Cantos rodados

                                                   
He pasado el fín de semana con un cólico nefrítico. A estos dolores les tengo pillada la medida, son muchos años dando la vara. Ultimamente tengo uno por año y toco madera. Los últimos que he tenido, han sido, casi siempre, en los cambios de estación. Mi urólogo, que formó parte del equipo que me operó a los trece años de una cálculo (un mini rolling stone) que me obstruía el conducto urinario no se lo cree. Es muy intransigente. Yo le digo: “Hombre, no es necesario que haga un acto de fé, le basta con atender las fechas de las últimas consultas.” Las mira y dice: “Es casualidad. Si tienes piedras en el riñón, estas se mueven cuando les da la gana. Si no las tuvieras, si que me creería que pudieras cursar un estado de dolor inespecifico sólo en los cambios de estación, pero si existe la prueba objetiva del dolor, que es la piedra, es sólo casualidad que se mueva en estos periodos.” Cómo siempre que le llamo para decirle que me ha dado el yu yu nos decimos lo mismo, ya no nos decimos nada, pero cuando empieza a hacerme efecto el chute que me da, me permito algun chiste: “Señor doctor, usted que ha visto tantas cosas ¿Alguna vez ha podido deleitarse con un pedrusco primaveral al que le haya florecido un brote de tomillo? ¿Y de albahaca?
El se rie pero no deja de ser un hombre de ciencia y va a lo suyo.
En la otra parte de la moneda, tengo a mi madre, la del parir, que sostiene la teoria que siempre que tengo un cólico nefrítico es porque he sufrido un disgusto. El sábado fuí a verla y le dije que no me encontraba bien. Me preguntó si había tenido algún disgusto. Y como se, -por experiencia y por tortilla del sandwiche en el que me encuentro-, que a las madres no hay que darles siempre la razón, por qué terminan/amos por creerselo/ernoslo, le respondi con una evasiva: “Si, la muerte de Liz Taylor me ha dejado cantando saetas.” Ella, que es delicada y muy “de la broma”, me respondió: “Si hija, sí, peor lo pasaste cuando murió Richard Burton, que te metiste en un convento.”
Soy de las que creen en el poder de la mente, pero no tanto como para deshoir el peso de la fatalidad en si misma, que también existe. Hay algo que siempre me ha escamado de los humanos cuando jugamos a ser divinos y más de una vez me han parecido aberrantes ciertos comentarios que si bien van dirigidos a hablar de salud, acaban siendo un juicio de valor sobre la persona que padece una enfermedad.: “¿Dónde dices que le duele? Ah, faltaría más, es el órgano de los tarambanas.”
El dolor físico ha servido para despozoñarme de un dolor moral que ha venido a ser un máster de vida en la hora del canto rodando de la misma y va de sobre cómo el poder, utilizado de malos modos, o sólo como poder en las relaciones humanas, hace más daño que el corte de una navaja.
Aliviada de una cosa y de la otra, me re vertebro (el verbo esde Ari y habla de recuperar el porte personal) acompañando al cole a los dos hijos varones de mis amigos. Hug, el pequeño, de cinco años, me da buena cuenta de cuál ha sido el motivo del movimiento interno de la piedra. Ante su buena razón, me olvido de echarle las culpas a la primavera, y de las razones de mi madre y de la ciencia: “ La piedra se ha movido por qué estaba sola y quiere estar con otras piedras.” No hay dos sin tres.



          

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