El Apolo. Fue la primera noche de mi vida en que permanecí despierta junto a mi padre. Bueno, despierta no, porque la cosa se alargó mucho. ¿Ya han llegado a la luna? Echa una cabezadita que te aviso. Cuando llegué a casa, no el día en que el primer hombre pisó la luna, que ya estaba en ella, si no el primero en que los humanos tuvimos noticia de que ya hay suficientes recursos para investigar que pasó al día siguiente del Big Band, no arrancaba el ordenador. Tuve que recuperarlo de un sueño de gravitación y jodienda con el software en la disquetera, y es que ya tenía ganas de escribir, frenesí, y me importaba un pito el tabaco. Desde entonces no dejo de leer sobre el universo. Extiendo las teorías físicas sobre mi propio físico si hace falta y si bien siento que no hay nada más osado que la ignorancia, también noto que no hay nada más hacedor de vida que la curiosidad. Con el tiempo hallaré la fórmula que me hará regalarle a Reyes las coordenadas del punto exacto donde empezaron a descomponerse sus pollos, para alentarla a seguir desde otro lugar que será el mismo, una mente ágil y buena comunicadora como pocas, que al igual que las ondas halladas, ha de conciliar la gravitación con el índice máximo de velocidad. Y ahí nos volveremos a ver todos antes de ayer, subidos a la punta de la aguja del imperdible, manteniendo el equilibrio como  duendecillos empecinados, siempre inventando nuevas fórmulas, material de arrastre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que bien escribes jodida y describes oi oi oi