Buenas y malas orquestas

A un grupo de amigos nos pilló el momento álgido de la Fiesta Mayor de un pueblo de la costa catalana, que es cuando los músicos van montando el escenario para el concierto de la noche, Cuando todo está por hacer pero también todo se adivina posible. Así, al menos, lo sentía de pequeña. Y ahí sigo.
El caso es que éramos unos cuantos tomando líquidos contra el calor en la terraza de un pueblo costero catalán mientras los músicos de una orquesta iban sacando el equipo de la furgoneta, acompañados de dos backliners.
Uno de ellos iba tatuado del codo al prepucio (lo último no lo comprobé, pero parecía un final natural) y mientras cargaba monitores cómo si fueran sacos de hortalizas (patam, patam) iba hablando con una rubia maciza que resultó ser una de las cantantes de la banda; la de la voz aguda que encaró el repertorio más movido. Ella también lleva tatuada una rosa a media pierna, por debajo de la rodilla. Más que un tatuaje parecían los restos mortales de una calcomanía gigante que por alguna extraña razón le habían caído ahí, como le habrían podido caer sobre el moño de un piso a lo ancho que se le iba deshaciendo a medida que cantaba y meneaba el caderón.
(Oigo la voz de mi abuela increpándome: “Nena, ven, no puedes salir de casa con cosas enganchadas en los brazos, con lo limpia que vas. ¿Cagadas de paloma?”: “No, “iaia” Martin Luther King y el Lobo Feroz, están medio borrados pero aún fardan.”)
El técnico de sonido, que era el segundo backliner, pegó un grito desde la mesa, a través de un micro que se acopló con el bafle del bajista.
Mecagontó y qué ha sido eso.
Dijo que había que probar y todos los músicos subieron al escenario. La batería sonaba como un estropicio y en primerísimo plano. El guitarrista se quejó: “No me oigo, este bestia parece que esté cortando leña”. El batería respondió que eso era lo que necesitaba: Leña de la buena. Y miró el escote de la rubia.
El teclista, que caminaba dando a entender que era el director del tinglado, pidió silencio con una palabra soez y les llamó al orden: “Vamos a tocar la apertura”. La palabra nos encantó a los de la terraza.
La “apertura” era el “En Forma” de Glenn Miller. El trompeta, un tío con carrillones rojos y cara de simpático, entró antes de tiempo. El director le detuvo. Así fue varias veces, hasta que consiguieron ponerse de acuerdo y la tocaron de principio a fin. Seguían yendo a destiempo pero parecía que se daban por vencidos. Vencidos y contentos. La cantante morena probó la voz tirando sílabas al aire, aunque lo más sorprendente seguía siendo la vitalidad del pitos, que se entregaba al tema del gran negro ora pro nobis, con un entusiasmo insólito, hasta lograr una versión del clásico, con aire de pasodoble. No se le vio hacer ninguna pausa y resistió sin ahogarse la actuación.
Algunos nos pusimos en pie para aplaudirle, pero nos miró con el mismo desdén del maleducado de Dylan al concluir un tema.
A pesar de eso, al trompeta se le notaba satisfecho y acercándose al director le espetó:”Pepe, esto ni la Salseta del Poble Sec”. La Salseta es una gran orquesta de baile. La que tocaba en la Fiesta Mayor de un pueblo costero catalán era una mala orquesta de baile, pero tenía gracia.
Cuando al fin acometieron su función, vestidos, comidos (los de las orquestas comen antes y después de tocar) y peinados, el cafre de nuestro pandilla (todos lo somos en algo y nos vamos turnando) aseguró que él se tiraba al mar si no nos íbamos. Temía que le agujerearan el buen gusto. Le dijimos que estas cosas no van así y que el mal gusto era decir lo que acaba de decir o montarnos una Alfonsina (Storni, vela por nosotros) a finales de Setiembre y por Glenn Miller. Ni que el tío se hubiera iniciado con Chopin. Lo hizo con Johnny Thunders.
Al cabo de un rato ya estamos bailando. También los agarraos. Hicimos fiesta mayor. Fuimos fiesta y somos mayores alborozados. En una de las presentaciones, la cantante rubia, que entonces lucía un biquini con minifalda o una minifalda con ropa interior, advirtió que había llegado la hora del rock and roll y presentó el primer tema de uno de los bloques más movidos de la nocheeeeee:” Con todos ustedes, Black es Black, de Fórmula V”. Nos quedamos mudos.
La cagada era grande, al menos para nosotros. El mundo puede seguir rulando pero la cagada era de impresión. Aprovechando que volvíamos al bar, uno de los nuestros nos contó que peor fue la cagada de Pilar Rahola en la tele, en Pasapalabra, un programa de Telecinco. Había sido la noche anterior: “Creía que Imagine era de los Beatles, pero el presentador la ayudó a desdecirse y la acompañó hasta nombrar al verdadero compositor”. El amigo siguió narrando y riendo. Riendo y narrando: “Es que antes de eso le habían preguntado cuál era el mar que baña Donostia y no dudó en señalar el Atlántico. El despistado de nuestro grupo (el despiste también lo vamos turnando) bajó de su ensimismamiento (¿las piernas de la cantante morena?) y preguntó ¿Quién se equivocó de mar, la cantante de esta orquesta o Pilar Rahola?
Le dimos a escoger entre una u la otra y tiró una moneda al aire.

1 comentario:

ROSA M. dijo...

Encontre tu blog a través de otro y me gustó.
Por suerte lo que se busca en el baile de fiesta mayor es pasarlo bien, reir, bailar, sin cuestionar la calidad o cultura musical.
Peor justificación tiene lo de la Rahola!!