Esta última semana ha sido un gran subidón de la indignación
y he ido escribiendo cosas durante el día, qué, por la noche, al enfrentarme al
ordenador, optaba por no publicar para
no saturar ni saturarme de gritos y
lamentos (puro ruido sobre ruido) que solo se convierten en música si re-interpretan
la realidad o se profieren al unísono y en una sola dirección.
No estoy en vena, si no en sangre y primavera, así que esta
noche me voy a ver y a escuchar al Bruce, a disfrutar de uno de los pocos
privilegios que me quedan (ganado a pulso, tinta y grabaciones) que es poder asistir gratis a según qué
conciertos.
Espero que el tío se lo curre, además de espolear los
caballos de la indignación. Y a pesar de que el Boss me gusta pero no me
acapara como otros muchos, por un solo de guitarra, por una frase de armónica o
por un preciso golpe de goliat, me doy hasta el tuétano y me entrego a la
música como a nada, salvo al amor.
Es de esta manera espero que el jefe me salve del grito redundante. Con la
ceremonia del rocanrol. Todo lo bueno vuelve. Lo prescindible no anda, no tiene
patas, solo armazón de cucaracha. Lo bueno,
trota. He pasado muchos años sin
asistir a conciertos (años no, es un decir enorme) creyendo, sintiendo, que lo
que iba a escuchar ya lo había oído otras veces u en otras partes y hoy siento que me es imprescindible,- en la
medida del gozo-, el concierto y el ritual.
Estuve, cómo no, en el primer concierto del Bruce en el
Palau de Deportes de Barcelona, con los Popus y el Julián Ruiz que vino
corriendo de Madrid y me estuvo comentando todo el concierto al oído. Me habló
de las fobias y filias de sus músicos, me puso al tanto de su árbol genealógico
y de la relación de estos con los productores. Julián Ruiz es un tipo que lleva
toda la vida en esto y tiene tantos fans como detractores, pero a mí siempre me
gustaron mucho sus americanas (que acababa comprando Bryan Ferry) y los rollos
enciclopédicos que me pegaba y me sirvieron para mucho. No sé si Julián Ruiz
estará o no indignado y ha tenido un
subidón en las últimas semanas. No tengo ni idea si la gente que estuvo,
retuvo, u obtuvo. La verdad es que visto desde entonces no le
imagino cacerola en mano.
Nada de lo bueno se repite. El volver no ha de ser nunca la
repetición del ir si no un nuevo camino que comprenda nuevos pasos. Es lo que
parece que no quieran entender los psicópatas del capitalismo. A ver si esta
noche, con el Bruce, puedo llegar a casa, sentarme ante el ordenador y ponerme
en vena a través del medio en el que he transitado media vida. A través
del rocanrol recuperar un modo de reinterpretar la realidad, no para hacerla
falsamente agradable, si no para poder concretarla, con nuevo brío, al menos en
los tres minutos que dura una canción, que tardo en escribir un post.
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