Baladón rockero


Foto "pillada" A Esteban Villalta

Al terminar el poema seguí el caminito libre que dejan los versos y me subí a un barquito para todos los públicos, una especie de Golondrina de estas que hacen un pequeño recorrido por la orilla del puerto de Barcelona y luego te dejan a la altura de los pulmones de Salvat Papasseït hecho estatua.
Ni besé al barquero en la boca ni me rompió la enagua un golpe de timón, solo estaba ahí, de pie, mirando al mar, cómo Jorge Sepúlveda lo hizo mientras vivió, desde los entarimados de las fiestas mayores de los pueblos de secano.
Mirando al mar, siguiendo el hilo de uno de tus poetas preferidos, me acordé de ti y de aquellos pocos días en que trotamos en un mundo hecho para la automoción. Ni un impulso incontrolado de tirarme a tus brazos ni ganas de averiguar tu dirección de Skype, si no un montón de setas debajo de un árbol y la consiguiente prescripción facultativa: Son un espejismo.
No soporto pensar que he perdido el tiempo. Llámame orgullosa o llámame, pero no lo soporto. Claro que tú no parabas de bailar rock and roll y no podía ser de otra manera. No podías oír. No escuchabas. No atendías. Todo lo prejuzgabas según la letra del rock de la cárcel y en mitad del mar, mirándolo, siguiendo los hilillos de un poema que quería escribirte, me fijé en una foca de piel acharolada. Entonces me subí a la cola de un cometa y comenzó otra historia, otra canción, nuevas recetas.
Tú ya no estabas, pero a ella le hablé con gestos de ti.

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