Vanidad

                                                       Ilustración de Xavier Puigmartí

Desde que dije que escribiría cada dos días, casi todos los que he podido, que no han sido muchos, al llegar a casa me sentaba un rato ante un archivo abierto y no me salía nada. Nunca me había pasado esto. Jamás. El tonto al lápiz y el folio en blanco para mí. Siempre ha sido así, desde que era muy niña. No quedaba ninguno por rellenar. Pero no esta última semana, en la que, encima, han muerto dos personas muy queridas.
Desde que llegó mi amiga (la del anterior post, la que está en tránsito y veinte años no es nada) en casa se ha montado una especie de enfermería del alma donde ninguna de las dos (hay otra que se ha sumado) está enferma ni es doctora. Hay un punto coñazo, y nunca mejor dicho. ¿Imagináis tres mujeres tres, de largas y anchas edades, llegando cada uno de lo suyo a la misma hora, y contándose experiencias de alto voltaje emocional?
Suerte la mía, porque yo sólo trabajo, escucho, me como sus cocinitas biológicas y no puedo escribir.
Lo suyo es más duro. Tienen que afrontar a su pasado a través de los objetos, de miles de cosas, y no de las personas, que es como se debe construir o destruir si fuera el caso.
De hecho, lo que les ocurre a mis amigas, lo he leído un montón de veces y lo he visto en el cine otras tantas. Y siempre he rehuido el tema. Por coñazo. Y nunca mejor dicho.
Con mi ligereza más la imposibilidad para la escritura (que ahora mismo estoy deshaciendo) y su profundidad, estamos construyendo un mundo efímero donde no entra el google y el facebook y mi vanidad se resiente.
Mientras tanto, en casa, no se cabe. Una noche conté treinta tíos paseando por el pasillo. No cabían, pero ahí estaban. Lo mismo en la vida que en los pasillos.
También tenemos focas, delfines, chóferes, autos de choque, políticos, poetas y un dj tímido que se empeña en pinchar a los clásicos.
Esta mañana, aprovechando que estaba sola, he pegado un escobazo a tanta solemnidad y al tirar los escombros, he notado que ya podía volver a redactar.
Y aquí estoy, mega referencial por un día y yerma de la vanidad que encuentro a través de vosotros que estáis en la misma red que yo. Me gustaría dar un sentido nutritivo y generoso a este texto. Que sirva de algo más que para henchirme el alegrón de volver a hacer lo que me apasiona compartir.
Y siento que lo único transferible, aunque sea banal, es decir (y eso lo podemos hacer todos) que lo de juntar a peña del pasado y sostener un “fa” emocional durante más de una semana, para lo sirve, de verdad, de verdad, es para derrumbar mitos de la sociedad capitalista (ahora se, -en contra de lo que algún día llegué a pensar-, que las niñas de Pedralbes no eran felices. Que ni el tenis ni las asistentas las saciaban) y encima, tanto ir y venir por las emociones, es un método infalible para adelgazar. El método. Y encima, como el facebook y el blog, el camino hacia la sílfide, alimenta la vanidad.



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