Echar de menos


Así que a media mañana me meto un ratito en el facebook solo para fisgonear, con las prisas y el sentimiento del escolar que entre clases abre el cajón de su pupitre y acaricia el tirachinas, y me encuentro entre las llamas de Grecia y los vídeos que algunos colegas han colgado rememorando el aniversario de la muerte de Carles Sabater. Giro la cabeza y aquí está también, como siempre, colgado en la pared del mismo lugar donde escribo, fumando un cigarro, levemente distraído pero con la mirada fija a la cámara. Según como entras por el pasillo parece que te sonría. Otras veces está serio de frio siberiano y las demás, a cuesta de asomarme y esconderme, logro sacarle una sonrisa que imagino cierta, buscando una complicidad que me haga sentir acompañada.
Este ejercicio, tan infantil como reconfortante, tan mentiroso como verdadero, me viene dando alas desde hace trece años. Trece años que son un montón y para mi hija, por poner un ejemplo, no son ni la mitad de su vida. El tiempo, el gran majadero que nunca se rebela ni se cansa ni se va de vacaciones se ajusta como un plomo a los afectos que la muerte no mata y ahora mismo me tiemblan las piernas con los mismos gusanos de cuando el amigo se fue, de golpe, el mejor amigo en lo cotidiano, el buen, gran hombre, que siempre daba positivo en amor. No santifico a los muertos, pero este tío era así. Se lo decíamos en vida. La Laura, su mujer. Y servidora, su hermana. No se puede ser tan bueno. De bueno, tonto. Es que vosotras. No, tu, tu. Luz de luces. No en vano lo sigo teniendo colgado en la pared.
Hablar de muertos vende. No de vender artículos, si no de tocar la fibra y no venía a eso. No venía a nada. Hay algo en los afectos todos, que al mostrarlos, me hacen desafectarme, no porque no los resista (o quizás también) si no para que no se me vea el plumero.
Cuando echas de menos a alguien, el echar de menos se convierte en abstracción. Al menos a mi me pasa. Del sentimiento intransferible de echar de menos a A, paso a echar de menos todo lo que he ido perdiendo en esta vida, para, en un click (Viva Manara) pasar a echar de menos en concreto y de biografía reciente a los vivos con los que no me he puesto de acuerdo pero que sí.
Dan ganas de gritar. Ey, memo ¿No te das cuenta que estamos perdiendo el tiempo? Pero es sólo un instante, una intención que muere antes de ser pronunciada, una caricia al tirachinas, un gesto vacuo. Para todo, menos para inventar sonrisas a las fotos de los muertos, tenemos que ser, como mínimo, dos.
Y eso es lo que echo de menos en lo personal y en lo social, la suma, la vida toda. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Avui he entrat al teu blog perquè sempre m'agrada molt llegir les paraules sinceres i plenes d'amor que dediques al teu amic.

Tot suma, i malgrat l'absència de cos físic, n'estic ben segura que és amb tu.

Sempre he sentit una estranya i inexplicable connexió amb ell, en ànima, i això que no el coneixia, però ho sento així.

Una abraçada, i si ho vols, segueix-nos regalant trossets de records: paraules passades pel cor.

Elena dijo...

Las personas que vienen y se van de nuestras vidas, abren y cierran capítulos. A lo largo de la vida, crece el número de personas a las que echar de menos, y nuestro corazón a veces se esombrece oculto al ámparo de nuestro pecho.
Saludines!