La vieja evidencia de siempre





Un día de estos, volverás a bajar por la ensenada
con el pelo alborotado y un estudiado aire de desidia.
Ni tu ni yo tan necios como para no saludar
la buena fortuna de encontranos,
ni tampoco tan ingenuos
como para no oír el ruido del vacío
atusándonos. ¿Quién dijo qué
y cuando dijimos basta?



Lamentable moral la de los amantes
que no cubren los despojos de los besos.
Y triste tarea la de adjudicar acciones:
"Deberías de haber desplegado los mapas,
Resistirte."


El obsesivo timbre del teléfono;
cuando das con la fórmula del diazepan
y la de la cocaína, me revuelve contra tí.
Tu boca no tiene pez.
Nunca podrás morir por ella.


Tienes, sin embargo, un torso dulce,
la gratitud del sabio y mucho de señor de antaño.
La culpa no fue del rock and roll;
pero sí la delicia de encontranos.


Hoy me sonrojan todas tus hazañas,
perdona mi vanidad, no tiene hueso.


Así que vuelve a bajar por la ensenada,
para hacer ver que no ha pasado nada.
Otro cate de amor; cero absoluto
y la inexplicable, amplia, hermosa,
indescifrable sorpresa de los días,
a la que me entrego desde tí
empecinada. Algún día, alguien,
me mirará a los ojos y sabrá el secreto.

Aquél por el que temiste quedarte sin tí,
sin mí.
El viejo miedo de siempre:
Amar es soledad amplificada.
(Lo demás viene luego si lo ganas)





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