Cuento de Navidad


No soy muy amante de los cuentos de Navidad. Recuerdo, de cuando la navidad era yo y también podías ser tú, un volumen de cuentos de navidad del maestro Dickens, que tenía mucha tela. No sólo te ablandaba el corazón al leerlo o cuando te lo contaban, si no que tenía poderes: o te convertía en alfombra o te llevaba a las barricadas de un solo brinco. ¿Y la Cerillera? ¿Y aquél del gato abandonado que se pasaba la noche entera bajo la nieve, hasta que alguien advertía que se estaba quedando tieso? Dirty realism o una continua alteración sentimental entre lo cursi y lo bravo. La vida nos ha demostrado que aquellos cuentos eran caramelos de toffe embrollados entre los dientes y el paladar; dulces al fin. Y de gran maestría literaria.

Mi cuento de Navidad:

Hace unos post escribí sobre un saxofonista al que escucho cuando toca en el vestíbulo del metro de Plaça Universitat. Toca temas standars y los interpreta para la piel de galllina. Post-Navidad y por unos milagritos del internet, el saxofonista, de nombre Joaquín Gómez, leyó mi post y se puso en contacto conmigo. Dos dimos las gracias en ambas direcciones, aunque fue él quién me contó este cuento de Navidad que yo sólo transcribo: "Formo parte de una asociación; la Mouc que aglutina a los músicos que tocamos en los Transportes Metropolitanos de Barcelona. Cada quince días celebramos un sorteo para conocer los emplazamientos. Es una Asociación en la que hay mucha solidaridad, ni un mal rollo. Y grandes músicos, desde catedráticos de guitarra clásica a cantautores, gente de todas las nacionalidades. Los de aquí somos los menos. Tengo cincuenta y cuatro años, vivo con mi mujer y nuestro hijo en una población costera. Siempre he trabajado cómo comercial para grandes empresas. Estímulos, dividendos, marketing. Nunca fui feliz. Soy autodidacta, de modo que cuando me sacaba el traje y la corbata pillaba el saxo y me iba a tocar debajo de un puente, donde no pasaba nadie. Había llegado a estar siete horas tocando. Mi mujer me llamaba: "Nene, ya va siendo hora de volver a casa". Siempre que pasaba ante un músico callejero me detenía. Nunca los he visto como mendigos, si no que valoraba lo que me estaban aportando, incluso me daban envidia. Si alguna vez lo comentaba con mis compañeros de trabajo, ya te puedes imaginar sus respuestas. El mas "sensible" de todos era el que pronunciaba aquello de "pobre gente" y yo le respondía que la pobre gente éramos nosotros, siempre corriendo para tratar de doblar los objetivos que nos pautaban.
Cuando las cosas se empezaron a poner mal, me alegré mucho. Sí, sí, he dicho lo que he dicho. Me alegré, porque pensé que aquél era mi momento. El momento de tomar el saxo y tocar. Fui a la Mouc y aquí estoy, trabajando a diario. Los primeros días en que salía de casa con el carenado del carrito de la compra en el que ataba el bafle y el saxo, fueron muy duros. Mi mujer se quedaba llorando. Ahora es feliz porque me ve feliz. Siempre digo que tocando, tocando en el metro, al final de la jornada has vivido un noventa por ciento de indiferencia y un cinco por ciento de magia. Yo me quedo con el cinco por ciento. Jóvenes que se ponen a bailar, la viejecita que se te acerca, te pone un euro y te hace saber que su marido también era músico; quién no pone nada pero te sonríe...
Cada día recibes un estímulo distinto. Ahora me gustaría trabajar para que la Asociación, la Mouc, se de a conocer como una asociación profesional, que la gente se sensibilice hacía nuestro trabajo. Bueno, sí, también tengo bolos por ahí, pero el metro es el día a día. Cuando llego a casa, nos reunimos los tres ante la mesa y pongo encima el dinero recaudado. Lo contamos entre todos y el pequeño siempre acaba diciendo: "!Somos ricos!". Yo le digo que no que no somos ricos, pero somos felices."

Lo que mas le gusta a Joaquín es el blues. Lo que mejor interpreta.































2 comentarios:

Lily dijo...

Preciosa historia, feliz Navidad

Viviane Vives dijo...

Hostia, que maravilla, gracias Magda, gracias querido Joaquin!