Entrada muy íntima y a bailar



Imaginando que el camino es recto, con luces, sombras, más la agonía del capitalismo y que de pronto se te cruza en la mitad un tronco en diagonal, es posible qué, como yo, pierdas la paciencia, empieces a sacar del saco un montón de palabras soeces y truenos rayos y centellas de un monólogo disparatado se sumen a un estado de ánimo de la gran queja, que sólo es necesaria para espolvorearse, como los pasteleros derraman azúcar glaseado encima de según qué tartas.
Digamos que la vida a la que me he referido es mi vida y que son míos o ajenos, pero están ahí, el tronco en diagonal y el grito en el cielo.
Digamos que a fuerza de espolvorearme en todas las direcciones me he llegado a cansar, y sentada en la orilla del camino he advertido que si hubiera añadido un pasito más a mi descalabro o hubiera alargado un pensamiento que me venía al huevo y del huevo procedía, habría empezado a ser injusta, cuando, al menos y hasta entonces, estaba brincado en procedente pataleta.
A veces me parece que llevo en hombros a mi padre. Siento que su moral de hasta ahí no, pequeña, a mi no me metes un gol así como así, va dictando mi proceder, con una suerte de justicia tan estricta la suya, que de buen seguro le hizo padecer mucho. De este modo, a medida que me alboroto la melena y estallo por los cuatro puntos cardinales, más el quinto, el de en medio, el de la ignominia actual, y cuando mejor me siento, bailando tó loquita el baile de la desesperación (un guiño a los 091, gran álbum) se me aparece mi padre con una falsa sonrisa de qué penita pena me das y termino por sentir igual que él.
Las cosas cómo son o cómo mejor se ajustan, pero nunca dispares las pistolas sobre un montón de dinamita y menos en casa ajena.
Mira que he tenido años para sacarme de encima a mi padre, pero se ve que no he podido ni habré querido y ahí lo tengo de vez en cuando convertido en alter ego, con lo que me gustaba que me subiera en brazos, cuando bastaban dos sílabas para que así fuera. Y el alter era el tú.
No voy a psicoanalizarme y no me gustaría tener que lidiar con pronósticos (el psicoánalisis barato tiene mucho de porra de partido de fútbol) fáciles, aunque a lo mejor lo son.
Igual justicia en lo social que en lo personal. Mira tío, serás mi padre, pero esto es imposible. Yo no puedo. Puedo, eso sí, poner el freno y no dar las culpas al Vaticano de todos mis males, aunque por cierto, en la Indigitamenta (localización: pueblo romano pre cristiano) la lista de nombres de las divinidades especializadas en realizar un acto simple dentro de un proceso, se decía que la palabra vaticano hace que el niño lance su primer llanto, mientras la palabra cuba le mantiene tranquilo en su cuna y Domiduca es la diosa que vigila que uno llegue a salvo a casa. Toma memoria que a veces es cultura y a otras es un coñazo que no viene a cuento.
Vaticano pues me ha provocado el llanto por el tronco en el camino, sin tener que ver con la iglesia del ídem. Desde niña y los llantos y desde la palabra vaticano y hasta hoy, he acostumbrado a cargar las tintas contra personas que si bien hacía tiempo que no andaban por mi camino, me iban bien para purgar, por el dolor que fué, el salto que me conviene dar, con la preparación, el entrenamiento y la gimnasia. Agilidad para poder volar cuál gacela sobre un inconveniente.
Habrá sido porque me he sentado, habrá sido porque ha venido mi padre o habrá sido porque las cosas son como son y nadie sabe muy bien cómo han de ser aunque haya un acuerdo tácito sobre ello según te vaya la vaina, pero el caso es que hoy, en lugar de ponerme a bailar sobre un cadáver y seguir alimentando un pesar con más pesar, en el callejón sin salida del gran odio transeferencial, he podido parar y venía a decirlo, chula de mi.
Y si yo puedo hacerlo no habrán de poder los demás, los que no tienen tronco. A falta de alter ego, alter Domiduca y a bailar sobre tierra firme, compañeros.

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