Lo que va de Albert Om a Pau Riba y a Gerard Quintana




Desde el lunes noche en que vi el Convidat, el programa de TV3 que conduce Albert Om y en el que se entrevistó a Gerard Quintana, siento ganas de hablar sobre ello.
Si no lo hice fue porque el tema derivó en el viejo asunto de siempre y me venció la pereza atávica de la gran inanidad. Si no lo hice fue por falta de tiempo. Si no lo hice fue porque lejos del viejo asunto de las lenguas, del catalán versus el castellano, la sensación que me invadió fue otra muy distinta al tema que se destapó y venía refrendada por la misma que sentí al ver el primer programa del Convidat que ví en mi vida, -antes del de Quintana-; el que estuvo dedicado a Pau Riba.
Digo que el programa del Convidat que estuvo dedicado a Pau Riba estuvo dedicado a Pau Riba y digo mucho, porque aquél programa estaba tan dedicado al poeta y músico que abrió su casa durante un fin de semana, como al presentador que entró en ella. Y todo por aquella regla de tres que trata de convertir en mediáticos a los periodistas, a fuerza de darles un trabajo con el que establecer conexión con el gran público, para llegar a crear grandes audiencias a cuestas con el oficiante.
Deduzco, sin poner en duda su profesionalidad (ay, la profesionalidad) que Albert Om es a TV3 lo que Jordi González a Telecinco con su infame programa de entre dos colores totales. Deduzco que es un tipo burgués, de clase media (al menos la habrá conseguido currando) y vocación endémica de no mojarse ni para mal ni para bien, en aras de la mentada profesionalidad que coloca a ciertos personajes televisivos en una neutralidad que les viene muy bien para ampararse en las tormentas, del mismo modo que les viene muy bien para subrayar la paja en el ojo ajeno, obviando su viga.
El programa de Pau Riba comenzaba con el Om llegando a la casa del poeta en Tiana, mientras su voz en off dejaba bien claro que el mundo de Pau Riba y el suyo eran muy distantes, algo que no aportaba nada al programa en sí, pero si al personaje Om. El dislate más grande lo cometió cuando, en la primera cena en casa de su invitado, O, que comía con avidez un pan con tomate y jamón que Pau le había preparado, se planteaba abiertamente una reflexión para la historia: “Al fin, veo que los fines de semana de Pau Riba y los míos no son tan distintos.” En casa nos reímos. El tipo rizó el rizo de su suspicacia de “chico formal” (y un poco más) al modo de la canción “Cadillac Solitario”. ¿Qué podía llegar a pensar el presentador que Pau Riba podía hacer las noches de los sábados? Unos crean y otros se recrean. Pero el que se recrea, a veces, como en este caso, va demasiado lejos. A la nada.
En este punto estaba mi relación televisiva con el ya nombrado (y renombrado) periodista, cuando el lunes pasado me senté a ver el programa que le dedicó a Gerard Quintana. Al terminar sentí algo parecido a la tristeza. Un barniz.
Me molestó sobremanera que destacaran la profesión del padre de Gerard, antes y después de la publicidad y me molestó sobremanera que con lo que podría dar una conversación de un fin de semana con Quintana, todo hubiera acabado por ser tópico, superficial y hasta ladino.
“Collons, nen, Gerard, ya te vale. ¿Cómo has abierto las puertas de tu casa a un programa de estas características?”, pensé. Lo concluí rápido. Aunque Quintana diga que hace tiempo que no cree en la raza humana, siento que cree más que nadie. Da mucho más que la media de los humanos (¿si no de qué se lanza a los escenarios con pasión de acabose y a todas las colaboraciones solidarias del mundo mundial?) y a todos y quizás fue él el primer sorprendido.
Me lanzo a suponer que entre cierta ingenuidad y el pan de cada día, Gerard no supo decir que no. El caso es que estos “merders” siempre le pasan a él o a tipos cómo a él.
Estas cosas que nunca le pasarán a los chicos Om. La generosidad es del de Gerona y el otro cavó la zanja. Dos días con un personaje son muchas horas como para no poder pillar un buen par de titulares, pero Om no le tenía que haber jugado esta mala pasada a Gerard, mucho más cuando han sido compañeros y aún, sin saberlo ni constatarlo, seguramente habrá recibido mucho cariño del ampurdanés.
Los chicos Oms, con su corazoncito y los roscones de reyes para la tieta, acaban perdiendo la delicadeza por la audiencia.
Tras el programa te daban ganas de decir aquello de que con amigos así de qué narices sirven los enemigos.
En un comunicado posterior al entuerto, Gerard recaló que Om le dijo que le había sabido muy mal el asunto. Al guionista del programa también le había sabido muy mal. Gerard decía que se sentía como quién abre su casa para que los demás entren a cagarse en ella. Y Om, siempre positivo, le decía al de Sopa de Cabra, que quizás lo mejor era el debate que se había abierto. Un debate pendiente, según él. ¿Un debate pendiente? Esto ya me pareció demasiado.
Lo que se abrió no fue un debate pendiente, sino el debate inane de siempre, el de los dos colores totales, el de las infames norias que no avanzan si no que se balancean, el debate del pueblo narcotizado. Estos tipos de debates a los que la televisión podría contribuir a que no se dieran si partieran de la base que el espectador no es tonto ni se pregunta ni le importa qué narices hacen los artistas los sábados por la noche.


1 comentario:

ROSA M. dijo...

Me gustan las canciones de Sopa y disfrute con su concierto en Tarragona hace unos dias, parece que por Gerar Quintana no pase el tiempo, bueno solo el pelo más canoso.
Lo que cene, como le hable a sus hijos o de que color tiene los armarios de la cocina no me importa en absoluto.