Perro Flauta





El perro flautismo no agrada. Hace unos días, paseando a la perra, coincidí con una mujer de mi quinta y su perro. Dejamos sueltos a los canes en un jardín, algo que se puede hacer y no se puede hacer porque si te ve la guardia urbana te multa con trescientos euros, a pesar de que no haya un pipi-can a un kilómetro a la redonda. La mujer tiene muy humanizado a su perro, le habla como si fuera humano. Y tonto. Sea como fuere que pasó algo que me llevó a decirle a mi perra: “Ven aquí, que te voy a arrancar los molares y los incisivos de cuajo”, la mujer me espetó: “No le diga estas cosas, que son muy sensibles”. Y acto seguido me metió una arenga sobre la sensibilidad canina, que aguanté porque llevaba botas de lluvia y mientras ella hablaba, yo iba pisando los charcos, sin escucharla, conscientemente autista, como siendo niña, como siendo adulta, mientras los canes corrían.
En estas de la evasión y la arenga llegó un perro moviendo la cola, simpático, grandote, con un pirsin en una oreja. La mujer lo festejó como se festeja la presencia de un nuevo amor inesperado, pero cuando llegó el amo, un chaval rastafari con pantalones a cuadros, rostro perforado y calcetines desparejos, la mujer pilló a su perro , le calzó la cadena y antes de partir, dijo: “Vaya a saber qué cosas habrá lamido, pobrecito.”
Los perros flautas son la imagen del parásito social. Eso es lo que les metemos encima. Vienen a representar la decadencia del sistema (sic), el asfalto fer niente, el cuelgue, la falta de futuro, el presente movedizo, la angustia, la levedad de la línea que separa la solvencia de la precariedad.
A los perros flautas, la pasma les pega más. Una por meterse donde no les llaman y otra porque les tienen manía. Quim Monzó también les odia y se reitera en ello. Cuando hablan de las acampadas, dicen que el perro flautismo las está degenerando. Incluso lo he oído decir entre los acampados. Pero los acampados no usan el adjetivo perro flauta. Los acampados hablan de otros, de los ionquis, a quién la autoridad envía a Plaça Catalunya (cada cual se sabe lo suyo) para que la líen sin pudor durante las noches y se peguen entre sí.
En el perro flautismo, como en la vida, hay de todo. Los hay que estudian, los hay que viajan, los hay que leen, los hay analfabetos, los hay colgados y los hay infiltrados. Esto último me dejó boquiabierta ¿Os imagináis al sargento Plómez invitando a sus chicos a disfrazarse?
En cualquier caso, un pueblo que no puede mirar sin desasosiego lo que considera sus miserias, es un pueblo incapaz de poder gozar de sus grandezas. Un pueblo que no matiza es un pueblo que escapa detrás del sonido de una melodía adormidera salida de una flauta.
No hablo del bueno de Hamelín.



1 comentario:

Zarafin dijo...

¡Qué gusto da leerte, Magda!