¿Quién quiere estudiar Medicina?

                                                            de Mauricio Gómez  Morín


No sé si conocéis la historia de un chaval que decidió estudiar Medicina.
Hace unos días, el muchacho, el octavo de trece hermanos, entró en el despacho de su padre, un empresario de vuelo de cuervos, para darle la que suponía una feliz noticia y pedirle la pasta para la matricula, pero el padre la emprendió contra él llamándole estúpido y cosas más gruesas del inmenso insulto, tratando, de esa forma, disuadirle de su empeño.
El hombre le espetó cosas como: “¿No lees los periódicos, capullo? ¿Cómo vas a estudiar Medicina si en la familia no hay ninguna tradición? Encima, con lo mediocre que eres solo resultarías bueno como médico de familia y esto es la ruina. Otra cosa sería que fueras un genio, entonces ya me encargaría yo de mandarte a mis amigachos, pero con tu poco don de palabra y tu amor para la ciencia, meterse a estudiar Medicina es un suicidio.”
El hijo, estupefacto, parco en palabras y cagado de patas hacia abajo, no pudo dejar de implorar a su padre y preguntarle qué es lo que podía estudiar de no estudiar Medicina, aunque en ello le fuera una vocación que le venía desde muy niño, cuando se divertía inventando apósitos y desinfectantes para las rodillas peladas de sus hermanos.
El padre le respondió raudo: “Si no eres listo, mejor que no estudies nada. Pero nada de nada.” Cuando el progenitor usaba la palabra “listo”, se refería a ser ducho para los negocios, altamente inmoral y decididamente cabrón.
El hombre no dejaba de tener un sentido de la realidad al filo de la misma y conminó a su octava criatura a trabajar en la empresa familiar como chico de almacén y percibiendo el salario mínimo interprofesional: “Por ser sangre de mi sangre, -le arguyó el padre-, a ti te daré de alta en la seguridad social, pero guárdate de decirlo a tus compañeros o te arrancaré la cabeza.”
El chaval, poseedor de una auto estima más que rasa, inexistente (por razones obvias que no voy a entrar a desmenuzar) no supo contradecirle, pero dado que también poseía el resorte “natural chichón" de la familia por aprendizaje intravenoso, con el enojo, aprovechó la ocasión para desvelar un secreto familiar: “Papá, vale, a mi no me dejas estudiar Medicina porque no tengo futuro, pero tienes que saber que tu hijo y hermano mío, Alberto, lleva tres años matriculado en Derecho, sin haber pisado nunca la Facultad."
El mayor, que ya había desviado  la atención hacia otro tema y consultaba los resultados de la bolsa, le respondió: “Encima de tonto eres un chivato de mierda. Que Alberto no va a clase ya lo sé, pero este sí que es listo. Y mucho. Estoy esperando a que pasen un par de años para ver como resuelve el engaño. Estoy seguro que lo hará de una forma brillante.” Dicho eso, le lanzó el punto final en toda la frente: “Ahora vete a pedir pide un carro y un mono de trabajo al director comercial, que tengo cosas muchas cosas más importantes que atender”.
No sé si conocíais la historia. No ha salido en los periódicos, pero cuentan que en ciertas zonas de las ciudades, historias como esta van siendo cada vez más frecuentes.
Y quería compartirlo, para que entre todos podamos hacer un mapa de donde estamos, por donde hay que tirar, saber  aconsejar a nuestros hijos qué cosas han de estudiar  y resolver a qué tipo de revolución dedicamos nuestro tiempo libre.




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