Ambulantes

Tengo un amigo muy querido que es el presidente (un paso al frente) de un gremio que da cabida a los vendedores ambulantes que por Cataluña van y vienen. Alejandro, -mi amigo y presidente-, me viene dando vidilla a tiempo parcial desde el aterrizaje afectivo diagnosticado y la caída de la industria de la gamuza azul, lo cual le agradezco con entusiasmo, sobretodo cuando se trata de meter doscientas paradas en un recinto (algo en lo que sólo colaboré la semana pasada a falta de suplentes) y os juro que trajinar con metros cuadrados, productos de venta y vendedores ( muchos de ellos de etnia gitana) se parece mucho a producir un disco del Pollo, de Miguel de Badajoz, del Lebrijano, de la Cathy Claret ( viva la familia) o de Romero San Juan ( creo que Romero no es gitano, pero sus músicos, si) A diferencia de lo que cree la gente, los vendedores ambulantes; payos y gitanos; pagan autónomos, cotizan en Hacienda y tienen todos los papeles del sistema en regla, o no montan en ningún lugar, de modo que su vida crematística no es para nada boyante y menos en tiempos actuales de marrón. Por si fuera poco, ahora, a los de Hacienda (delicados y oportunos) les ha dado por perseguir a los vendedores. O están dados de alta en autónomos todos los que están detrás del mostrador o les pegan una multa de seis mil euros por cabeza desatendida. A juzgar por la ventas, que paguen tres miembros de una misma família es totalmente inviable. De eso y de poco mas se habló durante la producción de la semana pasada.
Mientras Alejandro, el presidente, junto a otras presidentes de otros gremios y asociaciones se entrevistaban con la administración para subsanar quijotadas, los hombres y mujeres que acudían a la oficina a por un hueco del escenario que montábamos, mostraban su indignación. Mientras unos jaleaban su dolor, otros se ensimismaban.
Me sorprendió el silencio de un hombre, que entró solo en el despacho. Era muy parco en palabras, pero de pronto preguntó con un profundo hilillo de voz si sabíamos algo nuevo sobre el caso, para, acto seguido, pegar un golpe seco sobre la mesa; diciendo: “Si me tienen que poner una multa de seis mil euros porque mi hijo mayor viene conmigo al mercado, es mejor que me peguen un tiro. Sería más humano.”
No fue como producir un disco.

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