Comprad arte!

                                                               De Manuel del Carmelo


Llevo dos minutos intentando comenzar esta entrada y tanto tiempo es demasiado, ya que hoy parece que el TDAH viene arreando fuerte (somos uno e indisolubles) así que dejo de buscar los ribetes introductorios, la posible asertividad, la literatura del envoltorio que contextualiza las cosas y voy al asunto.
El cuadro enmarcado que ilustra estas palabras es de Manuel del Carmelo, un tío del Guinardó que lleva toda una vida pintando porque le apetece y lo necesita. La necesidad que equilibra. La necesidad del afán que encauza el deseo y sostiene la realidad reforzando la “otredad”, el ego, el súper ego y el san Fermín.
Manuel, al que conocí por el féis y con el que luego he coincidido un par de veces, siempre en manifestaciones, es amigo de la reina del rock, Tina Gil, y ha currado siempre en las artes gráficas, en el apartado currante, antes de la invasión de los ordenadores. Lleva un año sin cobrar el paro y bla bla bla.
Si, vale, pero el caso es que o encuentra cómo pagar el alquiler del estudio o se va con la obra a los contenedores.
Me dice mi instinto, que lo tengo, que no debería haber antepuesto la tragedia al arte, sin olvidar que el arte es tragedia en sí mismo. Y comedia. O varieté
Al anteponer la tragedia, -o el principio de ella-, al arte, en lugar de instaros a que os hagáis amigos del féis de Manuel del Carmelo para remirar en su obra y decidir qué cuadro le compráis para saciar al Rey Mago que lleváis dentro y hacer feliz a quién vosotros decidáis, estoy entroncando dos necesidades, la que le lleva a él a crear y a nosotros a recrearnos, con la necesidad de supervivencia que atenaza a todo el mundo, de modo que a algunos, -todavía con el cliché en la cabeza del tanto tienes tanto vales del consumismo feroz y la merma de inteligencia emocional que este supuso desde el siglo pasado que no acaba de pasar-, podréis sentir que el arte se desvaloriza.
Nos han engañado tanto bajo velos de nylon inflamable que parecían seda natural del tacto enamorado, que ahora, al ir a saco de frente (Hey, ayúdame) ofreciendo maravillas sin desdeñar la realidad del asunto, sentimos que la ayuda invalida el amor, el arte y la alegría que se nos ofrece.
Esto es una reflexión en voz alta, también un poco TDAH, un poco TNT, que me llevo haciendo en voz baja desde que hace unos días después de que yo misma escribiera y mandara un poema de aguinaldo para el blog a diez personas diez, con el número de cuenta corriente bien grande al final de la rima.
El resultado del envío ha sido abrumador, si bien casi todos me han respondido, nadie lo ha hecho, -todavía-, por vía intracrematística, lo cual me hace pensar que metí la pata hasta el final. Meter la pata hasta el final significa sentir que el pie comienza a arder de puro calor, aquél que provocan las llamas cada vez más altas de las hogueras del infierno.
Pero volviendo a la cuestión que me lleva a escribir este post con la precisión de una escopeta de balines de feria es que miréis de comprarle algo a Manuel del Carmelo, teniendo en cuenta que el cuadro que he escogido, ya enmarcado, no lo dice todo de él, porqué toca muchos palos, y que en este orden de cosas también podéis concederme un aguinaldo lector.
Con este gesto doble me uno gratamente a las gestas de los supervivientes que solo queremos (cómo tu) lo que nos toca, sin tener que cimbrear la cintura más que para el baile.
Ay, lo que nos toca. La verdad es que para pintar, para escribir, para la necesidad, en puridad, no nos toca nada, porque el anhelo va más allá de la utilidad para adentrase en otro reino, que quizás es el prometido, el de la simbiosis con la vida, el que se siente con mayor intensidad y ganas cuando afuera caen chuzos de punta, cuando el mundo es, en sí mismo, una tragedia, una comedia. Una desgarradora varieté.





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