Los mocos y la Roja


De tanto estar junto a mi madre hago unas asociaciones de ideas y emociones muy peregrinas y muy empapadas de linimento Froit, pero la que voy a contar ya la hice en su día, siendo muy niña y a raíz de un cuento que me regaló ella. El cuento se llamaba “Totó no quiere dormir” y estaba ilustrado con fotografías de un bebé guapo y hermosote que la liaba mucho a la hora de ir a la cama. Supongo que el cuento quería tener un efecto terapéutico, porque se ve que servidora jodía bastante por las noches, pero yo, que entonces ya debía de ser "rencollonita", que dicen los italianos, no lo pillé y pasé a tenerle manía al chaval y al cuento, de modo que no quería que me lo leyeran ni leerlo yo.
Es lo que pasa con ciertas exageraciones y cuentos, que al superar la realidad de un modo muy abrupto, acaban por decepcionar y no sirven ni para ponernos en entredicho. Basta con mirar alrededor.
A Totó, el niño, se ve que no lo olvidé nunca, porque siendo mi hija y su hermanastro muy pequeños, en su primer o segundo año de acudir al DolorsMonserdàSantapaudeSarrià, el colegio con el nombre más largo del mundo, un día vi a un chavalillo con el que se avenían mucho los dos y me dije, anda, si es igual que Totó.
Con el tiempo supe que el reencontrado Totó se llamaba Jordi y que además de practicar con gracia y donaire el “ball de bastons” en las fiestas de fin de curso, enfundado en unas fajas rojas que a niñas y niños les cubrían desde el sobre culo al cuello, jugaba al fútbol en el equipo del cole.
Esto último lo tuve que soportar y a veces disfrutar, las lentas mañanas de sábado, bajo un frío o bajo un sol de justicia, en campo ajeno u propio. Eran unos partidos en los que el deseo de pelota de los jugadores pasaba a ser un deseo pocas veces culminado, en donde los chavalillos eran capaces de encajar veintitrés goles y seguir gritando oé oé oé, convencidos de que en el partido de vuelta, “acabarían” con el rival.
Se ve que Jordi, -Totó para mí-, jugaba muy bien, algo que no fui capaz de detectar. Lo que si supe y soporté estoicamente fueron los llantos de los pequeños que un día vinieron a casa descoloridos porque Jordi se iba del cole. Le había fichado el Cornellá. Los peques lloraban y lloraban. No le volveremos a ver más, decían. Eran muy buenos amigos.
Lo de fichar por el Cornellá, a mí, que me quedé sin entender el mundo de la exageración que no fuera por la vía de la imaginación escrita y pocas veces por la fotografía realista, me pareció una forma de decir algo para justificar el adiós. El niño Jordi era muy chico y nunca logré imaginarlo en la cantera del club de fútbol de una ciudad que hasta aquél momento sólo veía como una suerte de esperanza para la lucha social y nunca cómo un depósito de futuros deportistas de élite. A los treinta y tantos seguía obtusa.
Hoy, estando al lado de mi madre, procurando pasar de deshilachar recuerdos, ideas y emociones, he pillado el País y me he encontrado con Totó, con Jordi Alba, vestido con la camiseta de la Roja. He leído la entrevista que le hacían. Parece listo. Lo era cuando le formaron el disco duro, así que habrá ido creciendo en su dirección.
Al otro lado del teléfono, mi hija, que navega que navegarás, me ha dicho, que ya debía de saberlo. Le he preguntado qué es lo que tenía que saber. Me ha dicho que ya me había contado que Jordi Alba jugaba con el Valencia. Le he respondido que no le estaba hablando del Valencia, si no de la Roja, que es un paso más. Y Júlia ha exclamado un efusivo, me alegro mucho por él. No he querido recordarle aquellos partidos interminables donde los jugadores, cuando se caían, se iban a llorar al regazo de mamá
Y las madres, cuando los chavales se caían y gemían despavoridos, hacíamos un paso hacia adelante, que el entrenador, muy ducho y maduro, nos paraba con un guiño.
Tampoco le he hablado de Totó, aunque sé que en su día lo hice. Ni de las fiestas de fin de curso. Ni tampoco de este sentimiento medio bobo que consiste en sentirse orgulloso de lo que ha conseguido alguien a quien un día le quitaste los mocos. Le tapabas un orificio de la nariz con un pañuelo y le decías, dale fuerte. Luego el otro. Y el crío le volvía a dar fuerte. Los mocos unen. He seguido leyendo el periódico al lado de mi madre mientras ella dormía.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sóc l'Anna Navy!
És molt fort tot això del Jordi...i pensar que era el nen que em va agradar durant tot el parvulari i part de la primària! jajaja Els meus nens del Casal d'Estiu no s'ho creuen qu algú tant terrenal com jo, que em veuen cada dia (i els hi sono els mocs quan cal) hagi compartit aula, patis i colònies amb el seu super ídol "Jordi Alba"...Aiiiiiiiiiiiix mare meva, com creixem! jeje
Un petó Magdot