Los seres humanos no importamos a nadie, ni ahora ni en la noche de
los zombies, cuando los muertos de la mar salgan a rompernos la cabeza. Se
comerán a nuestros hijos, los bulbos de la tierra. Les diremos que se
equivocan, que sus víctimas han de ser otras, las bestias vestidas de seda que
no hablan de ellos para no ensuciar sus blancas dentaduras que deslumbran aún cuando no sonríen para impedir que los demás puedan mirarles a los ojos, a sus cuencas vacías en donde
anidan serpientes venenosas.
Mientras caemos en el miedo de aviones conducidos por
psicópatas, la mar donde pensamos en bañarnos la ingratitud de estar vivos y tener voz (ya
no es difícil encontrar rosas rojas en el mar) nos traerá secretos de personas que querían vivir
y vivir bien, como es debido. Mecidos en el engaño, el suyo y el nuestro, escupiremos teorías y
veremos partidos de fútbol que financia la peste, la casta, la caspa, la cata
de la piel de sapos, la carta sin sobre ni dirección, la carpa vencida del circo, la costra.
Libraremos un mundo de Cristos a las vallas de pinchos y
multiplicaremos los hechos sobre los cuales no se erigirá ninguna iglesia
porque solo hay doctrina en la libertad, la de todos.
Tenemos lo que tenemos, una guitarra, un pincel, una llave
inglesa, la firma, el voto y la conciencia.
No dejemos las armas, armémonos de valor. Mira hacia adentro
y encuentra tu Lampedusa.
Van muriendo como ratas. Son demasiados. En la cuenta no nos sumamos todos, porque ellos son de allá, de donde la nada y de donde los nadies, de donde Galeano y tantos otros.
Aquellos a los que en los noventa, les tosías el orden constitucional y te reñían (¿no tendrás problemas con la jerarquía?) y te llamaban vintage, aunque veinte años no es nada y febril la mirada, hoy ponen en sus espacios en las redes sociales una flor en honor a la sangre derramada. Algo es algo.
Van muriendo como ratas. Son demasiados. En la cuenta no nos sumamos todos, porque ellos son de allá, de donde la nada y de donde los nadies, de donde Galeano y tantos otros.
Aquellos a los que en los noventa, les tosías el orden constitucional y te reñían (¿no tendrás problemas con la jerarquía?) y te llamaban vintage, aunque veinte años no es nada y febril la mirada, hoy ponen en sus espacios en las redes sociales una flor en honor a la sangre derramada. Algo es algo.
África siempre estuvo ahí y nosotros muy cerca.
Sobre un charco de sangre un niño hace naufragar su barquito
de papel. Tiene otro y no sabe que los charcos, antes, eran de agua. La miseria
de las almas de este tiempo es mayor al hambre y la miseria que sufren tantos
cuerpos.
Para no olvidar, seguir amasando pan. Para no olvidar nunca,
la llave inglesa, el lápiz, la bocina, el voto, el arado y la conciencia.
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