Sacar lo mejor

de Judith Scott

A veces el alma se resquebraja sin razón aparente y piensas que es porque ha llegado otoño en pleno ambiente primaveral, o porque el cuerpo se ha cansado  “así son las cosas” y ha dicho” vale, hasta aquí hemos llegado, ponme un día en  barbecho y mañana volveré a ser”, con lo cual te paras a pensar, -con las patas en reposo, tirada en el sofá “enbarbechado”- , para acabar concluyendo que en contra de lo que pensabas, la razón que te ha resquebrajado el alma sí es aparente y encima no es una sola y te preguntas porqué narices las apartaste de un manotazo, con el optimismo y la ilusión a cuestas y es que no hay otro remedio y patapam.
Te preguntas porque estás tan acostumbrada (y tú acostumbrado) a empujar las razones aparentes de resquebrajamiento de alma, dándole a la vida, vida, hasta que un día haces plof.
O empujar las razones aparentes o meterles el dedo en el ombligo.
Lo ideal sería poder hacer las dos cosas, pero la vida empuja y saltas de viñeta en viñeta procurando que el dibujante no te levante las faldas en el tránsito y te deje con el culo al aire, en humana condición, pero para qué exponerse en público.
Después del barbecho,-el que narro apenas si duró veinticuatro horas-, ha vuelto el cotidiano mundo con la contractura y contigo de pie, al otro lado de la acera, encendiendo hogueras para los boniatos y las castañas que este año las cuecen castañeras con abanicos y los celebrarán muertos en tanga y calabazas sin piel.
Un alma resquebrajada solo la apaña uno mismo y los amigos que te hacen ser y te traen panellets como si fueras el niño jesús y tu dices, “bueno, total por un día que me parto, ni que fuera de porcelana, pero dame dulce, hornéame, son vuestros los brazos que accionan mis extremidades”.
Es muy bonito sentir la respuesta de los descarriados a quien quieres cuando se te resquebraja el alma. La delicadeza que usan, las palabras medidas, los chistes que se inventan y el celofán de la punta de sus dedos cuando te acarician el pelo. Es bonito ver como por un momento dejan de ser canallas o lo son más que nunca y sobreactúan y se trastabillan al hablar y mencionan cosas que creen que no quieres oír y se hacen los locos después de haber metido la pata. Y no es fácil estar en posición de barbecho y dejarte mimar como a una reina, sin que te den ganas de ir a la cocina a prepararles una tortilla de patatas, de modo que llega un momento en que no te queda más remedio que mandarles a paseo y les dices, “bueno, va, ya está bien por hoy, me voy a dormir y ya que sacáis lo mejor de mí, no os olvidéis de sacarme a la perra”.
Sacarme la perra, sacar la basura, sacar la tristeza y sacar lo mejor.

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