de Enric Macià
Cada vez visito menos el facebook, aunque cada vez que
entro, para bien o para mal aprendo algo, lo cual no es nada extraordinario,
porque desde que el mundo es mundo todo lo renuente se ha escrito en las
piedras, en las paredes y en los muros. A golpe de bala, a golpe de pie o a
golpe de tiza.
Los muros, las piedras y las paredes también hablan de lo prescindible. Un
corazón dibujado con dos nombres desconocidos es prescindible para mí, pero no
el amor. Y así hasta llegar a las elucubraciones de Zambrano.
Por cierto, hace unos días alguien a quien quiero mucho,
me dijo que yo buscaba un amor mezcla de María Zambrano y Keith Richards. Creo
que dio en el clavo porque no podía parar de reír. Seguramente lo leyó en
alguna de mis paredes, en los muros que levanto por timidez o en defensa
propia, y acaban por transparentar como papel de celofán.
Quién me dijo lo de la mezcla explosiva de mi pretendido
amor, también aseguró que dicha mezcla no existe.
El caso es que hoy he leído en el muro del face, que esta
semana es la de la educación especial, el autismo y el TDA. Yo tengo TDA. Lo he
sabido de muy mayor y al principio me lo tomé del modo: bueno, vale ya tengo
diagnóstico a mis males, aunque enseguida me sirvió de excusa para luego pasar a
ignorarlo, al caer en la cuenta que todos los niños de mi entorno ( exageración
TDA) lo tenían. No podía ser que fuéramos tantos. ¿Acaso era una epidemia? A mí
me dijeron que el sambenito se producía, entre otras cosas, por una ausencia
hormonal. Durante un tiempo, pues, caí en la ignorancia de no atender lo mío por
la ignorancia de los demás más la mía propia. Que todos los psicólogos de
pacotilla diagnostiquen TDA a los chiquillos que más brincan y que aquellas
personas que huyen de los diagnósticos psiquiátricos como de la peste y se van a
interrogar a una alcachofa, digan que el TDA existe mucho o no existe nada
según les vaya la vaina, no variaba en absoluto el dolor que me ha causado el
maldito TDA a lo largo de mi vida, así como la configuración del disco duro y
alguna que otra gloria.
Al fin, y tras hablarlo con mi psiquiatra hasta el tuétano
del entendimiento humano, admití que tenía TDA y que mi vida ha estado
marcada por él. Admitirlo es el primer paso para superarlo, pero no es siempre
tan fácil. El trastorno por déficit de atención es algo de lo que se sabe poco,
por eso entro en los algodones, me doy de cobaya, lo tengo medido, no le dejo
pasar, lo vacilo. Y para el mundo trato de invisibilizarlo ¿Me van a decir que
no existe? Pues omito.
Somos todos tan listos y sabemos tanto de todo que a
veces hasta da apuro y vergüenza ajena. Hay quién te habla de cómo curar la tos,
como equilibrar el orden mundial y de qué modo influyen los anatemas en las civilizaciones
en un chin pin. Si son listos no te dicen que lo han leído en Internet, pero si
no lo son, sí. Antes, cuando las abuelas te querían convencer de algo te
decían; Nena, para curar de estreñimiento a los niños chicos hay que
ponerles una vela de la Candelaria por el culo. Lo han dicho “hasta” en la tele.
Pobre preposición. Ahora, abuelas y nietos, dicen que las cosas que saben las
han leído “incluso” en Internet. Otra vez empozoñando el saber.
He acabado cosechando bastante animadversión a la peña
que “sabe de todo”, hasta el punto que no me los creo de nada. Y en esto no
influye el TDA. El TDA da despiste, incontinencia emocional, disparate creativo
versus disparate “racional”, ganas de cantar en la ducha y en los juzgados y
este cosquilleo de quién dormita en la marmita de opio y ve lo humano desde las
pequeñas cosas. Escribir en el blog me cura de TDA, me lo canaliza. Hace años,
Ana María Moix me escribió el prólogo de un libro de poemas que ganó el premio
Sant Jordi por el área del Barcelonés, cuando al Sant Jordi se podía acceder
escribiendo en castellano. El libro llevaba por título Alentando al desorden. y la Moix, en
el prólogo, escribió: “dice que escribe zarpazos y creo que lo seguirá haciendo
durante mucho tiempo...” Ella fue quién me presentó a mi psiquiatra. Toma
intimidad. Por si sirve de algo a alguien con TDA. Sobre el autismo no tengo
nada que decir, pero os juro que cuando me siento (llevo casi dos años sin
fisuras ni costuras) a desenredar el ovillo, me pongo medio autista y soy capaz
de percibir cómo me percibiste tu. No hay nada qué hacer. La vida pasa y pasa
bonita, aunque no exista el TDA ni el tipo mezcla de Zambrano y Richards que
tanto me gustaría. O sí.
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