La pasión según te va



Siempre que tengo una duda de índole cultural, llamo a mi hermano, al único que tengo por vía intravenosa. Es una de mis suertes. Puedo preguntarle casi todo, porque si no lo sabe, lo busca. Se documenta en un chin pin, me da la fuente y el agua, el nombre en latín y la abreviación en griego.
Esta mañana le he llamado para preguntarle si se acordaba de que en nuestra niñez, tal semana cómo la que estamos viviendo, la santa, antes de que nuestros padres nos mandaran "a casa de la iaia Malena", nos compraban una "cosa", un juguete que hacía mucho ruido, que olía a madera recién tallada, servía para "salir a matar judíos" y no podíamos utilizar hasta el día que tocaba y que debía de coincidir con el día en que jesucristo echaba a los mercaderes del templo a cajas destempladas ( la reiteración me ha salido al azar) momento en el cual nos lanzábamos a la calle cómo energúmenos a hacer ruido, algo que a mí, -según le he dicho a mi hermano-, me producía un mal rollismo tan gigante cómo ir a misa, más que nada por qué no sabía a quién "mataba" y "matar" era algo que los catequistas, decían que tanto dios como cristo tenían cómo pecado mortal y no había que hacer nunca y bajo ningún concepto.
Las consideraciones emocionales, tales como el mal rollismo del acto de "matar con la carraca", a mi hermano se la sudan, pero no los conceptos, -lo cual no quiere decir que el hombre no sea sensible-, pero siempre ha tendido a ir a por la información de las cosas, a desmenuzar lo concreto.
Me ha dicho que tal juguete,-un instrumento de percusión- lleva (y llevaba) el nombre de carraca. Y en catalán se llama carrau, xerrac o xerric. Y que las dos últimas definiciones sirven para denominar, más que al objeto en sí, al ruido que provocan cuando están en movimiento.
Sobre lo de "matar judíos", no recordaba si era "matar" o "ahuyentarlos" lo que hacíamos. 
Recibida tal información debería de haberle dado las gracias y colgar el teléfono, porqué al expresarle mi estupor: ¿Nen, por qué matábamos o ahuyentábamos judíos si Jesucristo también lo era? ¿O no lo era? me ha respondido que si a estas alturas de la película no sabía eso mejor que apagara y volviera al cole, pero a parvulitos.
Me ha colgado él, que tenía curro y no estaba para ostias.
La verdad es que si sé que Jesucristo fue el rey de los judíos, pero no era a este tipo de cosas a las que atendía en mi infancia aunque me las contaran, del mismo modo que a él no recuerda haber sentido mal rollismo al "matar" o "ahuyentar" a unos tipos que no tenía el gusto de conocer.
La tradición, -según él, pagana-, a mí me parecía dictada por la mismísima curia romana, porque bien que les hacía gracia a aquellos curas de largas sotanas ver a los niños desmelenados, algo que a mí me confundía hasta escribirlo en el diario ( ¿Matar no era un pecado mortal?) mientras que al chaval se la traía al pairo tal contradicción, porque por no recordar, no recuerda (y dice no haber visto en su vida, ni ganas) a ningún cura contento.
Somos lo que somos desde que empezamos a ser y a configurarnos y luego, por mucho que te enmiendes, hay poca marcha atrás. Por si fuera poco, la carraca de marras, que yo recordaba de madera, él la recordaba de plástico. Más allá de la memoria que reescribe la experiencia, hay una experiencia honda, una información sentimental que es la que nos marca el resto de la vida.
Y a mí me cuesta muy poco volver a ponerme en situación de rememorar cómo si fuera ahora, aquél mal rollismo que sentía, aquél sentimiento contrapuesto de tener que "salir a matar" cuando me habían dicho que no se podía hacer, mientras que a al "nen" le interesaba más conocer la historia, el significado de las oraciones y conocer el año de construcción de las iglesias en las que yo viví mis primeros ataques de angustia y estudié métodos sibilinos para largarme o para que me echaran.
En la conversación telefónica sobre la etimología de la carraca, he dejado ir otra de las mías al recordar que la única vez que sentí que el jesucristo que había interiorizado en mi infancia se avenía a otro, se produjo al leer ""El Evangelio según Jesucristo" de José Saramago se ha hecho un silencio que he pillado al instante.
La conversación estaba más que concluída y mientras yo pretendía alargarla en busca de alguna respuesta vana, él ya se había largado calle abajo, como cuando era niño y le daba a la carraca, mientras yo, cinco minutos detrás suyo, bajando y trotando, me decía: "dios, si existes, dame una prueba, va, dame un mensaje". Un día, en este trance, se cayó una maceta de un balcón. Y eché a correr calle abajo.
Pero aquella vez sí sabía porque corría y porque me apretaba tan fuerte al mango de la carraca. De madera.

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