Discapacidad capaz

                                                                  Antonio Centeno

El día que una mujer de una aldea perdida de algún condado inglés, le dijo a su padre que quería y debía votar, se debió montar un "anda ya" importante, según la intransigencia del progenitor y la vehemencia de la campeona.
La historia se escribe por los logros alcanzados. Y los logros son todos los que se consiguen a favor de la dignidad y la libertad de las personas.
Antonio Centeno trabaja cómo matemático y es el director del Forum Internacional por la Vida Independiente. No le conozco, sólo le he oído hablar. Tiene una discapacidad física de casi el cien por cien. Para vivir solo, necesita soportes externos mas allá de los soportes "naturales" que las personas sin discapacidad física o psíquica necesitamos por el hecho de vivir solos. Me pregunto cuál es, en rigor, la diferencia entre el soporte "natural" y el soporte "especializado". Y me respondo que la diferencia es la mirada social, no el tipo que sube el pan, sino la mirada de la gente.
Unos jóvenes de la banda del nexo juvenil con el que habito, me decían que en un sorteo de adjudicación de pisos para jóvenes del Ajuntament de Barcelona, se les adjudicó uno a una pareja de chicos con el síndrome de down, y unos gilipollas que estaban ahí, montaron en cólera.
Me decían los jóvenes que hubo que contener a estos gilipollas y que los chicos con síndrome de down, fueron los mas asertivos y chuletas en el entuerto que se lió, porque uno de ellos, al que el gilipollas había llamado "puto subnormal", se levantó de su asiento y le espetó una máxima que omito porque luego el chaval se sintió mal de haberle pegado el bocado en el alma, y no seré yo quén le recuerde el mal trago. 
Resulta que la cosa acabó bien porque los anormales gilipollas se largaron y los demás se fueron a tomar unas birras.
Advierto con alegría, que los jóvenes del grupo del nexo juvenil con el que habito, ya no llaman subnormales ni mongólicos a los muchachos con discapacidad intelectual. Nosotros si que lo hicimos. Y nuestros antecesores más. Hace unos años y a partir de cierta edad, los muchachos con el síndrome desaparecían de las calles (casi siempre al morir sus padres) y acababan sus días en oscuras residencias.
Mientras los niños con discapacidad intelectual eran admitidos socialmente, los adultos pasaban a ser un estigma, un espejo roto donde nadie quería mirarse. Ahora ya no.
Lo mismo para la discapacidad física, cuando ésta era muy flagrante. Puedo imaginar de donde venía toda aquella porquería sentimental, pero era ver a un tipo con silla de ruedas y santiguarse. Se les infantilizaba, segregaba, o se les adjudicaba un valor extremo por discriminación positiva, que daba asco.
Se les amaba, compasión.
Al comenzar la entrada he mencionado a la mujer perdida en la aldea británica, requiriendo su derecho al sufragio.
Hoy en día, la voz la tienen ellos, los supuestos incapacitados. Quieren vivir en casas, cómo todo el mundo, tener derecho a elegir si van a dar con sus huesos a una residencia, a quién votan, a quién leen, si se casan, o se mantienen célibes hasta los restos.
La voz es suya, también la de los discapacitados físicos.
Dice Antonio Centeno que entre unos y otros no hay diferencia, que es mas lo que les une que lo que los separa. Lo que les une, digo yo, es la necesidad de un soporte externo especializado y la mirada social.
Si todavía hay personajes públicos y lustrosos que dicen ( lo leí a Elvira Lindo) que las actrices son más bien tontas; por actrices y guapas, me pregunto qué no se va a decir de los discapacitados de toda índole.
Tienen un trabajo enorme. Nada menos que cambiar la mirada social, la mentalidad de la sociedad en la que quieren vivir plenamente, cómo cualquier ser humano.
Quieren decidir por ellos mismos. El mundo avanza. Aunque no lo parezca, el mundo avanza, porque los jóvenes de mi nexo personal, de una forma "natural", ya no discriminan a nadie por su capacidad o discapacidad. Ni les beben los vientos del buenismo súbito. Los tratan cómo iguales. Ya sé que no son todos, pero de algo ha de valer la educación. Y vale.
Para acabar, una anécdota cierta y de discriminación positiva, para dar lustre y valor a su lucha y porque no dejo de ser cursi. He jugado al Trivial con dos discapacitados intelectuales de mi edad que me han ganado por goleada, sobre todo en las preguntas de historia. No era la lista de la clase, pero me pregunto cuanta peña del gilipollismo ancestral, colocaría a los luteranos en su época y a la Inquisición en la suya. La educación vale. Es lo único que vale, junto al amor y la certeza de sentirnos todos iguales, aunque no ganemos ni al Trivial ni al parchís y les peguemos palizas al ping-pong.


1 comentario:

anna blau dijo...

Ay que me encanta leerte!!! yo al trivial soy lo peor, mis amigos me aceptan pk de amor voy sobrada. Y al pim pon me apunto en una placeta de esas con sol! besos y graaacias