
Si
Dulcinea, mi
bien amado amigo Don
Quijote,
es recordada en
recortables,
tu amada, en las
torpes manos de una
niña (
muy pequeña)
brincará por los
suelos una
nueva existencia.
Y
serán muchas más las
existencias
que
ahora no te
cuento,
ni
le digo nada a ella,
por qué el anuncio de
otros trotes
más allá de
sus tinajas,
podrían confundirla
y de
buen seguro no se
creería nada.
La
mejor recompesa de la
immortalidad
es
convertirse en
juego.
Ni tesis, ni
memoria, ni
estatua, ni
entrada en los anales.
Un
juego es el sujeto y lo preciso,
inmortalidad que
brinca,
nunca alcanza
los topes de las
cosas.
De
ahí la
alegría de
serlo y
serlo mucho.
Quijote, tu me
entiendes, porque
estás de la olla
y
está de la
pasión o
miras la
inocencia
y
siempre la
comprendes.
Por
poco que te
alejes,
yo sé que estos
días,
el
Once de
Setiembre,
volverás a Barcelona,
con
Sancho a tu
verita,
para
luego dar
voces
a
todos los
molinos,
y en
todos los
caminos:
"que se
mueran los
feos."
Y
cuando seas recortable,
que sé que
ya lo eres,
-pero no a mi
alcance, todavía-,
te pondré en un
atril
de
aquellos que
vendía
la
mujer que
compartió
con Mercè
Rodorèda
sus últimos años,
vestido de
mecenas.
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