De nuevo y culpabilidades

                                                            Joan Sanladines 1926

Volver a sentarse en la silla del ordenador a escribir un post para el blog en el que a partir de hoy, a partir de este Setiembre que va creciendo con vistas a Babel, habré de escribir, -porque así lo he decidido-, uno cada dos días. Espero que no suene como amenaza. Basta con no leer.
A vueltas con la complejidad del alma humana, con el paso del tiempo, redescubro parajes donde ya estuve. Y siempre me parece la primera vez, porque aunque sepa que es la segunda. La experiencia solo me vale para la contención y la prudencia. Para nada más. Y es mucho.
Eso lo cuento a propósito de un estira y afloja que he tenido con un amigo y que se ha resuelto, expedito eficaz e intenso, en la misma tarde en la que se ha creado el entuerto. En lo que va de un pésimo y lento servicio de bar en servir una birra y una cola y el posterior pago. Pero incluso con todo resuelto y los enanitos cabreados bailando amarrados y encantados de tanta comprensión, me he quedado algo exhausta. El amigo también. No estamos hechos para las explosiones. O no para una explosión sin su debida convalecencia. Lo humano es tener un tránsito, más o menos trepidante, pero las emociones hay que saber mantenerlas en movimiento pero quietas, si es que existe mayor contradicción.
En lo que respecta a los social, el mundo de afuera, tira bombas a cada rato. Bombas que sesgan lo que tanto queremos, por lo que tanto luchamos. El ninguneo es grande, obsceno y muy loco. Encima nos lo advierten: “El otoño va a ser muy duro”. Nos avisan porque encima de apaleados nos creen gilipollas. Reniego de tratar de multiplicar los ojos (Santa Lucia) y colocar uno en cada terminación nerviosa, para que nada se me pase y, encima, pueda elaborar, de cada uno de los conflictos, una mirada propia.
Haré cuanto pueda, esperaré en las largas colas de urgencias abrigando a mi familiar enfermo de un frio que se prevé insoportable, pero no voy a anticipar, -por esta vez no-, el dolor de la caída que vienen proponiendo. Y a ti, los gobernantes.
Cuando era muy joven, la idea de Babel, me fascinaba. “Necesitábamos una guerra para dejarnos de peinar al gato.” No, no la necesitábamos. Ni nosotros ni nadie. Y encima, ahora que ya no soy tan joven, la idea de Babel, me sigue fascinando. Los sueños de decadencia no tienen la culpa. La culpa de todo es de la Tatcher y los círculos concéntricos que el océano ha ido dibujando desde que tiró al mar aquella piedra. La culpa es del tamaño de la nariz de Cleopatra. Y de todo lo demás que se haga cargo Yoko Ono.



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