Así en el mundo como en las casas

Ilustración de Mirna Parvati
Le han pegado una patada al amor. Lo han doblegado, esquivado, descuidado. Así en el mundo como en las casas, pero de lo suyo no hablan los telediarios ni la tele basura.
Los dos llegaron a Barcelona desde distintas partes de Europa. Se conocieron a la salida del Café de la Opera y al cabo de una semana él plantaba su cepillo de dientes en el apartamento de ella, que le cosió un mullido cojín.
Durante mas de diez años de convivencia, han tenido dos hijos que hablan catalán, han alentado negocios nocturnos y se han querido como nunca se puede amar a nadie, amor, que bonito es amar.
No saben cuando ocurrió, ni quién perdió primero la dignidad y el respeto y se fue tras de ellos. No importa marcar la salida, aunque sus conversaciones ( cuando logran iniciar una) siempre van para atrás: Desde aquél día, desde entonces...
El polvo se va amontonando en el apartamento, se cuestionan la pertenencia de los objetos, la orientación del olvido...
Los niños juegan en los rincones para no molestar. Alzan castillos con piezas de madera que vuelan como hojas de fumar sobre sus pies. A los niños tampoco les impresiona el impacto de la madera contra las cosas.
No hay violencia física, pero los chavales creen que sí.
Los amigos suplican: no sigáis por ahí, pero como son generosos, callan y atienden. Alguien tiene que dar el primer paso. En France Telecom han sido necesarios veintitrés suicidios de sus empleados para que el gobierno se preguntara si algo iba mal en la empresa. Así en el mundo como en las casas, a los humanos se nos echa de menos la acción ante el desastre.
Entre ellos fue verse y liarse. Al cabo de una semana ya plantaban el cepillo de dientes en el tiesto del otro, en el corazón del otro, en la vida del otro. Ahora discuten sobre quién tiene que pasar la escoba, la aspiradora, cambiar el rumbo del huracán.
Ayer, ella me dijo que era como tener una sensación jabonosa en la boca todo el tiempo. La sensación de haber mordido algo que no está hecho para ser comido. Él me sacudió una mota de tabaco que tenía en el hombro de la chaqueta. Los dos dijeron buenas noches y les vi bajar calle abajo, por Ciutat Vella, un poco mas separados de lo que anda una pareja que va en la misma dirección. Los niños gritaban: Barça, Barça!! y a cada rato les tenían que llamar la atención para que avanzaran para casa con la pelota sin hacer daño a nadie.

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