No era cierto


Pastel de Cristian Escribà

Así que no es cierto que a Fraga le mató Messi de un balonazo como me dijeron que ayer noche celebraba un friki con la camiseta del Barça, en Canaletas y al grito de goooool. Ni es verdad que lo que sonaba en mi aparato de música cuando llegó a casa mi hija fuera una improvisación de la Orquesta Maravella, cómo ella misma dijo, desafiante, si no el Grand Wazoo de Frank Zappa. Y tampoco es verídico que el artículo que ayer escribió la Montero (otra vez) sobre Fraga no era una segunda parte sobre la historia del negro que deja comer en su plato a las rubias, si no el panegírico del hombre que se reinventó a sí mismo y apadrinó la democracia después de haberse manchado las manos de sangre.
¿O tampoco es cierto que Fraga tuviera nada que ver con tantas muertes, con tantas indignidades, y el gallego es en realidad el clon de Fidel Castro, un esqueleto en chándal, unas intenciones disuasorias sin barba y sin condón?
Quizás tampoco es muy preciso lo que se dice que dicen que nos ha robado Iñaki Urdangarín y la pobre Infanta, incauta, en la inopia, llora en la torre más alta del castillo la ausencia del amor al que pretende ver llegar montado a caballo y surcando el viento como una fan más de Pablo Alborán.
Sería preciso saber las cosas como son, o si no, que inventen algo para quitarnos el pensamiento para elucubrar; por ejemplo ¿A qué sabe el agua cuando te enjuagas la boca después de haberte lavado los dientes? ¿Si se puede considerar bajar el precio de los transportes públicos por qué no lo hicieron desde un principio, debiéndose como se deben (Oh Ayuntamiento, Casa Grande) a lo público?
Sería mejor saber de una vez por todas si los malos son malos o los malos se reconvierten a la misma, imposible velocidad, en que lo hacen los yonquies al volver al barrio o los mata perros contritos al pisar, nuevamente, los pasadizos de la granja.
Estaría bien saber si la vehemencia es, como dicen, un don que se confiere entrada la madurez (por lo visto no llega a todos) y ahuyenta la vehemencia de ayer hoy y siempre, agranda los puntos de vista y te lleva a poder reescribir la historia sobre aquellos que nos pisaron los callos, nos mataron la familia y nunca pidieron perdón.
Pedir perdón es necesario, mucho más que pedir el turno, aunque un cambio de turno pueda conferir un perdón eterno a los que jamás lo pidieron, sobre quienes estaban esperando, en fila, uno tras uno, a que les sirvieran el pan que se habían ganado con el sudor de su frente.
Pobres vehementes nosotros. Almas arrojadas al vacío de la duda y la afirmación. Insistentes seres a quienes cualquier cosa puede desvelarnos del sueño más profundo, amantes de las cosas como son y el sueño de cambiarlas. Agradecidos humanos que creemos que todo es posible con el escepticismo de los que nunca fracasan porque siempre seguimos avanzando, contentos por los goles de nuestro equipo e incluso por las desconsideraciones musicales sin son ingeniosas, que no hacemos del perdón un arma con la que relacionarnos, sino todo el pastel contrario.

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