Foto de Samuel Rodriguez Aguilar
Los jóvenes que ayer entraban y salían de casa y por la mañana habían estado en la acampada del Parc de la Ciutadella, apretaban los dientes. Saben que con la violencia se puede llegar demasiado lejos. A generar una violencia imparable. Por eso han huido y huyen de ella y lo han hecho desde el principio.
En las asambleas de Plaça Catalunya, megáfono en mano, todos los días y más de una vez rezaban su mantra: “No tengáis en cuenta a nadie que incite a la violencia. No cedáis a los discursos violentos. Esto es un movimiento pacífico” Habían pillado a varios infiltrados de discursos airados dispuestos a tirar piedras y lo que se les pusiera entre las manos. Dos de ellos les robaron unos ordenadores. Un secreta con pocas luces, pilló una buena turca ( otro manta era que no se bebiera alcohol en la Plaça:”Esto no es un botellón”, decían varios carteles y se habló con los pakistaníes para que sólo entraran agua y cola a la Plaça y la cerveza la vendieran traspasada esta) y acabó olvidando la cartera que le delató.
Lo que cuento son anécdotas concretas en un mar de sucesos. Ayer, los jóvenes apretaban los dientes. Los hay violentos que se han apuntado al 15-M, pero también hay testimonios grabados de que la violencia la usaron radicales de distintas casas, incluidos los mossos. Las mismas bestias de siempre. Tanto da el abrevadero donde se paren a beber.
Pero tampoco hay que bajar la cara. Los jóvenes apretaban los dientes y sentían como que alguien les había ganado la partida. El sentimiento de impotencia era grande. La pregunta que se hacían es quién narices eran estos violentos. Hay cámaras para identificarlos. Hay más grabaciones que setas en verano. La identificación, por tanto, no es difícil. Que los trinquen y hagamos una fiesta, decían. Que los trinquen a todos.
Tampoco fue así. Por la tarde, los mossos se llevaron a muchachos que estaban sentados sin impedir ni la entrada ni la salida de nada. Las detenciones han sido llevadas a cabo para cumplir expediente.
No sé que pasó en el Mayo del 68 y al principio de la transición democrática por razones del nacer, pero la mayoría de políticos que ayer estaban en el Parlament y los articulistas que hoy, desde algunos medios, se llevan las manos a la cabeza por las acciones execrables de ayer mismo, si estaban ahí. Al menos no paran de decirlo. Se llenan la boca diciendo que fueron luchadores por la democracia y estaban en las primeras filas.
Ellos, como Arcadi Oliveras, que lo habla sin tapujos, debieron crecer apretando los dientes, como la mayor parte de los jóvenes que ayer estuvieron en la acampada (Ah, un pobre hombre, en la Vanguardia, dice que uno de cada cincuenta jóvenes era violento. Igual llevaba un globo sonda en la cabeza) y vieron que por un momento, su lucha se venía abajo, por culpa de la maldita violencia, la misma que los ha llevado a ocupar las plazas y las calles y les llega (nos llega) directa a la frente, del mundo político que se autodenomina democrático.
Oigan, que no somos tontos, así que los chavales ya pueden levantar la cabeza a pesar de que la impotencia les crezca por todos los costados como una mala hierba.
Contra la chulería y la amenaza de Artur Mas, una Montserrat Tura más ecuánime que supo señalar después de la sacudida, que los que le habían abucheado eran la excepción de la regla. Y Joan Boada, que sacó el tema de nuevo en el hemiciclo.
Tenía ganas de romper una lanza por estos dos, aunque lanzas habría que romperlas todas, empezando por las más sibilinas que se traducen en mochos y productos de limpieza u otras veleidades urdidas en despachos que desde hace muchos años no dan a la calle.
El día diecinueve, tomemos las calles. Sin violencia. En el mundo de la tecnología, que no en el mayo del 68 ni en la transición democrática, los infiltrados tienen rostro, podemos reconocer el hierro de las escalinatas de un helicóptero y hacer estadísticas más precisas que puras deducciones demagógicas. No hay que ponerse las manos en los costados ni frotarse las espuelas.
Si no hay nada que esconder y todo es una democracia que brilla y brilla, que no nos conduzcan a tener que apretar los dientes. Ni a nosotros, ni a nuestros mayores ni a nuestros jóvenes. Mirémonos a la cara.
(Perdonad por el final en punta. No tengo todo el tiempo del mundo. Volveré)
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