Tosiendo a una gran diva desde el palco




Acabo de meterme en el face y he leído, -para desentumecerme de tanta reflexión y del protagonismo bianual que toma mi riñón y me deja partida en dos-; un artículo que linkaba una mujer inteligente, cuyas sugerencias casi siempre me agradan. Pero hoy no.
Era un artículo de Enrique Vila-Matas y en él, el escritor reflexionaba entre los sentimientos y la falta de ellos en el "pequeñísimo" mundo de los autores literarios (hablaba, oh mon dieu, de artistas, y, evidentemente, se incluía)
A Vila-Matas, con cuyos libros he pasado momentos extraordinarios, se le está yendo la olla desde un patio de vecinos o donde sea que tenga encarada la cocina, de una forma muy cool, muy llena de información, pero de una forma que no deja ser la misma nociva manera en que se les está yendo la olla a ciertos políticos. Claro que Vila-Matas no ocupa cargo público ninguno, pero no deja de ser un hombre conocido.
A cuestas con la fantasía y la realidad, que es algo de lo que hablo mucho en estas entradas, el tipo asegura que no hay escritor que se merezca semejante nombre y posea sentimientos que no sean para ser depositados en su obra. Hay algo de exageración literaria en su artículo y un mucho de giliipollez, incluso cierto victimismo outsider piernas para que os quiero.
Vila-Matas presenta a los autores de libros y a los autores de escultoras que “valen”, como tipos ineptos para la vida, cuya intensidad depositan en la obra y que cuando se cruzan con gente capaz de demostrarlos, lo flipan como avestruces con las dos piernas levantadas.
Me temo que ya está bien de seguir alimentando fantasías de la gran y obscena individualidad que nos ha llevado hasta el momento presente. A mí, si un tío es muy buen escritor, pero es un borde, me pasan las ganas de leerlo, porque la bordez traspasa a la obra. Hasta hace unos añaos Vila- Matas me parecia un genio (y debe seguir siéndolo) hasta que un día dejé de comprarle por la gran oferta literaria y supongo que también por cansancio. Hoy en el dia de reflexión; calificativo de "aquella equivocada manera", el "ser especial" ha venido a subrayar un mundo en el que él se mueve como pez por el agua, el suyo propio, único, personal e intransferible. Como todos, si, pero haciéndose el derrotado de antemano para las cosas nutritivas de la vida. Me evoca a estos cantautores del gran nihilismo que en estos tiempos de indignación mayúscula no hay dios que los escuche y que en los tiempos del bienestar resultaban tan útiles para engrosar el diámetro del ombligo. Me recuerda al burgués que cuenta sus monedas o al niño que guarda las borrillas de la nariz en un bolsillo de la mochila.
Y evocándome cosas, echo en falta escritores que se mojen, no solo en su realidad de escritores, si no en la vida, vida. De Miguel Hernández a Vázquez Montalbán hasta Javier Pérez Andújar, cuyo nueva novela, “Paseos con mi madre” saldrá a la venta el día veintiuno, cuando el panorama político español estará más que decidido, el día en que muchos caerán, como la muchacha del artículo de Vila-Matas, arrodillados en el suelo, mostrando sus emociones, algunos a punto del delirio, mientras el totémico escritor los mirará para aprehenderlos y meterlos en sus páginas, cuando lo que debería hacer sería aupar a las muchachas que caen delante de él por las calles después de recibir malas noticias telefónicas. Igual la chica también lo leía y le gustaba tantísimo como hace unos años me gustaba a mí.
Cuando las miradas que determinan los ojos no hacen mover los brazos, los cuerpos se vuelven inertes. Las mentes se empobrecen y las ollas que se van toman el diámetro del ombligo.

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