Paseos con mi madre de Javier Pérez-Andújar



Casi al final del libro “Paseos con mi Madre”, de Javier Pérez-Andújar, el autor nos sale al paso vestido con una chaqueta de piel negra que le regaló su padre y le lleva abrigando los inviernos desde hace veinticinco años. Mira que el tipo está presente en toda la narración y seguramente desde su esencia más pura, que salvaguarda sobre la Idea, liberando la palabra del lenguaje y creando un lenguaje que ya es clásico como dejó bien claro en su anterior libro, “Todo lo que se llevó el diablo”-, pero solo cuando aparece con la chaqueta puesta, lo notas, tímido como es, se levanta de la horizontalidad de las letras y aparece, rotundo, sonriente y encogiendo los hombros.
Y es que aunque hable todo el tiempo en primera persona, la poesía que teje lo deja (él hace que le deje) en un segundo plano.
Dirán que “Paseos con mi madre” es una obra menor en comparación con el mismísimo diablo de su anterior aventura, aunque a mí, ahora, me parezca que es lo mejor que ha escrito y escribirá jamás porque acabo de leerlo, de echar el libro a un lado y tomar el ordenador, todavía emocionada y con los zapatos embadurnados de barro del paseo.
Sabemos por la experiencia que cuando vamos apenas si percibimos que estamos yendo y yo sé, después de leer el libro de Javier, que hay tipos como él que saben volver sin tener que repetir el camino ni desdibujar demasiado la historia, a cuestas con una auto exigencia ética que le guía hasta la claridad, no la claridad del gurú, si no la claridad del chocolate espeso. Idéntica coherencia para la vida que para la obra. Inútil es decir que en la claridad uno también puede perderse y por eso, cuando no quiere embrollarse, Pérez Andújar, tira del sentido del humor, que es de Granada, la Granada de Lorca, pero más campesina, más currada, más pedrusco en la frente, tan definitivo y necesario como un ángel de alas plateadas.
A mí este autor, -que es medio hermano por vía de inmolación juvenil y porque, -dejadme fardar-, co escribimos un libro hace siglos con otra gente del postulado del instante (muchísimo antes de que el listo cansino de turno tradujera el carpe diem de marras) me da lo que ningún autor de aquí, desde la Moix y Marsé me habían dado y encima con la proximidad de unos referentes culturales gemelos.
Cómo no tengo ni idea de cómo se concibe una crítica literaria y aunque al empezar haya intentado formular una, os diré que “Paseos con mi madre” es un libro imprescindible para saber dónde vives, sea cual sea el lugar donde vivas.
Ni más ni menos, como quién dice que no te puedes perder a la Velvet Underground si quieres saber qué narices es la música rock, “la experiencia física del sonido, como la llamó Brian Eno, el músico y teórico.
Con Andújar, el chaval de San Adrián del Besós, el filólogo del ladrillo y la aluminosis, se cierra, de momento, el cupo de clásicos contemporáneos, pero han de venir más, porque si no todo lo que nace irrumpe en la agonía de crecer y mostrarse, como lo hace el pistolero Javier, siempre hay alguien que se salva de la quema, y no sólo a través del talento, si no a través del talento y el corazón, que es lo que ha llevado al rockero del hoyuelo en la barbilla a convertirse en el hombre de letras que ha de hacer justicia, al menos, a todos los de nuestra generación, que encima son varias y cada día más.

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