Exclusiva mundial con Alexander Jollien

Esta mañana le entrevista Víctor Amela, -el periodista que tiene muy buen gusto para los amigos-, y lo va a publicar la Vanguardia en un plis, o sea que hoy vuelvo al blog hablando de Alexander Jollien, el filósofo suizo.
No podía ser menos, después de tanto tiempo sin entrar en el blog (Para no agobiar con flores a las marías, que diría la rima de Sabina. Próspera, antigua, y en este caso precisa como una estalactita) lo mínimo que podía hacer era marcarme una exclusiva mundial, una exclusiva universal.
Alexander Jollien es un hombre de treinta y seis años, un niño de treinta y seis años, un viejo de la misma edad, con ojos que hacen chiribitas y dan profundidad de vientre acogedor. Jollien es un filósofo, que tras cuatro libros publicados en castellano, sigue dando vueltas a las cosas de la vida a partir de sí mismo, que es como se hace todo en este mundo. Un “sí mismo” construido y reconstruido por voluntad propia en cuerpo y alma en un sentido literal (todo es literal, menos la economía. Antes la frase valía para la poesía) lo cual le ha servido un punto de partida completo, durísimo, para poder sentir y luego pensar, discernir, sobre el ser humano.
Alexander Jollien tiene una parálisis cerebral, una merma en su capacidad física, que en su infancia era casi completa. El niño Jollien “tenía” que ser un vegetal. Así hablan los médicos a veces. Concluyentes. De conclusiones áridas por su propia desesperanza. Pero el niño Jollien reptaba sobre las baldosas frías para ir al baño porque quería ser independiente, caminar, y  hoy día tiene un grandísimo control sobre su cuerpo. La historia suma y sigue y es de piel de gallina por lo que tiene de auto superación, como cuando en su adolescencia fue dando tumbos por las universidades europeas de la mano de su madre, hasta que una decidió abrirle las puertas. Él no podía ni sostener un libro entre las manos y estudió filosofía. Lo hizo gracias a que sus compañeros le grababan las clases. Gracias, gracias. Jollien no se cansa de agradecer, pero la gracia es suya. O de San Agustín, el primer filósofo que le puso el gusano en el cuerpo. 
He leído todo lo que de él se ha editado aquí, y lo que más le admiro es una ausencia, aunque eso no quiera decir que me gusta por defecto. Alexander encara sus diatribas de un modo directo, sin aquella erudición embadurnada del betún de la memoria y la estética que separa la filosofía del pueblo llano. Dice las cosas sin contemplaciones, a veces con un humor negro, con una ironía que roza todo el tiempo la ternura, incluso cuando asume su total  desnudez y claudica ante sentimientos “feos” como la envidia, la ira o los malditos celos, como en su último libro, El filósofo desnudo.
Encima, Jollien se parece mucho a Guardiola, al entrenador de fútbol, no al cantante. Él no tenía ni idea de quién era Guardiola hasta que ayer le mostré la portada de un libro con su foto. ¿Puede haber alguien en el mundo que no sepa quién es Guardiola? No sé porque hago tremenda pregunta. La verdad es que hay mucha más gente que no sabe quién es Spinoza. Y esto es una pena que también debe apenar a Guardiola (un día os contaré como sucumbí  a sus encantos) A los de Guardiola, no a los de Spinoza, al que no conocí.
Apropósito he huido de la rama principal del árbol hasta una ramita juguetona porque la historia de Jollien me emociona mucho y no quería que se me viera el plumero. En la parte pasiva, me emociona. Y en la parte activa me da una envidia tremenda. El tipo pone en duda mis discapacidades de una forma alarmante. Luego me regocijo leyéndolo en íntima función.
Ayer noche, bajo el cielo de Barcelona se puso morado de sushi (el filósofo, no el ex-entrenador del Barça) y de repente todo era como estar en casa y poder decir cualquier cosa sin temor a nada. De repente todo era amistad, porque yo no soy filósofa, pero a él, al filósofo, como a mí, lo que más feliz le hace en este mundo, además de amar a su mujer y a sus hijos, es vivir en amistad, que es filosofía en movimiento. Respetar al otro, integrarlo en uno mismo y como él dice, “descansarle”. Jollien afirma que “descansar” “desestresar” al otro es amar. No sé que le contará a Víctor Amela, pero ya he dicho que el periodista tiene muy buen gusto a la hora de hacer amigos, así que igual, los tres nos montamos un grupo de rumba y cantamos aquello de amigos para siempre lailolailorá, una bobada que hace bailar. El baile, otro modo de hacer filosofía en movimiento y sobre el cuerpo, el gran indisoluble, el que siente y disfruta del calor del abrazo.
Ya véis, todo muy mundial, muy universal y nada exclusivo.  

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