Dos de Mayo



Mañana, uno de Mayo, saldremos de las madrigueras para pisar fuerte por las calles. Algunos cronistas ya han preparado sus artículos para pasado mañana. Deshacen el primero que escribieron, hace ya tiempo, le añaden algunos datos, suprimen otros, cambian los adjetivos y hala, a imprenta. Algunos de estos hombres y mujeres que tienen tribuna de opinión en los periódicos van a decir lo que muchos quieren oír, sobre todo los que mandan. Pondrán su foco en el vandalismo y dirán que es inaceptable. De lo importante no van a hablar.
Paralelamente, algún fotógrafo del amarillismo social, habrá mandado un email con dato adjunto al New York Times. Lo adjunto serán tres o cuatro fotos de muchachos encapuchados rompiendo, con patas de jamón robadas, los cristales de una sucursal bancaria, lo cual provocará gran alegría a los yanquis que dirán, bueno, ya tenemos solucionado el tema de la portada. Trabajo hecho, muchachos. ¿Titular? ¿Dejarías que tu hija se casara con un obrero español? Se pegaran unas risotadas y recogerán las gotas de café que les caerán barbas abajo. Al fotógrafo le pagarán a noventa días y con la transferencia le mandarán un archivo con los caretos de las prostitutas que se acostaron con los guardaespaldas de Obama. Por si puede pillar una en Marbella y lograr una entrevista.
En las tertulias de los bares al sol, en las panaderías y en las escaleras de vecinos, la gente también hablará de la violencia inaceptable de los cuatro tarados de turno y Felip Puig dirá dos palabras: ley antiterrorista, frunciendo el ceño con la intención de que la gente se cague patas abajo y se ponga en marcha a todo piñón la oficina del chivato, esta que no necesita él ni nadie, pero hace sociedad tranquila y unida ante la adversidad.
Nosotros, los currantes, también diremos basta de violencia porqué al fin y al cabo somos los únicos perjudicados del desaguisado del jamón contra el cristal, y cuando por fin alguien consiga un video en el que se vea claramente que fue un policía el que dejó un container quemándose delante de la tienda de jamones, sabremos que los chavales locos de las capuchas no robaron a los de Jabugo en la ciudad, si no que solo los salvaron de la quema. Suspiraremos un rato y nos volverá a vencer la impotencia del tinglado. Llenaremos los muros de suspiros y sentencias y diremos que los vándalos son ellos.
Encallados en cuestiones de formas iremos vaciando de contenido las manifestaciones de cualquier tipo. Si ellos no pueden reprimir a los encapuchados no vamos a ir repartiendo bromuro por las casas para que se vacíen en los platos de macarrones del mediodía.
Que alguien se pregunte porque hay capuchas y feroces y locos y violentos y que el poder deje de expeler pus por la boca y deje de pedir al pueblo contención y ejemplo.
Vamos a hace jóvenes héroes que se sentarán amontonados bordando sus iniciales en batas de rayas ante la sede del Ministerio de Trabajo. Bordarán y mostrarán su desacuerdo por la Reforma Laboral. Algunos le tomarán el tranquillo al asunto y se la pasarán bordando hasta criar malvas esperando un sueldo digno y una salida laboral, solo que la resistencia pacífica también requiere la intervención de la policía y en un momento u otro, a fuerza de tocarles las pelotas con las porras, habrá uno que se quite la pata del jamón de la mochila y la emprenda a piños con un policía, lo cual será una grandísima foto para el New York Times, la misma en la que dirán que han basado sus escritos los articulistas que sólo ponen el foco de sus crónicas en los lugares que sienten que pueden ejercer algún poder, incapaces de cuadrarse ante la injusticia social, tan déspotas como serviles.
Y mientras la cosa se siga viviendo así, desde la superficie, no pasará nunca nada. Mientras nos quedemos en las formas, nunca pasará nada. Tanto da si ellos las han perdido hace ya mucho tiempo, ya que mientras nos tienen entretenidos hablando de lo inaceptable y nos cubren de lo insufrible, seguiremos sin comernos un rosco, y mucho menos una loncha de jamón preñada de cristales.

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