Cuando me siento a escribir porque he dejado de hacerlo por unos días, y en este caso, emocionantes días; con fiesta sorpresa de aniversario incluida, más las felicitaciones del face y el iris del ojo del enemigo brillando por la cerradura. Cuando esto o cuando no, vayan como vayan las cosas, pero casi siempre, cuando me siento a escribir y no me sale nada, me pongo un disco, me atizo la emoción y empiezo a caminar por las palabras. Sigo el hilo rítmico y el hilo melódico, sumo mi desbarajuste o mi asertividad personal al globo, y hala, a sumar frases.
Cuando termino parece que me hayan sacudido como una alfombra contra la verja de un balcón un sábado por la mañana y me siento más descansada.
Perdonad lo autorreferencial del post, pero es que todavía no he bajado del veintitrés efe, el día en que nací, mucho antes de que aquellos descendientes directos de los reyes católicos nos pusieran la pistola en la sien. Hoy no he necesitado disco. Hoy ya tengo bastante con mi canción.
El caso es que hace unos días, en la red, leí una entrevista a Javier Pérez Andújar en la que decía esto, que se valía de las canciones para escribir. Al leerlo me mosqueé. Joder, estos genios de dios y de madonna te pillan hasta los recursos...
A medida que pasan los años, con los veintitrés efe como referencia puntual, una va aprendiendo que nada de lo suyo es distinto de lo de los demás. La edad te va democratizando en el sentido literal y generoso del término, y vas advirtiendo (al menos yo lo siento así) que todo lo que creías único y “tan” peculiar, no lo has inventado tu ni Roberto Carlos.
Y como sea que es que ya he pasado un montón de veces por el veintitrés efe, con los descendientes directos de los católicos creciendo sin parar y con los beneficios de la vida, he ido viendo como se me ha ido agotando y agostando lo que creía solo mío, hasta el punto de sentir que lo único que me quedaba era atizarme con canciones para poder escribir e incluso cambiar de ritmo. Pero se ve que no era la única. Se ve que el Andújar ya lo hacía. Otra cosa sería contrastar las discografías, pero eso es ir a lo intransferible, que es otra cosa. Lo intransferible no inventa nada en sí mismo. Solo inventa el contenido de la vida, pero no el método, que es aquello por lo que hasta hace unos días, siempre tan profunda, creía que era aquello por lo que ser humano se significaba ante los demás, aunque se ve que no.
El método es antiguo, las formas son viejunas y están maltrechas de tanto usarlas. Quién no lee la fórmula de las cremas de manos en sus momentos diarios de intimidad, se queda con la mirada fija en el blanco de la baldosa. Lo que más nos significa como seres humanos es lo mucho que nos parecemos. Las distancias se acortan con un camión de circunstancias sobre los cuerpos, pero el camino es el mismo. La ruta 66 o la ruta hipotecaria. Todos queremos estar bien, querer a nuestra gente y luchar por salvarnos de la infamia y la indignidad. Todos, menos ellos. El enemigo existe porque existe el amigo.
¿También se atizarán con canciones al escribir? Sea como fuere, el caso es que no sé por qué narices se complican tanto la vida con el divide y vencerás (el contenido siente impotencia y es tildado de ingenuo) si la vida, con el paso de los años, al irte desnudándote de peculiaridades, solo nos da la lección de la muerte, el carpe diem. La misma lección que recibo cada veintitrés efe a medida que se suman y es la que habla de que somos muy poquita cosa, y cualquier día del mismo día, tanto nos pueden poner una pistola en la sien como nos montan una fiesta sorpresa de aniversario, para luego quedarnos solos con nuestras canciones.
Y no sólo las escucho yo.
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