Beneficios de la risa


Rollo Sixtie


La capacidad de reírse de uno mismo, del muerto y de quién lo vela, es la fuerza que hace rodar el mismo torno de alfarero que ha de construir un cuenco en el que se ha de depositar el agradecimiento, los hurras los bravos y el qué bueno que viniste a este mundo con tus cosas.
La risa aplaca las consignas, las pone en brete, las critica, para luego subrayarlas a puñetazos en las rocas o dibujarlas en los pétalos de las flores. De los lugares más áridos a los más amorosos.
Sin la risa (y no están los tiempos como para) quienes quieren mantener el mundo al revés lo tienen más fácil al martillear clavos a diestro y siniestro que no son otros que los que habrá de sufrir la pasión del pueblo.
Reírse en su cara, reír por cualquier cosa, reír en silencio y echarse a reír en los obituarios, en las ceremonias y en los desfiles es muy sixtie y es muy necesario. Lo de sixtie lo he dicho avanzándome a esta gente que todo lo de índole social lo reduce a sixtie, desde un poema a un grito de desolación. Estos que odian las manifestaciones emocionales de más de dos, aunque sea para brindar por la victoria de un equipo de fútbol, como antaño la policía no toleraba un grupo de tres personas charlando.
A ellos, pobres snobs, más antiguos que el nihilismo feroz de Adán en la caverna, no les dedico este post, pero los recuerdo, no fuera que acabaran por invadir el espacio que ahora necesitamos para todos.
Con la risa que mueve y alimenta y desde la seriedad que esta confiere, podremos seguir poniendo en tela de juicio todo cuánto nos quieran hacer tragar por aquí por allá y por cuyá y, sin embargo, solo esta risa nos dará el grosor del lápiz con que escribiremos los basta ya.
Vengo pensando esto, camino a casa, bajando por la Gran Vía, con un frío de invierno invernal, más el constipado que lo agrava porque he visto, a la salida del metro de Urgell, un par de chavales, tres policías y dos guardas del metro rodeando a los más jóvenes. Y cómo en el artículo de la Montero, mi negro si es cierto (¿Qué narices importa?) y no es negro, que es blanco y estaba ahí, entre el mogollón. Un chaval tímido que toca la guitarra y viene a menudo por casa a ver a mi hija. Al verle en mitad de tanta autoridad me he acercado. Señora, no se acerque. Es mi sobrino. ¿Cuál? El más flaco. Su sobrino se ha colado en el metro. Han sido los astros o ha sido el propio hastío de los polis de sostener aquella situación, pero me ha salido un ¿Este desgraciado? No sabes lo contenta que estoy. Por fin ha hecho algo que se sale de las normas. En casa lo teníamos como un cobarde. Mira qué bien. Ya tendrá algo que contarles a sus nietos. Deberá pagar una multa. No creo, no tiene un duro. Su padre no le pasa ni para tabaco y él es muy avaro, pero si hay que ponérsela se la pones y así tendrá un papel que atestigüe su hazaña. Sigo sin saber de dónde me ha salido la desinhibición, aunque es más que probable que haya sido porqué escuchaba AC/DC en el Ipoh, porque me ha parecido lo más adecuado para penetrar los conductos auditivos sordos de por sí más las mucosidades. Todos se han reído y los han dejado largarse.
Luego he seguido andando y me he dado cuenta que la risa ha venido en el momento en que más la necesitaban porque la verdad, hay que ser muy mala gente, pero muy mala, para estar todo el día pillando a chavales que no pagan en el metro y sostenerlo hasta el final, hasta la multa, hasta la otra multa por jodienda contra la autoridad, hasta el insulto. Y si cuela, hasta el bofetón.
Y esto sin ignorar que tantas otras veces es así. Tantísimas otras veces y en todos los ámbitos de las cosas y de las relaciones humanas, ni la risa benefactora puede deshacer un entuerto que sólo produce risa o en su defecto, pena, penita, pena.

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