y no hay nada, añado yo.
La noche había empezado muy temprano y a las dos de la
madrugada ya parecíamos estar en el día siguiente, o así de cansados nos encontrábamos casi
todos, a juzgar por los comentarios. Hablábamos de cualquier cosa pero sobretodo
de poesía, aunque la poesía es mejor compartirla como se comparten las sensaciones
que nos sacuden con las canciones, que es lo mismo ¿Y cuando Ángel González
dice que si fuera Dios? ¿Y si un Dios la follara? En Valencia se folla mejor
que en Catalunya. Es todo lo mismo. Y amar de cintura para abajo. La poesía de
la experiencia y la poesía de la decadencia. La poesía indignada. La poesía
siempre está indignada. O no será.
Y así un buen rato. Se hacían grupos según afinidades. Pero
de repente sentías que el afín no lo era tanto y te dabas la vuelta y en el
grupo de atrás te acogían. Nada especial, como en todos los encuentros y como
en todas las fiestas del charlar. Si los poetas mencionados hubieran estado
presentes se habrían dado de hostias. Huidobro, Pere Quart y Papasseit. Estos
habrían bailado con la más guapa. Y de
pronto nos dio por hacerlo. Hay quién baila en el centro y hay quien se va a un
lado, pero lo tribal permanece y se hace un grupo más o menos compacto. Un
chico joven, eufórico, repartía sensualidad a mansalva, coqueteaba con todos y era, por todos, bien recibido. Las manos se entrelazaban. El cansancio había dado
lugar a un “forzar la máquina” que cantaba Gato Pérez, y precisamente a él, bailábamos. ¿Quién es este chaval? La pregunta se fue repitiendo en la barra
del bar y en los bancos donde descansábamos algunas rumbas. Llegó un momento en
que todo el mundo lo preguntaba y nadie tenía la respuesta. La mujer del anfitrión me lo preguntó a mi. Ni idea. Me colé en una fiesta, dice otra canción que no movíamos con el peroné, pero los que estaban más sobrios, cuando supieron que no podían identificarle, ya no le entregaban sus manos para emparejarse con él ¿Qué
tontería es esta? ¿Acaso alguien conoce a nadie? El joven tenía los ojos
claros, barba rubia que parecía mas un césped artificial que una barba al uso y la pose
indolente del que se sabe exuberante por joven y bello.
Abandonó el lugar en el coche de mi amiga. Dijo que tenía que
volver a casa y se pusieron de acuerdo. Iba sentado en el
asiento de atrás, encajado entre dos tipos que se durmieron como niños nada mas
alcanzar la autopista.
¿Y tu quien eres? Le preguntó mi amiga. Nadie lo sabe.
Creo que en este punto me dormí yo también.
Cuando me desperté el chico ya no estaba.
¿Quién era? Le pregunté a la solicita conductora. Me dijo que se presentó como poeta y le dio un nombre propio. También me hizo saber que se había dejado la cartera y un libro en el coche. Mira. En la cartera había veinte
euros, un carnet de identidad y otro de la Facultad que rezaba que estaba a
punto de cursar el último curso de filosofía. El libro era Notas de un método,
de María Zambrano, en una edición de tapa blanda. Estaba muy maltrecho, y el capítulo Trascendencia es transparencia, totalmente subrayado con varias tintas. También guardaba la foto
de una chica muy bella. Lo es, dijo mi amiga, pero ¿No te recuerda a
alguien? Era la hija de los anfitriones
de la fiesta, sólo que no había estado ahí. No les conozco tanto como para ir dándoles explicaciones sobre esto, dijo. A mí me había invitado ella.
Mis amigas son muy extrañas, pero solicitas. Al día siguiente le mandó la cartera a la dirección que figuraba en el carnet.
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