El mundo del deseo en la Barcelona cotidiana


“Contraviniendo aquél maravilloso y definitivo estribillo de una canción de Luz que dice “que el amor es un misterio y que importa solo a dos”, me pregunto, -si es que el amor entre Lorca y Dalí nunca llegó a culminarse (tal vez si) cual de los protagonistas o replicantes de la historia lo pasó peor ¿Dalí, Lorca, Ana María Dalí, la luna de plata, el paso del tiempo, Velázquez, la Bien Plantada o Ian Gibson?”
Puedo seguir el hilo de este tipo de tonterías que escribo en el metro, en el bus o en un bar cuando espero a alguien y el alguien se retrasa, porque, ¡mira por donde!, a veces, las cosas que escribo parecen tomar forma en la vida real.
Pensando en el alguien a quién hace unos días esperaba y no llegaba ni respondía al teléfono, escribí en una libreta el primer párrafo de este post. Y ya impacientada, casi cabreada, lo siguiente: “El tiempo que los amigos perdemos por los amigos, se deposita en un reloj de arena que nunca estalla, pero es probable que si ahora tuviera delante reloj y amigo, me quedaría sin alguno de los dos.”
En estas llegó P., a quién esperaba y quién tanto quiero. Llegó Lorca, haciendo el papel de Ian Gibson, con el rostro de pena de la recién casada princesa de la penúltima boda del Medievo europeo, después de haber hablado con Ana María Dalí, que le había embrollado una cabeza que acostumbra a tener muy serena y muy empática, pero no anteayer.
Me pregunté cuantas combinaciones se pueden hacer y cuantos personajes pueden formar parte del elenco de una historia de esas. No deben ser muchas.
P., que era y no era Lorca, se disculpó por el retraso: “Siento haberte hecho esperar, pero no ha sido tanto, ¿verdad?” dijo mientras sacaba el móvil del bolsillo para comprobar la hora. Delante de nosotros, de la mesa de la terraza donde estábamos sentados, en un pirulí, había un póster de los ZZ Top. Tomé al amigo por el cogote y le señalé el poster. “Si, me has hecho esperar, tanto o más que esperaron estos a que les crecieran las barbas.”
No es solo lo que escribo, es también lo que veo. Cualquier cosa externa o interna, me puede llegar a afirmar sobre cualquier otra cosa interna o externa. Eso me pasa a mí y te pasa a ti.
Al cabo de un rato y a media cerveza, P. me dijo que la gente (se refería a su Dalí) cuanto más inteligente, más y mejor se auto engaña; algo que no pude refrendarle. Le respondí que no, que las personas, cuanto más inteligentes, menos se engañan.
“Es que mi Dalí se pone de opio hasta el culo”, me respondió. Le dije que estaba hablando de su objeto del deseo cómo si en lugar del deseado fuera el historiador británico. A P. las emociones le desbordan.
No, fijo que P. nunca será Lorca, pero a vista de pájaro y por el reparto de su historia de amor, si lo es.
El quería abordar el viejo tema de las adicciones y las inteligencias. Yo no. “Está claro que las adicciones merman la inteligencia. Todo lo que resta libertad, resta comprensión.”
A estas alturas de la película, una no está para bobadas. No hay una sola realidad pero cuánto lo parece...
Entonces P. exclamó: “Si sigo tu discurso tendría que decir que mi Dalí es genial, pero también un puto colgado.”
Los jóvenes son extremos. Se van de una cuerda a la otra del ring. Hay que asestarles suave.
Cambié de tercio hablándole de lo mío: por poco que te fijes, todo lo de afuera viene a indicarte lo de adentro y si te empeñas mucho en ello puedes caer en la superchería.
¨¿Hablas de vivir en el mundo del deseo?¨, me preguntó. Le respondí que sí.
Pareció que se ponía triste y afirmó: “Yo no solo vivo en el mundo del deseo, sino que encima lo analizo y no lo culmino.”
La tontería nos enseña y nos hermana.
Ya de pie, avanzando los dos, paseando por la calle, hizo un gesto, se sacudió a Ian Gibson, a Ana María Dalí, a la Bien Plantada, a la princesa del Medievo actual y a todos los personajes de la historia de amor con su Dalí. Un tipo alto, guapo y de culo media luna le sonrió. Se sonrieron. Y  de pronto pareció que P. también dejaba de ser Lorca para ser P.
Le dije que me acompañara a una librería a por una libreta nueva. En el escaparate de esta, una fotografía muy grande del Dalí, Dalí, con Gala, nos hizo brotar la risa tonta. La que importa solo a dos.







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