Felicidad para Ana María Matute

Dibujo de Ana María Matute a los cuatro años.
Hace dos días fué el cumpleaños de Ana María Matute. Para ella y los que saben contar, ha cumplido mogollón. Para los que la queremos, ha tenido una fiesta de aniversario y nada más. No conozco a Ana María Matute. La he visto tres veces en mi vida y ninguna ha sido tan decisiva ni tan maravillosa, como todas y cada una de las horas en que me he dedicado a leerla, releerla y volver a hacerlo. Entrada en la edad de releer, sólo la he releído a ella. Y a Flaubert.
Pero a Ana María Matute, a quién disfruté de niña y adolescente, la volví a leer años mas tarde, en voz alta y a la hora de la cena, para que mi hija y su hermano consiguieran engullir los purés de calabaza.
La historia de Paulina empezó siendo un metódo de inducción a la verdura y se convirtió en lo que era: literatura o cuentos, queremos más. Cuando acabé Paulina, les dije a los niños, que entonces tenían siete años: "Bueno, quizás he escogido una historia demasiado triste." y ellos dijeron NO!!!!!
Desde entonces, cada vez que veía a mi hija leer a Ana María Matute, yo la releía. La niña estaba muy contenta porqué creía trajinar con libros de mayores. Yo estaba muy contenta por volver a los únicos libros de siempre que he tenido en mi biblioteca.
El viejo tema de autor y obra, en el caso de Matute, no se cumple. Basta mirarle a los ojos. Tiene una mirada de adulta, adulta que nunca ha negado la infancia, infancia. Ha conservado los lacitos rosas y el vértigo ante el abismo. No hay blanco sin negro.
Me pregunto qué hace para sobrevivir a tanta empatía como siente ante dolor y placer. Me lo pregunto sin querer saberlo.
La Matute es única, un trébol de cuatro hojas, una académica de la lengua, lengua. De la lengua atávica y de la lengua forma caligráfica y contenido. Me gustaría que Ana María Matute fuera inmortal. Es la primera vez que digo y siento una tontada de tamaña proporción. No me gustan los panegíricos, por sinceros que sean, si no pueden llegar (véte tú a saber) al buzón a quién están destinados. Que la felicidad la ampare.

1 comentario:

Antonio Alfeca dijo...

...y que nunca perdamos el niño que llevamos dentro