La tinta del calamar ( la que nombró Alberti)

el deseo y los calamares (?) según Mondrian

Cuando el deseo tiene un fin imposible, te libras de la muerte, del fin y del deseo. Txispa, esto te lo digo ahora, de un plumazo, por no verte sufrir. No esperes pócimas mágicas. Somos amigas y acabamos de colgar el teléfono y a mi me ha dado por escribir en el ordenador.
Marta (mi vieja amiga Marta, madre de la hija de Copito de Nieve) de la que he hablado mucho en este blog, no se libró de su deseo por el simio albino, ni aún cuando hubo copulado con él; no una, si no cien veces y cien noches, estuvieron gimiendo a la luz de la luna, mientras las jirafas aplaudían.
El deseo es nuestro pero lo acciona el objeto del deseo, que casi siempre es humano. O animal, como en el caso de Marta.
Lo que no sació nunca el deseo de Marta por su amante, no fueron tanto las artes amatorias de él; -grandiosas, según tengo entendido-, si no el modo con que Copito sostuvo y alargó el deseo de ella, al despertarle otro deseo y una necesidad mas imposible de lograr; la de querer conocerle del todo.
El resto de la historia ya la he contado en otra parte.
Lo que quería decirte, Txispa, es que al colgar el teléfono, -entre la intensidad de tu relato y mi melancolía actual, no lo he recordado en su momento-, es que la penúltima vez que me vino atizando el deseo, como ahora te atiza a ti (con distinto fin y objeto) fue decirlo. Me jugué la carta, me comí la vanidad y dije "Te deseo". Antes, me llené de razones: O hago esto y que salga el sol por Antequera o por entre los muslos o me convertiré en flujo con alma.
También puedes probar con aquella otra premisa tan de moda que consiste en preguntarte ¿Qué deseo oculto canalizo a través de este deseo? ¿Será que no deseo y creo que sí? Si te pones a hurgar, hallarás mil montañas por donde despeñar el deseo y hacerlo pedazos. Te neurotizas, te crece el diámetro del ombligo y acabas por desearte a ti misma. Pero yo sé que tu deseo parte del mismo deseo y no hay gato escondido tras éste padecer que solo te concede el placer de un onanismo que satisface la calidad del cutis. ¿Qué hacer?
Ay, nena, que difícil lo pones. El deseo que mata, no muere. Lo que puede morir, a la larga, y si has consumado el deseo, es la imagen que te has hecho del otro, ya sea porque no coincide con tu deseo total o porque coincide tanto que optas por hacer el gesto de matar, ante de que te mate, de nuevo, el deseo de querer abarcarlo todo.
Tú, Txispa, eres muy ducha en la materia boba de lustrar pistolas, aunque esta mañana no me hablabas de esto. Me hablabas de un deseo de imposible fin. Por eso has colgado el teléfono con una rapidez que no se corresponde al modo con que te gusta desarrollar las cosas.
Has colgado rápido porque sabías que el diálogo era en espiral y en negro y que la cola del pez ya está mas que mordida. Prueba de arrancarle la cabeza a la merluza, entre la soledad y la soledad.
Tu llamada, me ha dejado un ánimo suspendido entre la melancolía en la que me balanceo estos días, y un deseo; el mío ( con distinto objeto y fin) al que maté a navajazos hace unos días; dejando la casa, las canciones y unos folios perdidos. En estos tiempos, no puedo permitirme irme tras el deseo. El deseo exige un contexto inmaculado, o al menos, soportable. No miento si te digo, que hoy, ahora, mientras escribo esto, me ha vuelto a salpicar la sangre del cadáver del deseo al que hace unos días creí enterrar. El día tiene bajones que la noche quiere para sí. El día que no va al río, el día que no va al mar y "Ay, niña (tanto darle a la olla y lo que nos mancha todavía) la tinta del calamar".



















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