Fotos de Domenec Humbert
Hasta que conocí,
con dieciséis años, a Ana María Moix (marchando una de literatura del ego, de
obituario del ego, de miseria humana) creía que todos los escritores a
los que leía estaban muertos porque sentía que así me lo indicaban aquella
fotos color sepia o de mala calidad de las contraportadas de las ediciones de
entonces, qué, por una asociación sórdida o realista de ideas, me retrotraían a
las fotos color sepia, de marco ovalado, que veía en el cementerio el único día
del año en que lo visitaba de la mano de mi abuela.
Pero el día en que
conocí a Ana María Moix ya la había leído mucho y repetidas veces y ahí estaba
la vida, la vida siempre estuvo en ella, dudándola, poniéndola en brete, hasta
el punto que a mi hija, a mi vida grande, la llamé Júlia, como el personaje de
su novela del mismo nombre, la lectura que más me había ensalzado el alma,
siendo aún muy niña, y arrancado del centro, como un disparo de contra
literatura del ego ( vaya tontada de definición) al recibirla.
Escribo en mitad del
gran temblor. Mi hermano me ha dado la mala noticia. Antes había rehusado
llamadas de colegas pensando en responderlas cuando tuviera tiempo para ello y
para ellos. No estoy en Barcelona, estoy escribiendo, estoy en lo suyo, en lo
de Ana María, que hice mío gracias a ella.
Mi hermano me ha
dado la noticia. Mi hermano, el suyo. Los círculos y las infancias, las únicas
patrias, decía. Y la vida, el transcurrir, nos da buena prueba de ello.
Es ahora que lo
puedo decir, es hoy, en que no me siento el aliento, cuando por fin puedo
gritar algo para lo que no estoy preparada, cuando mi fantasía infantil se
concreta y toma toda su dimensión. Todos los escritores están muertos.
No tengo ninguna
duda al respecto y el grito me cercena de dolor.
Si apenas acierto a
darle a las teclas con mi ímpetu habitual es porque me pregunto donde coño irá
a parar la energía suya, la de la
Moix , que siempre supe buena, de una bondad infinita (no
sentía cursi la bondad y joder, ya era hora de poner la valentía en su sitio) y
por eso mismo puse a los pies de una aprendiz de judas tan despistada como yo.
Tres veces la negué y millones de veces la amé. Mátame con tu literatura que no
doy parte.
Pero lo mejor de Ana
era su coherencia personal. Obra y vida, la misma cosa. Y esto no lo digo hoy,
lo he dicho siempre, lo he sentido jirón de piel. No en vano también he sufrido
hasta el hastío, desde los dieciséis hasta ahora, mucha decepción, salvo
honrosas excepciones, al conocer a otros escritores.
No es bueno recordar en estas horas a peña liada.
Ana ¿Porqué te
fuiste? ¿Por qué te has ido? Supongo que este es el ruego que más nos hacemos
los que la hemos querido, así como será el titular de despedidas, que ella
mismo puso a huevo desde que escribió lo de Walter.
Todo cuanto hacemos
en esta vida acaba por crecer en distintos paisajes, se va afuera. O casi todo.
Tengo dos libros
suyos, no escritos por ella, si no regalos, uno es una edición de lujo de Peter
Pan, su compinche.
Y tengo una pena que
no me deja escribirle al acierto, así como algunas notas, cartas, que hace unos
días eran lo de menos y hoy son lo único que queda. ¿Lo único? Gracias por
hacer cosas tan innecesarias, escribió en un tarjetón cuando me casé. Y en la
funda del ordenador siempre llevo una estampa que corresponde a algún montaje
en el que intervino, ignoro cuál, en que bajo una virgen de dudoso aspecto,
ella escribió una oración a la virgen de todos los teléfonos del mundo,
solicitándole se diera esmero para que mi amor me llame hoy. Ojala.
Hable con ella hace
un par de semanas. No por intervención divina, que no era este ni el amor ni el
milagro, pero me dijo algo infinito que hoy me meto en vena para no perderla
tanto.
Como siempre. Ana
siempre decía palabras de para arriba, subrayaba el poderío, aunque fuera con
su humor negro, del gran mearse de risa, pedazo de ternura.
1 comentario:
Que bonic que li escrius, Magda. Una abraçada. Maica, la Mastropiero.
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