FELICIDADES, JUAN MARSÉ


Ha quedado pequeñísima la foto de Juan Marsé. La he subido por qué el escritor está bellezón años cincuenta que bien podrían ser hoy mismo.
Felicito a este hombre por el premio Cervantes y por tantas horas me ha dado de placer lector. Somos muchos los que  le felicitamos.
Marsé es un genio literato que se mueve por las palabras y su contenido con determinación, pasión y delicadeza. Ha creado un estilo, ha recreado su vida y ha facilitado y facilitará otras tantas.
Al Marsé le han dado el Cervantes y en lugar de gritárnoslo los unos a los otros por las ventanas del patio de vecinos, de abrir una birra a su salud, de pasear de noche por la Ronda Guinardó o pillar a un Pijoaparte (el mejor Pijoaparte; Loquillo) y darle un buen merecido, la mayor parte de la gente han dado  vueltas entorno a una palabra que él dijo (no la escribió) "anomalía", hasta caer mareados por rotar y rotar sobre la nada.
Hay discursos yermos que no lo son si estás en movimiento. Si no te mojas ni te hundes ni sabes nadar, mejor  te callas.
Lo "mío" con Marsé, además de la admiración que siento por él y es unilateral, ha sido breve pero muy intenso. Hace ya miles de años, este hombre, me dijo un día que parecía un pistolero de tabaco rubio. Entonces yo era muy joven y él atacó primero. Lo que yo iba a decirle es que conocía a su padre biológico, al Faneca, un señor amable y tozudo que se dormía al sol de la plaza de Conesa con el libro "La Muchacha de las Bragas de Oro" en su regazo y se despertaba de un susto al sentir el zumbido de la velocidad de un balón que pasaba volando a un palmo de su cabeza.
Mira que le decíamos que escogiera otro lugar para dormir la siesta, pero él nos respondía que fuéramos nosotros los que escogiéramos otro lugar para jugar. Otro discurso yermo. La "anomalía" era él, que venia de fuera y pretendia cambiarnos el escenario.
Siglos después de aquellas correrías, le prometí a Marsé, comiendo en casa Leopoldo junto Marina Rossell que montó el encuentro, Neus, y Ovidi Montllor que comió sus últimas "espardenyes", que le conseguiría una foto de su padre, del cual, hoy día, es su vivo retrato. No lo logré por mucho que rogué a la família del tipo, ni aún contándoles que me encomendaba el mismísimo escritor.
Pero sí fuí al cementerio donde reposan los huesos del ADN del genio y en el nicho donde Faneca vuelve al polvo, no constaba su nombre y sí otro, escrito con spray ( de esos que usan los Pijosapartes para pintar los muros con grafittis) que otorgaba una nueva identidad al padre biológico de Marsé.
Eso que Freud llamaba "la repetición histérica". 
El caso es que me hubiera gustado poder contribuir, creando una emoción, a la vida del escritor del premio Cervantes de este año, pero no lo conseguí.
Sigo, eso sí, cuidando de mis pistolas de tabaco rubio y la lengua larga encerada por el movimiento de las cosas, aunque también se callar y buscar la deseada soledad, mucho más gozosa, si tengo a mano un libro de Marsé, el mejor escritor contemporáneo de este mundo anómalo en el que vivimos. 

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