Doce del Once del Once



Durante el rato que la gente joven de casa ha estado buscando un cogollito que debía de haber estado en una cajita que esta mañana ha aparecido mordidita sobre la mantita de la perra, nos hemos estado mirando a la Rumba como si estuviera drogada perdida o quizá no.
Como la perra, la Rumba, se sabía el centro de la atención, -primero por la reprimenda y luego por la atención que le depositábamos-, nos ha mostrado buena parte de su catálogo de loquita de cuatro patas imitando los humanos gestos por los que se sabe más querida.
Es bueno tener perros e imaginarlos poco dueños de sus actos porque mientras el periódico matinal se te cae de las manos (porque el mundo se cae, no porque hayas perdido el pulso) les vas proyectando una sarta de tontadas que no son más que la tontada propia (a veces bendita, a veces gilipollas y a veces abusona) que hay quién no se atreve a hacer sin animal interpuesto.
Total, que después de buscar y no encontrar el “cogollismo”, con las ventanas de la casa abiertas, la actitud positiva, la música sonando (un Cd de ska que yo jamás habría escogido) la perra brincando y el olor a limpio inundando el ambiente, de pronto, va y me hacen saber que el cogollo nunca ha estado en el vientre ni en las neuronas de la perra si no en el fondo del bolso de la tercera joven que se ha despertado en mitad del follón y ahora se desvela entre explicaciones a sus dos amigas, que han colaborado divertidas en las tareas de la casa, a cuestas con sus diatribas personales y con el ojo puesto, como los míos, en los actos perrunos, cada vez, -y supuestamente-, más inexplicables.
Toma lección de realismo “après” el once del once del once. La Rumba ha seguido moviendo el rabo, porque a ella no le importa dónde estaba el cogollo, si no donde estaba el mimo, pero se ha ido durmiendo después de hacer el tonto dejándonos como tontas.
Si a esta situación, en lugar de las tres jóvenes del ska y servidora ante la perra querida, pones a un cerdo ante fiambres despreciables, o a nosotras mismas, cada cual con sus fantasías y sus personajes, tienes la historia del mundo en una sola píldora.
A lo mejor será verdad que se ha despertado una conciencia cósmica y en casa ha entrado del rollo moraleja con los potes de limpiacristales y las tiras de sándalo, aunque por si acaso, por no “enmegalomanarse” con la espiritualidad sobre un mundo en el que asoman las ruinas de una realidad que cortan el alma con doble filo de cuchillo, les he recomendado a las jóvenes que al hablar de estos temas, lo haga en diminutivo. Cogollito. Locurita. Limpiecita. Sabadito.
Y proyección como un camión.

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