Invasión


En la entrada de uno de los dos parques donde paseo a la perra, hay un par de mesas, de esas de merendero, ocupadas por un grupo de dominicanos que juegan al bingo o juegan a las cartas. Niños, hombres y mujeres, salen a la hora baja de la tarde y se quedan ahí hasta bien entrada la noche. Los pequeños juegan y los mayores juegan o charlan. Se forman grupos. No falta comida, ni bebidas, ni refrescos en la neveras portátiles. A mí me produce regocijo como de nido y expansión, ver a aquella gente entorno a sus cosas. A veces coincido con ellos cuando se van, con los niños dormidos en los cochecitos y recogiéndolo todo. Tratan al parque como si fuera su casa y su casa la deben tratar con mucho mimo. Pero hay una voz popular que dice cosas feas referente a este grupo humano. Lo he oído en la farmacia, en la escalera y en el Caprabo, pero por mucho que pregunto (si es que al hablar se dirigen a mi) nadie, nunca, me ha dado una respuesta clara sobre el porque del rumor de animadversión que les hace murmurar.

Parece ser que la práctica lúdica de los dominicanos, retrotrae a la gente del barrio a su pasado: "De cuando esto era como un pueblo y nos conocíamos todos y aquello si que era bonito. Todo el mundo de casa en casa, sin temer por los robos ni la inseguridad. Y la forma como se improvisaban las cenas a la fresca. Doña Flora preparaba una tortilla de patatas y luego todos bajábamos algo." A una cuestión de presente "¿Por qué refunfuñan ante el hacer dominicano? siempre responden con una respuesta de pasado. Sea quién sea quién me lo diga, les animo a seguir haciéndolo y es entonces cuando sale el discurso confusión: "Ya no es lo que era. No hay seguridad. No entiendo como pueden estar contentos, Nosotros, con la crisis. no nos podemos permitir sus fiestas. No sé de donde sacarán el dinero para estar a la fresca."

La de todos es una vieja consigna cargada de mucha mierda y mucha insatisfacción. A una parte de la sociedad no le gusta que el pobre ría. A una parte de la sociedad no le gusta la risa del pobre. Si, ellos, con dinero, no encuentran motivos para la risa ¿De qué narices se reirá el mulatito fondón que transporta, dos en cada mano; hasta cuatro bicicletas de niño y una mochila en la espalda de la que asoma una larga barra de hielo?
Los pobres comen mucho porque no saben si podrán mañana. Hay un existencialismo nada francés, si no muy sano, en estos dominicanos y en las clases mas humildes del mundo entero, y eso es algo que no tolera mi vecina la ahorradora, que para bien dormir, precisa repasar el último informe bancario para sentir que pertenece a una realidad tangible.
Lo que nunca me dirán, los del barrio de toda la vida, cuando hablan, conteniendo el desprecio, sobre grupo de dominicanos; es que lo que les fastidia es la unión y la alegría que exhiben los recién llegados.
Al pobre le quieren servil y con la cabeza gacha. Eso pasa aquí y allá y entre gente muy diversa. El mas detallado medidor de mezquindad humana, se conseguiría de haber un aparato que midiera qué tipo de cosas se mueven en el interior de uno, al ver a un ser humano "extranjero", aparecer en campo propio.
Los perros se miden, primero se huelen, y luego deciden si se revuelcan juntos o pasan de todo. Hay una nobleza en las bestias, que el ser humano, mediante la razón, no siempre alcanza. Si no ¿De qué, los vecinos del bario de toda la vida, no seguirían improvisando cenas con tortillas de patatas y volverían a dejar salir a los críos a la calle. cuando, como ellos dicen: "Aquello si que era vida y no ahora que lo han invadido "éstos"...?
La Rumba, la perra, se pone toa loca cuando les ve. A ellos le hace gracia que se llame Rumba, a ella le hace gracia probar las sobras de la cena que le ofrecen, a los niños les hace gracia molestarla, a ella les hace gracia gruñir, a ellos esconderse y a mi me hace gracia la algarabía que se puede montar ante la simple vista de un perro, cuando los humanos ejercemos un rato de tales.

1 comentario:

Mariano Muniesa dijo...

Magda, buenísima reflexión, como siempre