Con una actitud entre rotunda y triste, la gitana se pone en el semáforo y vende pañuelos de papel a los conductores. Te hace un origami de ojos negros. Un origami de delantal. La mujer es irreductible. Cada día llega a la misma hora y cada día se va a la misma. Hace su jornada completa. El jueves me dijo que a su suegro le había caído en el almacén la mitad de un tráiler de champús y geles. Por si yo sabía de un mayorista: “Es que mi suegro no sabe qué hacer con tanto y se lo quiere sacar rápido de encima, no sea que le vayan a meter en algún lío... Le dije que lo vendiera a los chinos. Me respondió que esos no pagan ná. Desde el vierne, para liberar un poco el almacén del suegro, la gitana vende pañuelos de papel, champús y gel de una conocida marca: “Voy vendiendo a granel, pero me gustaría más venderlo de golpe”, me comentó.
Se ve que se corrió la voz por el barrio porque he visto a más de una persona cargando champús. Cuando el viernes saqué, a mediodía, a la perra, la gitana todavía estaba ahí. La acompañaba un hombre: “Mire usté, hemos tenido suerte y varias tiendas nos compran.” Se le había ido la tristeza de la mirada. Mangoneaba al hombre: “Pon esta caja en la carretilla. Y tres más, que caben. No seas tiquismiquis. Pareces payo”.
Yo también le compré seis botes. No tenía bolsa. Le dije que sin bolsa y con la perra no me los podía llevar. La mujer actuó rápido. Miró a un costado, miró a otro. Los comercios estaban cerrados. Solo una tienda de delicatesen y comidas preparadas estaba abierta con bastante gente en su interior. Vi que no le apetecía entrar ahí. Los de la tienda son muy finos y muy secos. Los conozco: “Dé la vuelta a la manzana con el animal o haga lo que tenga que hacer con él y si quiere volver, ya tendré bolsa”, me dijo, muy educada.
Al volver del parque canino pasé a recoger el botín de la higiene. Al llegar a casa la dejé en el baño. Hasta hoy no he sacado los potes para guardarlos. Dentro de la bolsa había un bocadillo, envuelto en un papel de la tienda de delicatesen. Al ir, de nuevo, lunes lunero, a sacar la perra, he encontrado ala gitana y se lo he comentado. Se ha echado a reír: “Llevo cinco años en este barrio, por los bares y los semáforos. A veces me echa la policía, pero siempre vuelvo. Todo el barrio sabe que soy muy honrada, pero a los de esta tienda no les gusto nada. Ya había entrado dos veces pidiendo una bolsa. La primera me la dieron, la segunda no (aquí me ha venido a la cabeza el poema de Lorca: Mira si el aire te lo dice) pero pensé, si vas a pedir un bocadillo, que es lo que creen que pedimos los gitanos,ahora que hay tanta gente, me lo van a dar. Y con el bocadillo me darán la bolsa que necesito. Eso es todo. Y me olvidé de él, que se lo quería dar a mi Mario, pero bueno, ya tenía dinero de la venta y el sábado nos fuimos con el coche a comprar al Mercadona, que está todo muy bien de precio...”
No sé si colgar este post en la entrada de la tienda de delicatesen. No sé si debo escribir también la moraleja o se cae de puro obvia. No sé qué coño nos pasa con la bondad, tanta bondad. Y con los prejuicios y la maldad.
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