Uno de mayo


Lo de suplantar el día de los trabajadores por el día de la madre es algo que viene haciéndose desde hace muchísimos años, porque yo me recuerdo, de muy pequeña, saliendo del cole con una cartulina en la mano ( en la que había un poema, en la que había una rosa dibujada que parecía un clavel, que parecía un huevo frito de color rojo, sostenido por un tronco ondulado, color verde fosforito) que a veces llegaba a casa algo descuajeringada y había que guardar hasta el domingo ( todo lo celebrábamos en domingo) en que después de comer se le entregaba a la mama con gran alegría por parte de todos, mientras le deseábamos toda la felicidad del mundo y todas las rosas a sus pies. Tras el griterío general, había que leer el poema en voz alta, de pie sobre la silla, momento en el cual, mi hermano, aprovechaba para hacer una coña y mover una pata de la misma (Ai que caus. Ai cacaus i avellanes ) porque él ya no se subía y le hacía gracia que yo todavía rimara mamá con maná y se me fuera la olla en unos poemas del gran delito y la emoción contenida.
Lo de suplantar lo concreto por lo colectivo, se volvió del revés, y al cabo de los años volvimos a celebrar el día del trabajador, de todos los trabajadores del mundo, aunque no hubo día en aquellos días de manis y de primavera, en que no llamara a mi madre para cantarle oh sole mío.
La vida, que rula y rula y con ella el tiempo, que es el ritmo, me devolvió lo concreto, cuando la Júlia empezó a subirse a la silla con sus poemas y sus rimas y me llamaba “vida mía qué guapa soy qué tipo tengo”. Bueno, eso no me lo llamaba, eso es una canción de Papá Levante, pero me ha ido al pelo.
Ahora, hoy, ahorita mismo, que escribo desde el hospital en que vive mi madre, sentada a su lado, mientras ella lee, parecemos un pesebre sin san José (creo que se ha largado del mundo celestial porque no quiere compartir honores con Wojtyla) y siento que lo concreto y lo colectivo está más embrollado que nunca, cómo debe ser, por otra parte, si no queremos que el ombligo nos engulla, pero con un plus trágico que nunca es legal. Ni necesario.
Mi hija me llamará a las tantas porque está en el Viña Rock y el año pasado, en estas mismas fechas, -que también estaba ahí, y entró gratis gracias al gran Mariano Muniesa del rock and roll-, me llamó porque fue el mismo Muniesa quién le recordó que aquél día era tal magno día, para felicitarme mientras me hacía una crítica musical de no sé que grupo de hip hop que seguro que no me gusta.
Mañana lunes, la niña adulta y mi madre anciana, se levantaran las dos a la siete de la mañana. Una porque así lo indican las normas del hospital y la otra porque tendrá que irse al curro (vivan los becarios que quitan puestos de trabajo que trabajan por el morro y el ovillo social de la indignación) haya ido o no haya ido al Viña Rock y me dejará el baño perdido porque después de ducharse se prueba modelitos. Contestataria y pija. O mejor la llamo coqueta, que en eso salió a su abuela.
Muy contentas de habernos parido las unas a las otras. Felices de haber sido inseminadas y haber parido hombres que a su vez inseminarán a otras mujeres, hoy celebramos el día de la madre, sabiendo que suplantamos lo concreto por lo general y esperando que el marketing del acabose, tratando de hacernos olvidar lo colectivo, -al paso del tiempo, al tempo del ritmo-, no acaben por hacernos celebrar el día del pez; que es de dónde venimos, si establecemos como fiable la teoría de la escama.

Doy por concluido el post después de que en la habitación haya entrado una enfermera que cuenta que ahora le toca atender al doble de enfermos que hace unos meses. La enfermera, que es madre, recibió ayer de su hijo una cartulina con un poema y un huevo frito rojo dibujado.
El que es una rosa y es un clavel y se sube a las sillas.




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