Puro Teatro (Carta abierta a Juan Echanove)


Juan, tío, lo tenía todo puesto y se me ha borrado el archivo. No se ha borrado, ha desaparecido. Seguro que al llegar a casa, muy de noche, después de los tragos que siguieron a tu trabajo en el Romea, me puse a escribir en un documento abierto, en cualquiera, y ahí está el texto, extraviado. Desaparecido. Cualquier día lo encuentro pero para qué.
Te has despedido de Barcelona, donde has estado unos meses representado tu papel en la obra Desaparecer, de Bieito, junto a Maika Makosvki. Cuando lo supe me eché a reír ¿Qué harán juntos la doncella del rock electrizante y el puto amo? He seguido el trabajo de Maika a través de sus músicos, unos peludos que le arrean fuerte a la Fender (Viva el Xarim Aresté de mis entretelas a quién le promociono su banda siempre que puedo. Viva Very Pomelo)
Maika es una gran compositora y el mundo es muy chico, Echanove. Lo sabes mejor que nadie. El mundo es emocionalmente muy pequeño y a la vez hay tanta gente...
A ti te ha dado por representar la vasta pequeñez emocional de las personas, nuestros entresijos psicológicos. Eres comediante. De pequeño ya lo querías ser por encima de todo y más que nadie, en un tiempo en que nadie, salvo tu, sabíamos que queríamos ser, además de jóvenes siguiendo al trote a Juan Diego por las calles de Madrid.
Movidas de la movida que andan muy lejos, pero no Juan Diego que te vino a ver junto a Juan Luís Galiardo, tus dos maestros, y te hicieron llorar, pedazo de moco. Te hicieron sentir casi tanta emoción como la que sentiste el día que nació tu hijo. Las comparaciones siempre son odiosas, pero en cualquier caso, el asunto iba de nacer, crecer y morir.
El asunto era la vida y nada más.
Tus maestros están orgullosos de ti.
El público también. Bueno, el público te admira. En este caso, el orgullo es tuyo.
No podría ser menos. Y te juro que aquí no cuenta la amistad ni la hija que tenemos en común y por cuya manutención t todavía no te he denunciado, porqué te juro que a la segunda palabra que salió de tu boca, estando tu arriba, en la escena, ya no te conocía ni te reconocía ni falta que hacía. Es más, cuando dijiste, íntegro, el texto del Gato Negro, te quería matar. El relato de Poe es espeluznante y tú, cacho bestia, aún contando en primera persona lo peor del ser humano, lograste conmover.
La vileza (la mía) se sentó en mis rodillas mientras a ti se te deformaba el rostro y las manos se convertían en gato y en hacha de matar, en culpabilidad, en desesperación, en rabia, en amor, en nada.
Maika iba destilando sus canciones (vaya temazos) con el vestido blanco y su presencia rotunda, hasta que su aparente inocencia se confundía con tu crueldad y al revés. Llegasteis a ser dos seres muy infames, dignos de piedad. Llegasteis a semejar algo de cada uno de los presentes. Y desaparecisteis al modo Robert Walser, desaparecisteis porque no teníais más remedio que largaros en la bruma y buscar el calor del abrazo de la nieve gélida. Desaparecisteis porque habías acabado con todo.
Cada cierto tiempo nos das una lección de teatro. Tú dices que el reto es conmover. Yo digo que el reto debe ser conmover, para no contradecirte, pero el reto pasa por inmolarte. Si fuera tu madre te seguiría durante toda la gira. Si fuera María, tu chica, también.
Te seguiría como se sigue a los toreros, sometidos a la ventura de la muerte.
Intensidad, decía la crítica. Intensidad, inteligencia, arrojo, contención. Una bomba humana de relojería.
Todo lo que haces en el teatro es lo que pasa en la vida. Lecciones de una hora y lo dejas todo revuelto.
Luego sales, duchado, y dices que quieres una cerveza. Que el mundo, para ti, se resume a una birra. Yo quería matarte, estrujarte, pero tu pedías quintos fresquitos y hablabas de cualquier cosa, hasta que en un momento dado contaste cómo un día, al llegar al Romea oíste cantar a Maika el Like a Rolling Stone de Dylan. Estaba probando la voz y la hizo entera. “Fue muy emocionante”, dijiste. Y añadiste: “me dieron ganas... Aquí hiciste un pequeño parón y con una mano tomaste la botella de quinto vacío y la levantaste: “Me dieron ganas de darle una ostia por detrás y matarla.”
Pues eso, Juan. Matarte. Las ganas. A coca colazo limpio. Maneras de hablar, maneras de vivir. Intensidad, palabras soeces y esta delicada, genial manera, con que entras en lo humano dentro y fuera del escenario.



2 comentarios:

Zarafin dijo...

Fantástico. Y una envidia de no haberlo visto.

Burdon dijo...

Magda, no he visto la obra de teatro de Juan Echanove y Maika. A Echanove lo sigo de siempre, es un pedazo de actorazo, me conmueve. Y Maika, al menos el único concierto que vi de ella en mi pueblo, me encandiló.

Pero tu carta abierta no se queda atrás, tú también tienes esa intensidad a la hora de expresar lo que sientes. Un texto excelente, como todos los que te he leído.

¡Un saludo desde Suiza!, del picapiedra, como diría Cathy.