Canelón de felicidad


                                    Árbol de origen uruguayo de nombre canelón
(Esta entrada está escrita desde el veinticuatro de Diciembre, pero no importa)

Nunca me he atrevido a cocinar canelones.  El caldo anterior al canelón, si lo sé hacer. Para tirar cosas en una olla, lanzar la olla, irme con ella, dejarla hervir y hasta quemarme, no tengo problemas. De hecho, mi hija, glosa mi caldo de pollo que es un contento. Desde que no le cuido las gripes dice que aún echa de menos mis caldos de pollo. Supongo que sabe que lo que le gusta de mi caldo no es el pollo, ni el caldo en sí mismo, si no aquél modo de aliviar el calor de las gripes que transpiramos las madres  en ejercicio. A medida que vaya conociendo otros caldos, traicionará el primero que se llevó a la boca, como Judas le hizo la pirula a Jesús. Me negará mil veces. Luego le sorprenderán otros tiempos, en busca del sabor primigenio, hasta que un día pille una magdalena, se la meta en la boca y diga, joder, qué rica está, y encima se llama como mi vieja. Entonces se encontrará a si misma (sic) y se abrazará a Proust, que no será tan celoso como el escritor, dios me escuche, si no el bajista de una banda de hard core sinfónico cataplán, que a mí me gustará como músico y estimaré como yerno, durante el tiempo en que les dure la sopa boba, maravillosa, del amor.
Desde el pasado Julio, en que falleció mi madre, me he ido vivificando en el dolor que me produce su ausencia y ahora me hallo sola ante el canelón y la bechamel, algo para lo que nunca he tenido especial paciencia. La destreza la podría conseguir, al igual que un día aprendí, -con el consiguiente ridículo ante un pediatra atónito que consiguió calmar mi ansiedad en un tris-, que al octavo mes, no es nada habitual que los bebés rían con cinco azahares / con cinco diminutas ferocidades.
 A fuerza de esmero, todo se consigue. Preparar una bechamel y prepararse para lo peor.
Toda preparación exige una acción posterior que la confirme.
Soy capaz de prepararme para cocinar una bechamel y los canelones correspondientes, pero aún me siento incapaz de ocuparme del tema. Y faltan solo dos días para servirlos en la mesa.
Tengo los ingredientes en la nevera. Menos la pasta, que cabe en un rinconcito, todo lo demás,  lo guardo en la  nevera. De vez en cuando la abro y admiro maravillada las sugerentes formas de los huesos de ternera y la fría soledad de la butifarra negra, pero en un plis  vuelvo a cerrar el frigorífico e, impotente, me pongo música. La última vez en qué, extasiada, he contemplado el interior del mueble frío, en lugar de música, me he venido a escribir esto para el blog.
Si no preparo los canelones voy a acabar con una tradición, asentada en mi familia desde los siglos de los siglos, aunque no tengo claro si en el Medievo catalàn se preparaban canelones por Navidad, o si al no cocinarlos sólo me cargaré un par o tres de siglos de doblar canutos de carne.
Ni planteándome el asunto de este modo, a lo grande, a lo Artur Mas, consigo fuelle para enfrentarme a la tradición. Todo lo contrario, solo a través de este planteamiento, justifico lo que voy a hacer, hornear unos congelados con bechamel incorporada y siguiendo detenidamente las instrucciones.
¿Quedará mi familia expuesta por los  siglos de los siglos al sabor del fast food? Espero que no. Los canelones congelados me han costado una pasta, los escogí tras grandes diatribas y los pagué al contado.
¿Y si mi hija se queda preñada por un gallardonazo no consentido, como acostumbra a pasarles a las mozas de buenas familias (sic soc), y tengo un nieto que nunca conocerá el sabor del auténtico canelón navideño por la falta de afán culinario de una abuela roquera que vota a políticos que no se planchan la raya del pantalón?
¿Recibirá el neonato  una subvención del  departamento de  Tradiciones y Fiestas Populares o lo entregarán para siempre a la magdalena proustiana de los manjares preparados?
¿El sabor de una magdalena proustiana compartida nos conducirá, por fin, a la unión de los pueblos, u ocurrirá lo contrario; si es que es posible agrandar el individualismo feroz?
En estas ando, mientras trato de asumir mi nuevo rol, cabeza de león, tratando de justificar una ineficacia muy honda que no puedo ni quiero cambiar por el momento, de modo que me dejaré de tontadas y le diré a la niña, al presunto bajista, y a mis otros ángeles comensales, que sean ellos quienes preparen la bechamel y los canelones, mientras yo les animo cantándoles, si es preciso, la Internacional y el God Save The Queen.
Solo acabando con las jerarquías y los juegos de poder intra muros, acabaremos con las jerarquías extra paredes. Toma dogmatismo. Ser dogmático es muy fácil. Lo difícil es ser justo.
Y ser justa ya es la hostia. Lo digo por mí. No por las mujeres en general.
Y paro, para no seguir mareando perdiz y peña, no sin antes, desde esta atalaya de baldosas de la cocina,  de aquella acanalonada manera y en el mejor sentido de la palabra felicidad, desearos a todas y a todos, un feliz año lo más algodonado posible, a sabiendas que el algodón y el acero solo lo conseguimos estando todos juntos y a la una, capeando buena o malamente las tradiciones y todo lo demás.

1 comentario:

Anónimo dijo...

la nostaljia nos consume poco apocoasi es la vida mierda besos uno mas